Cada vez que un libro de Chris Van Allsburg se edita, un
rayo de sol se abre paso en la estantería. No lo puedo evitar, me pongo tontorrón
y empiezo a palmotear como un león marino. Abrir la tapa de uno de ellos es
como descorrer el telón de una obra de teatro ¡y empieza la función!
La obra de hoy se titula El
jardín de Abdul Gasazi , ha sido editada en castellano por Fondo de Cultura
Económica y la incluí en mi selección de los mejores del 2017. El propio Van Allsburg ha comentado varias veces que le tiene mucho
cariño a este álbum porque fue el que le abrió las puertas en el mundo de la
literatura para niños, de hecho fue su primer álbum (1979) y con el que obtuvo
una mención Caldecott.
En primer lugar se podría decir que en este libro se recogen la mayor parte de los puntos comunes a la obra de Van Allsburg como son el contrato fantástico con el lector, los finales abiertos y sugerentes, y un estilo de ilustración realista y detallado.
En lo que respecta a las ilustraciones decir que están
realizadas con grafito, algo que comparte con La escoba de la viuda, Jumanji
o Los misterios del Señor Burdick, aunque en este caso el carácter estereoscópico de las escenas se hace todavía más
patente, ya que el autor presta mucha atención a la volumetría de las figuras y
la disposición de los planos constituyentes, algo que quizá se relacione con su
formación como escultor, una etapa de su vida a la que estaba más ligado en sus comienzos.
Sobre el texto hay que decir que, a pesar de las oraciones
simples y directas que lo vertebran, es bastante abundante para ser un álbum
contemporáneo (ya saben que cada vez hay más economía del lenguaje verbal en el
género), algo que no va en detrimento del potente discurso que alberga.
Van Allsburg nos presenta de nuevo un protagonista
solitario, un niño en este caso, que debe enfrentarse a una situación aparentemente
sencilla: una vecina le pide que cuide de su perro mientras ella se ausenta de
casa. Es así como Fritz, el presa canario (¡me gusta esta raza de perros!) huye
de manos de Alan y acaba en el jardín prohibido de un mago jubilado con cara de pocos amigos.
Mientras pasamos las páginas del libro no debemos perdernos
detalles muy interesantes… No hay que perderse los motivos florales que visten
los hogares de la señorita Hester y el señor Gasazi. Tapicerías, alfombras y
papel pintado están llenos de flores y hojas, una riqueza de ornamentación
vegetal que parece despertar la curiosidad del lector por ese misterioso jardín
y que afianza todavía más el gusto (casi obsesivo) del mago Gasazi por el mundo
de las plantas.
Por otro lado les insto a fijarse en las esculturas que
flanquean la entrada al jardín, ¿hacia dónde miran? Claramente y en contra de
lo que cabría esperar, se sitúan mirando hacía el frondoso paseo, parecen haber sido
congeladas en esa carrera compartida junto a Alan, e invitan a penetrar en la
espesura del vergel de Gasazi y desafiar la prohibición de entrar en él con
perros.
También hay que fijarse en uno de los puentes que aparecen
en una de las escenas, ese que parece estar inspirado por el de estilo japonés que
Monet recogió en uno de sus cuadros; también en el cielo que parece ir evolucionando de
despejado a nublado a lo largo del día; y en el conejo que pulula por alguna de
las páginas y que parece ser la razón por la que Fritz ha salido desbocado.
Les recomiendo detenerse igualmente en la figura mastodóntica
del señor Gasazi, una mole bastante impasible que impresiona y que, comparada
con lo humano de la de Alan (quizá frágil y fácilmente identificable por
cualquier niño), parece impenetrable, estática, inamovible.
Otro de los detalles interesantísimos de entre todos los que
se hallan en este título está en esa escena en la que Alan se encuentra
durmiendo en el sofá mientras el hocico de Fritz sale por debajo de este. Si se
dan cuenta, Alan aparece de espaldas al espectador, una posición que Van
Allsburg elige intencionadamente para no desviar la atención del lector sobre
el verdadero protagonista: el cuadro que cuelga de la pared empapelada y en el
que se ve representado un puente en mitad de un paisaje ripario. Ese lugar que, conforme
pasemos las páginas, volveremos a encontrar convertido en escenario de la
acción principal. Con esto Van Allsburg lanza otra incógnita: ¿y si todo ha
sido un sueño de Alan inspirado por ese cuadro? Podría ser puesto que Fritz
sigue vivito y coleando cuando llega su dueña a casa... ¡Peeeero…! (Y he aquí
el último detalle que señalo) ¿acaso la gorra que descansa a los pies de Fritz
en el último fotograma no es la que nos despeja todos los enigmas que encierra
este libro? (¿Recuerdan el cascabel de El
expreso polar…?). N.B:: La respuesta la dejo a su elección, que ya saben que a Van
Allsburg le gusta abrir muchas puertas a sus lectores y sería una faena
traicionarlo.
El sueño, la magia, la incertidumbre, el conejo, lo
fantástico… No sé por qué todo me recuerda sobremanera a la Alicia de Carroll...
¡Un momento! Oigo aplausos… La función ha terminado.
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