Estamos en la recta final del curso y se empieza a denotar
el agotamiento. No obstante y hasta la llegada de la ansiada y solemne, todos los
actores de la llamada comunidad escolar tendremos que seguir haciendo nuestro
papel…
Entre los alumnos hay de todo. Vagos de solemnidad y otros
que trabajan a destajo. También los padres quieren demostrar su valía, bien
acudiendo a última hora a preocuparse (o parecer, más bien) por la marcha de
sus vástagos, bien haciendo su labor en la sombra (que les confieso que es la
que más se agradece). Los maestros, como se imaginarán, estamos hinchados, unos
de aguantar, otros de enseñar y los menos, de hacer estas dos cosas
simultáneamente. El caso es que la mayoría de alumnos, padres y docentes,
seguimos hasta el final.
No obstante y sin ser agorero, también hay que tener en
cuenta que, además de participar, el resultado es importante (hoy no quiero
charlas terapéuticas sobre conformismo y premios de consolación, que perder
jode, en mayor o menor medida, pero jode), la razón por la que muchos, a pesar
de haberse rascado el fandango durante nueve meses, buscan atajos para llegar como
vencedores.
Son atajos los cursos intensivos con los que las academias
hacen su particular agosto (que cada vez, y gracias a Bolonia, se adelanta más
a junio) y enseñan todo tipo de trucos para lograr el cinco en la evaluación
extraordinaria. También hay trampas… Que si tengo que ir a la consulta de mi
primo el médico, que si mi hijo estuvo toda la noche estudiando pero se ha
levantado vomitando, que si le han echado mal de ojo (ríanse pero es verídico,
tanto o más como aquella alumna que mató a su madre de cáncer con tal de salirse
con la suya… Alucinen porque no exagero). Y por último y lo más típico, también
tenemos llantos. Aquí lagrimea hasta el apuntador. Abuelas, primos, madres,
padres, perros, gatos, e incluso alumnos, sollozan con tal de que te apiades...
Y hablando de atajos llegamos a un maravilloso libro de
David Macaulay, El atajo. Publicado en
castellano por Océano Travesía, es un libro que se desmarca de la mayoría de los
libros informativos de este autor como Castillo
Medieval, Pirámide, Catedral Ciudad Moderna (Timun Más, descatalogados) Cómo funcionan las cosas (Círculo de Lectores,
descatalogado también) o Cómo funciona el cuerpo (Océano Travesía), y se encuadra más en
la línea de ficción de Blanco y Negro (N.B.: Muchas similitudes con este. ¡No se lo pierdan!) o Angelo. Como seguramente haya
pasado desapercibido para muchos de ustedes (yo he tardado unos meses en
toparme con él), he aquí unas notas.
Lo primero de lo que hay que hablar es de la relación que
este álbum tiene con la vida misma, es decir, nos presenta una historia no
lineal, toda una suerte de caminos que son posibles, que se bifurcan, que
transgreden las normas humanas y se atienen a lo azaroso. Es por ello que, a
pesar de parecer intrincado y poco asimilable por algunos lectores (adultos
incluso), creo que es un libro necesario por ser el fiel reflejo de lo que
ocurre en nuestro día a día desde una perspectiva temporal.
En segundo lugar podríamos hablar de la coincidencia
estructural con películas como Amores
perros, Crash, Love actually, Sin City o Las horas, en
las que una serie de historias presentadas de manera individual tienen un nexo
común que se va descubriendo conforme se suceden los fotogramas. En el caso que
nos ocupa, un vendedor de sandías, una niña y su mascota porcina o un
ornitólogo, son algunos de los personajes que protagonizan las ocho historias (incluidas
animales) que se cuentan en sus más de sesenta páginas. La diferencia con el séptimo
arte (y aquí viene lo lúdico de este título) es que un libro nos permite ir y
venir una y otra vez, favoreciendo que la lectura se convierta en un juego (N.B:
Les aseguro que los lectores de este libro-álbum acabarán mareados de tanto pasito
pa’lante, tanto pasito pa’tras).
A todo lo anterior hemos de añadir situaciones increíbles, paródicas,
humorísticas y/o paradójicas que nos arrancan más de una sonrisa. Sí, escenas
jocosas y divertidas que, lejos de parecer vacuas y estériles, nos empujan a
preguntarnos sobre dos principios, trascendentales para muchos, y sobre los que
se basa El atajo: la relación
causa-efecto (uno que mueve gran parte de la obra de este autor) y el tiempo. ¿Qué
es el tiempo? ¿Cómo podemos representarlo? ¿Dura lo mismo el tiempo para todos?
¿Por qué sucede esto? ¿Podría o tenía que suceder?... Un sinfín de cuestiones
que pueden parecer lógicas pero no lo son.
En definitiva un libro que lejos de ser el cáos que parece,
nos ayuda a entender lo incomprensible del mundo mientras desenredamos una
deliciosa maraña de ficción.
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