Despierto y me entero de que el mundo entero llora la muerte
de Kobe Bryant. No es para menos. Las redes sociales han entrado en ebullición,
todo el mundo se ha puesto como loco a enviar mensajes de condolencia, se ha
hecho eco de la noticia hasta la Intemerata, y los medios hurgan en los detalles.
Es curioso como la muerte de algunas personas suscita un
impacto mayor que la de otras, cómo ese sentimiento transciende la intimidad
familiar y se desborda entre los desconocidos. Y les diré que esto no es algo
exclusivo de las “celebrities”, sino que también sucede con los vecinos o los
amigos de la infancia. Siempre hay gente que despierta un cariño mayor en los
demás. Hay algo intrigante en todo esto...
Ustedes dirán que tiene que ver con lo bondadosos que hayan
sido en vida. Que la gente buena es más querida (hay que revisar el concepto de
“ser buena gente”)... Otros me comentan que es una mera cuestión de popularidad.
Cuanta más gente conoces, más son los que lloran tu muerte... También puede
deberse a intereses, a cadenas de favores (fíjense en los velatorios de algunos
políticos y mafiosos)... Puede que sea cierto eso de que lo mediático y publicitario tiene mucho que decir en estos casos, pero tampoco lo creo (muchos fuegos de artificio
se apagan de un soplo)... Quizá sea cuestión de la edad, pues la juventud y la
parca no son buenas amigas (“contra natura” le llaman)...
En fin, que barajando todas estas posibilidades, a la única
conclusión que he llegado es que hay algo en ciertas personas que los hace diferentes. Una especie de
esencia que cala hondo en los demás, que penetra en quienes se aproximan a ellos, que los hace
necesarios. Impregnan sutilmente el aire que respiramos y nos hacen agradable el
día a día. Una felicidad callada e íntima que en ciertas circunstancias aflora
entre la muchedumbre y resuena en cada esquina. Un cuorum que habla por sí solo
y despierta el interés y curiosidad hacia ellos, una necesidad, cómo si nos hubiésemos perdido algo: la oportunidad de crecer.
Y con todo esto, me vino a la cabeza El secreto, un libro-álbum de Daniel Nesquens y Miren Asiain Lora, que
ha sido publicado por SM en los últimos meses y que ha pasado un poco
desapercibido en el circuito del álbum. Al principio, no entendí muy bien esa asociación de ideas, pero conforme pensaba en ello, la cosa fue cogiendo consistencia.
Ambiéntense… Un zoo, una jaula con un tigre. Un gato que
merodea. Empiezan a parlotear. De los anhelos de uno, de las aventuras del
otro. El tigre quiere regresar a la selva, deambular fuera de los barrotes. El
gato escucha atentamente los sueños del tigre. ¿Será posible cumplirlos?
Aunque ciertas reseñas echan mano de la libertad, el
animalismo u otras razones para defender este libro, un servidor prefiere otras,
a mi juicio, más hermosas. Como por ejemplo esa relación que surge
entre dos desconocidos, gato y tigre, que, a pesar de todo, disfrutan de sus
charlas, comparten puntos de vista dispares e intentan entenderse a la
perfección. Es un encuentro fortuito, un hilo invisible que une en parte sus
destinos, sin más intención que la de coexistir. Y eso, permítanme decirles, es
mágico.
A ello hay que unir unas ilustraciones muy especiales (les
recuerdo que fueron seleccionadas para la muestra de la Feria de Bolonia del
pasado año y para la edición número 61 de la exposición de la Sociedad de Ilustradores de Nueva York). La mayoría realizadas en grandes planos generales,
con una composición propia del paisaje (regla de los tercios), y en las que
priman unos tonos azulados bastante evocadores (¿No les habla este color de la
noche, del agua o de la calma?). También invitan a descubrir multitud de
detalles entre el público o la fauna salvaje, un juego que interpela al
lector y que ofrece más información en un entorno sugerente y misterioso desdibujado siempre por la niebla y las nubes.
Lo único que sé es que me hubiese gustado estar ahí. Quizá
ser el cuidador del zoo (si lo leen sabrán porqué) y formar parte de esta
historia que no trata de la muerte ni del baloncesto, pero que habla de
nuestros sueños compartidos, de amigos fugaces que te ayudan en secreto, de la celebración que es la vida. Algo que ya es bastante para unir a tigre,
a gato y a Kobe Bryant.
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