María Matesanz es de esas seguidoras que un día se atrevió a escribir
a este monstruo y darle un poquito de cera (cosa que me hace mucha ilusión).
Con el tiempo y esto de los libros infantiles, fuimos conociéndonos un poco más
y me percaté de que tenía ante mí una mujer que era un filón, pues ella se
dedica a la restauración de libros, muchos de ellos infantiles, un ámbito
bastante desconocido y específico por el que me siento enormemente atraído. Es por ello que la he invitado a este hogar de los monstruos, para que nos hable de papeles, técnicas de restauración y formas de conservación. No se pierdan esta generosa entrevista, ni como lectores ni como editores
ni como bibliotecarios. Es una delicia para todos los amantes de los libros.
Román Belmonte (R.B.): Para una restauradora de material
bibliográfico, ¿qué tiene de especial este sitio de monstruos que lo sigues con
tanta disciplina?
María Matesanz (M.M:): Llegué al blog por casualidad hace unos
tres años buscando información sobre una colección de libros ilustrados. Leí
una entrada, luego otra y otra más. Me enganchó completamente. Me resulta muy
atractiva esa mezcla entre artículos de opinión y divulgación sobre LIJ
entretenida y rigurosa. Se nota que te apasiona el tema y eso es contagioso.
Por otro lado nunca sabes que sucederá cuando abres la página. Hay siempre un
punto gamberro que me divierte mucho. A veces me río a carcajadas con las
historias que cuentas y otras me gustaría responderte, pero siempre acabo
aprendiendo algo nuevo. He descubierto muchos libros gracias a ti y eso te lo
tengo que agradecer.
R.B.: Las gracias te las he de dar yo por acceder a este destripe. Desembucha: ¿Cuál es el libro infantil más antiguo que has
restaurado?
M.M.: Prácticamente la gran mayoría de los libros infantiles
que tenemos provienen de producción editorial industrial de los tres últimos
siglos, XIX, XX y XXI. Existen algunos ejemplares más antiguos del XVIII pero
son obras mucho más escasas. Los libros más antiguos que he tratado serían de
principios del XX, así que no tienen muchos años. Hay dos que son más o menos
de la misma época y no pueden ser más diferentes. Uno es una mezcla entre un
libro acordeón y una pêle-mêle editado por Kelloggs en 1909. (Kellogg's Funny
Jungleland Moving-Pictures). Está ilustrado con animales de la jungla vestidos
al gusto de la época, muy elegantemente. Elefantes con bombín, hipopótamos
bailando en bañador y jirafas con pajarita y monóculo que te saludan cuando
los despliegas. Las páginas interiores están divididas en seis bandas
horizontales que permiten combinar las ilustraciones. Era en un libro que te
regalaban en la tienda cuando comprabas un paquete de cereales. Gustó tanto que
lo estuvieron reeditando hasta 1930… Pensándolo bien, creo que el más antiguo
quizás sea uno de 1904. Fue la última intervención en la que participé cuando
estuve en IPCE, un libro de consulta y estudio destinado a Alfonso XIII cuando
era niño. Trata un tema muy denso sobre religión y monarquía que en un primer momento no se asocia a un libro infantil, pero utiliza recursos gráficos y
pedagógicos muy interesantes y que desde luego estaba destinado a un niño. Sería
una especie de libro informativo para el infante. Es un manuscrito de gran
formato de más de un metro de alto por medio de ancho. Lo redactó un
religioso sobre tela de dibujo semitransparente. Es un texto a cuatro colores que se
distribuye por las páginas dentro de formas geométricas en diferentes
direcciones conformando una especie de cuadros sinópticos. De ese modo el texto
se fragmenta en diferentes partes facilitando su comprensión y puede leerse desde
varios ángulos aprovechando sus grandes dimensiones. Es un libro muy particular.
R.B.: ¿Cuáles son los desperfectos más comunes en el ámbito
de los libros infantiles?
M.M.: La mayoría de los daños más habituales son causados
por un manejo inadecuado, intenso y repetitivo. De modo más amplio, estos
deterioros generados por la manipulación se podrían dividir según su origen en
tres grandes grupos: daños causados por el uso y el desgaste habitual, daños causados
por una mala manipulación, y daños causados por errores en la fabricación. Estos
dos últimos grupos se retroalimentan entre ellos, porque un problema en el
montaje repercutirá casi irremediablemente en un mal uso posterior. Si el libro
no abre bien por un error en su configuración, se tenderá a forzar la apertura
provocando tensiones que, si son muy
intensas o reiteradas, terminaran partiendo el cajo, que es la bisagra creada en la franja de unión entre
las tapas y las guardas. Esta zona es la que sostiene el cuerpo del libro a la
encuadernación y es un punto delicado de ese armazón. Hay partes de los
libros o tipos de construcciones más susceptibles que otras a sufrir
desperfectos. Las encuadernaciones que tienen los planos recubiertos de papel, como ocurre en muchos de los libros infantiles, son más frágiles que las de
piel o tela y se estropean mucho más con el roce. El área externa del lomo es siempre una parte muy expuesta, al igual que
las zonas perimetrales de puntas y cantos. La cofia superior en los libros con
lomo hueco es un punto especialmente sensible, ya que se tiende a tirar de esa
zona al sacar el libro de la estantería. Luego pequeños o grandes daños mecánicos
por desgarros, roturas, cortes, arrugas, pliegues, etc. También habría que
añadir arreglos bienintencionados de los desperfectos con productos
inadecuados.
R.B.: ¿Qué desperfectos son los más complicados de
solucionar?
M.M.: Desde un punto de vista técnico, aquellos derivados de
la propia idiosincrasia del objeto, tanto a nivel matérico, como estructural. Siempre
se pueden tratar de prevenir los deterioros debidos a factores externos (ambientales,
de uso y manipulación, por almacenaje, exposición etc.) con un poco de control
de las variables externas que les afectan. Además estas prácticas suelen dar
muy buenos resultados. Siempre hablo en primer lugar de medidas preventivas porque es básico, ya que si ponemos el énfasis en su conservación preventiva
evitaremos tener que intervenir el bien o limitar la necesidad e importancia de
los tratamientos de restauración.
Sin embargo, cuando las alteraciones se producen por una
causa endógena como resultado del propio formato del libro o debido a unos
materiales de baja calidad o no adecuados, son más difíciles de tratar. Por ejemplo, los
libros que se elaboraron con pasta de madera se acidifican muy rápidamente
porque tiene lignina y su vida útil es corta. Envejecen rápido y mal ya que
esos procesos degradativos no se pueden parar. Otro ejemplo es el uso de
ciertas tintas que pueden perjudicar el papel, como las metaloácidas
que se empleaban desde la Edad Media hasta finales del XIX. Su carácter ácido
provoca un deterioro progresivo del papel hasta llegar a destruir el propio soporte.
También encontramos encuadernaciones
frágiles, incorrectas o mal construidas que reducen la funcionalidad o
directamente dañan al libro, etc.
A nivel práctico también hay que mencionar las manchas. Son
muy complicadas de eliminar porque habitualmente necesitan de procedimientos
agresivos y aún así solo es posible mitigarlas en ciertos casos. Si se pueden
evitar, mejor.
R.B.: En cierta ocasión me hablaste de un trabajo de
investigación sobre la restauración de los libros pop-up, ¿qué tienen de
interés para una restauradora como tú?
M.M.: Los libros móviles tienen mucho encanto. Son objetos
complejos y divertidos, personalmente me gustan mucho. Desde el punto de vista
de la restauración, los aspectos más atractivos e interesantes de los libros
móviles, es decir, su interactividad, su movimiento y su tridimensionalidad,
son también los que hacen de su preservación un desafío. Dependen de la materia
mucho más que otras piezas porque las experiencias que transmiten van ligadas a
la forma. Si pierden sus propiedades mecánicas, se evapora la magia y la esencia
del libro. Además, estas obras parten ya con un hándicap de base en lo referente
a su conservación. El movimiento que los define produce un desgaste intrínseco
del soporte material. Es decir, que incluso un manejo correcto lleva implícito
un desgaste importante de la obra de base. Esto sumado a la fragilidad de las
arquitecturas tridimensionales que portan y a su uso intensivo, supone todo un
reto a la hora de conservarlos e intervenirlos.
R.B.: Una buena restauración de un libro infantil ¿consiste
en dejarlo impoluto o sin embargo debe conservar ciertas señales de la larga
vida de este libro?
M.M.: Si definiésemos una “buena restauración” según los criterios
deontológicos actuales, conservaría marcas del paso del tiempo. Desde hace años
se aboga por mantener visibles las huellas del uso, que al fin y al cabo es
justo lo que has dicho, “las señales de la vida del libro”, ya que sólo se
deberían llevar a cabo las intervenciones que sean estrictamente necesarias
para alcanzar el equilibrio y la estabilidad del bien cultural.
Todo esto significa que las intervenciones de restauración-conservación
buscan un resultado natural y coherente con la edad de cada pieza-libro no una
vuelta al aspecto original. Siempre hay que valorar cada caso de manera
individual para evitar restar información esencial a la obra. Imagina que en el libro que te comenté antes, el rey hubiese anotado algo a mano o que tuviese
la cubierta de tela original desvaída por el uso... Mientras no suponga un
problema para su conservación, siempre se opta por no actuar sobre ese aspecto y mantenerlo, ya que el eliminar esa patina podría equivaler a perder una información
valiosa sobre el objeto.
R.B.: Desde el mundo editorial actual, ¿se tiene en cuenta la
larga durabilidad de un libro o por el contrario, os dificulta la tarea?
M.M.: ¿Me preguntas que si los libros que se fabrican ahora están
hechos para durar?
R.B.: Sí.
M.N.: Dependería un poco de lo que entiendas por larga
durabilidad. En realidad no creo que deban tenerlo en cuenta más allá de
fabricar buenas piezas con materiales de calidad. Los libros son objetos efímeros
porque la materia de la que están hechos se deteriora con el paso del tiempo.
Hay que aceptar su envejecimiento natural como parte de su idiosincrasia.
También es cierto que, salvo excepciones, y en lo que respecta a los
libros infantiles de hoy en día, no son tanto las técnicas de fabricación, sino el
manejo posterior el que determinará su duración. Esto, por ejemplo, no pasaba hace unos años. ¿Quién no tiene en casa libros relativamente nuevos de hace 40 años o menos que
están completamente acidificados, con todas las hojas amarillas, que da pena
verlos aún cuando los hemos tratado con cuidado? Esto se debe, tanto al tipo
de pasta de papel con lignina que se usaba entonces, como a los aditivos que le
añadían y al blanqueo con productos clorados.
Como regla general te diría que las casas editoriales sí buscan una cierta
durabilidad, al menos en el caso de los libros de LIJ, ya que habitualmente
usan papeles gruesos o incluso cartones en los que se tiene en cuenta el
gramaje, el peso, la resistencia al doblez y su flexibilidad, más todavía
cuando están dirigidos a los más pequeños. Piensan en la arquitectura del libro
más adecuada y además, las tintas de impresión que se usan son bastante estables
a la luz.
No obstante, este mundo es tan amplio que habría que
matizarlo ya que depende mucho del tipo de libro editado. Esto de lo que hablo
sucede en los álbumes ilustrados, libros móviles o los libros informativos,
donde se prioriza el formato y su aspecto porque la parte estética es muy
importante. Sin embargo, en otro tipo de publicaciones un poco más convencionales,
a pesar de una edición atractiva, el formato no es la prioridad y quizás no
utilizan unas materias primas tan nobles. Colecciones en las que hay libros
muy gruesos cuyas encuadernaciones no resisten ese volumen de páginas, otras en rústica sin costuras, papeles de peor calidad, con gramajes
menores... Te encuentras unos formatos más estándares que a veces no están
pensados exclusivamente para un volumen en concreto y pueden presentar
problemas estructurales.
R.B.: ¿Qué materiales y/o técnicas de impresión y
encuadernación actuales os facilitan más el trabajo a los restauradores?
M.M.: Si nos centramos en la LIJ te puedo hablar de los
materiales que no lo ponen fácil, que sobre todo son los papeles estucados. Este
tipo de soporte es por norma general muy sensible a la humedad y el agua, lo
que nos limita la posibilidad de realizar tratamientos acuosos y lavar el papel
(N.B.: Sí, el papel se lava y de hecho es un proceso que puede ayudar a
regenerarlo).
Los papeles cuché o estucados se empezaron a fabricar a
finales del siglo XIX y se recubren con capas de carga mineral y adhesivos
aglutinantes para que tengan ese aspecto brillante que mejora la calidad de la
impresión, sobre todo de las ilustraciones. El resultado es un aspecto suave y
muy liso donde las tintas suben más y quedan potentes. Es como si lo
maquillaran con polvos de caolín y no tuviese poros. Si se mojan se produce lo
que se denomina el efecto bloque y quedan pegadas unas hojas con otras, siendo
prácticamente imposible el separarlas -imagina qué ocurre cuando se moja una
revista…-. Aunque es cierto que ahora se añaden resinas sintéticas resistentes
a la humedad, una gran parte de los libros infantiles se siguen imprimiendo
en este tipo de papeles que, aunque son más atractivos, son también más
complicados de tratar.
Respecto a las encuadernaciones, las de tapa dura suelen ser
más duraderas que las de tapa blanda o rústica, pero para mí es más relevante
que el cuerpo del libro este compuesto por cuadernillos cosidos y no por hojas
sueltas pegadas por el lomo (Nota: Este tipo de edición se denomina “a la americana”).
Habitualmente se asocia con elaboraciones de libros de bajo coste y son mucho
más susceptible de alteraciones ya que es más sencillo que se desprendan hojas debido
a que no hay costura que sustente el bloque de texto.
Aunque he comentado antes que las tapas cubiertas de papel
son bastantes sensibles a los roces y al desgaste, hoy día suelen llevar
incorporado en el proceso de fabricación un material sintético que le proporciona
un aspecto más brillante y mayor resistencia mecánica.
R.B.: ¿Qué tipos de papeles, impresiones y técnicas son las
más resistentes al paso del tiempo?
M.M.: La calidad y el tipo de papel han ido cambiando en las
diferentes épocas. Entre el papel de trapos hecho a mano de los libros antiguos,
y los papeles continuos, libres de ácidos y pH neutro, hay papeles de montones
de calidades que son reflejo, tanto de la situación social y tecnológica, como
del mercado al que va o iba destinada la publicación.
En principio, los papeles más resistentes y estables serán
aquellos compuestos por celulosa, sin dirección de fibra y con ausencia de
aditivos degradantes. Es el llamado antiguo papel de trapos, uno que se
fabricaba manualmente desde finales de la Edad Media hasta el siglo XIX, cuando
se inventó la máquina de papel continuo. Es de excelente calidad, muy estable
químicamente y envejece muy bien, sobre todo los de la primera época. De hecho,
muchos libros fabricados con él están hoy en mejores condiciones que la mayoría
de los de los últimos dos siglos. Incunables con más de 500 años parecen nuevos
al lado de un ejemplar de mediados del siglo XX.
Las tintas de impresión con base grasa que se utilizan
actualmente son bastantes estables, pero en general dependen de la calidad de
sus materias primas. El cómo envejecerán dependerá de muchos factores y no es
posible predecirlo con absoluta precisión.
R.B.: ¿Cuáles son las mejores condiciones para conservar un
libro, más concretamente un libro infantil?
M.M.: Aviso de que me voy a explayar (risas)….
R.B.: Te dejo por el bien de nuestros libros…
M.M.: Es una pregunta difícil porque, lo que a priori sería
mejor para que se mantuviese en buen estado, implicaría que perdiesen su
función, más todavía si hablamos de libros que van a manejar niños. Yo creo que hay
que usarlos mucho porque no son objetos de museo, pero hay que intentar hacerlo con
mimo y sentido común. Si se enseña a los lectores a tratarlos con respeto y a
disfrutar al mismo tiempo de ellos, si lo hacemos, pueden ser casi inmortales.
Los distintos materiales orgánicos que los componen como
papel, tela, piel o adhesivos, son bastante sensibles a las condiciones
ambientales. Los principales factores que les afectan son la luz, la
temperatura y la humedad. Aunque las instituciones tienen protocolos de
actuación y medios para mantener las colecciones en las mejores condiciones
posibles, no suele ser el caso de los particulares, lo que no quiere decir que
no existan unas medidas preventivas elementales que puedan extender la vida de
los libros.
A ver… De modo general, algo muy sencillo y que mejorará
sensiblemente su conservación es mantenerlos alejados de exposiciones continuas
a la luz, sobre todo de la luz directa, tanto del sol, como de la luz
artificial. Los daños debidos a la luz son acumulativos e irreversibles y
provocan el amarilleamiento y la fotodegradación de la celulosa. Además, las
tintas empalidecen o se desvanecen mucho más rápidamente cuando les da la luz.
Apagar la luz cuando no estás en la habitación donde se almacenan los volúmenes,
bloquear la luz que incide sobre ellos en las estanterías con cortinas, o no
dejarlos en los alfeizares de las ventanas, son pequeños gestos que ayudan
muchísimo.
Por otro lado es importante mantenerlos en unas condiciones
de temperatura y humedad estables, en un entorno bien aireado para evitar
ataques biológicos (aviso de que hongos e insectos sienten pasión por la celulosa). En
general, las casas suelen estar en el rango de las temperaturas adecuadas. Si tú
estás cómodo, también los estarán tus libros.
En un extremo tenemos los ambientes muy secos que pueden deshidratar el papel y hacerlo friable. En ese entorno también se aceleran claramente los procesos degradativos que forman parte del envejecimiento natural del libro. Para evitarlo es preciso no almacenarlos cerca de fuentes de calor como radiadores o chimeneas. En el otro tenemos los lugares muy húmedos, el sitio perfecto para que proliferen hongos y otros seres y que también hay que evitar. Los sótanos no acondicionados o espacios más expuestos no son buenas áreas para el almacenaje. También sería importante no colocar las estanterías o librerías en las paredes exteriores más húmedas y frías, y con mayores cambios de temperatura.
En un extremo tenemos los ambientes muy secos que pueden deshidratar el papel y hacerlo friable. En ese entorno también se aceleran claramente los procesos degradativos que forman parte del envejecimiento natural del libro. Para evitarlo es preciso no almacenarlos cerca de fuentes de calor como radiadores o chimeneas. En el otro tenemos los lugares muy húmedos, el sitio perfecto para que proliferen hongos y otros seres y que también hay que evitar. Los sótanos no acondicionados o espacios más expuestos no son buenas áreas para el almacenaje. También sería importante no colocar las estanterías o librerías en las paredes exteriores más húmedas y frías, y con mayores cambios de temperatura.
Respecto a su almacenamiento, los libros se deben disponer verticalmente en las estanterías, tallarlos por tamaños y con los lomos alineados para que no sufran una presión desigual a lo largo del cajo. Los que son muy
grandes, ponerlos horizontales pero no superponer demasiados ejemplares unos
sobre otros para evitar daños. No apretarlos en exceso porque esto facilita que
se dañen al sacarlos y por otra parte facilita el estar aireados.
Es muy importante no extraer los libros de los estantes
tirando de la cofia (la parte de arriba del lomo) ya que es un punto frágil y no está
preparado para soportar todo el peso del libro y la fuerza del tirón que se
aplica porque se acaba desgarrando por ahí (otra nota: para coger un libro se separa un poco de los volúmenes contiguos y se agarra por el lomo). Es conveniente evitar limpiarlos con productos químicos. Con quitarles el polvo utilizando una bayeta de microfibra que no suelte pelusas es más que suficiente.
En cuanto al manejo, una pauta básica: hay que manipularlos con las
manos limpias. A todos nos gustan más los libros sin manchas que los sucios y
pegajosos. Muchas manchas grasas de las cubiertas se deben a huellas digitales
que al principio no se ven, pero que poco a poco se van oxidando y aparecen tarde o temprano. La segunda sería tratar de no comer
ni beber al tiempo que se usan. Estas dos medidas tan básicas reducen por sí solas los daños significativamente.
Las encuadernaciones son mucho más frágiles de lo que
presupone, especialmente en los puntos de unión de las tapas con el cuerpo del
libro. Los libros están diseñados para reposar entre las manos de los lectores
o en el regazo, así sufren poco estrés. Muy pocos pueden abrirse por completo
aunque nos empeñemos. El abrirlos sobre superficies planas, especialmente aquellos
con el lomo hueco, afecta a esa parte en su punto más débil, la zona de unión
entre las tapas y el lomo que hace de bisagra, el cajo. La tensión se concentra
aquí y la va debilitando. Esto, a la larga, compromete la estructura, tensa la
costura (si la hubiese), merma la resistencia de los adhesivos y hace que se
partan por la zona de los cajos. Una vez que estas juntas se rompen, las
cubiertas y el lomo pueden romperse, la costura puede partirse, el bloque de
texto se puede dividir y las páginas comenzarán a caerse. Por lo tanto es
importante evitar ángulos de apertura excesivos. Aunque sean de tapa blanda y
su abertura sea físicamente posible, por favor no los doblen sobre sí mismos. Una
cosa muy simple que ayuda a que esto no suceda es no dejar los libros abiertos
boca abajo ni colocar objetos encima.
Estos daños que he contado son patentes especialmente en las
encuadernaciones rústicas donde las tapas y el cuerpo del libro están unidas
entre sí únicamente mediante adhesivo. En el caso además de que no hubiese costura
y fueran páginas sueltas adheridas, es mucho más probable que las páginas se
aflojen y se desprendan.
Otro consejo es evitar las cintas adhesivas tipo “celo” para
“arreglar” posibles desgarros o cortes. Son un desastre en potencia. Al
envejecer, el adhesivo se oxida y amarillea, penetra entre las fibras del papel
y deja una mancha prácticamente indeleble. Por otro lado, el soporte acaba por
desprenderse y al final pierden su función. Por favor, no usar cintas adhesivas salvo que
sean de calidad “archivo”.
Como marcadores de lectura, es preferible usar un trozo de papel en vez de marcapáginas metálicos o clips metálicos, y procurar no dejar gomas dentro o sujetando varios volúmenes. Se degradan con el calor y la humedad, pueden oxidarse en el caso de que sean metálicas, y producir daños físicos.
Como marcadores de lectura, es preferible usar un trozo de papel en vez de marcapáginas metálicos o clips metálicos, y procurar no dejar gomas dentro o sujetando varios volúmenes. Se degradan con el calor y la humedad, pueden oxidarse en el caso de que sean metálicas, y producir daños físicos.
R.B.: Cuéntame alguna anécdota simpática sobre el proceso de
restauración de algún libro infantil.
M.M.: No me ocurrió exactamente a un proceso, pero sí en la
lectura de mi proyecto fin de grado en el que me echaron una mano los libros infantiles. Tu puedes hablar muy seriamente sobre criterios y metodologías de la restauración de
libros, pero cuando los ejemplos son el Ratón
Mickey en la Corte del Rey Arturo, Tip
y Top de Kubasta o Simbad el marino,
y te rodean físicamente, el rigor se mantiene pero te cambia la mirada. Esto fue lo que paso literalmente. Me los llevé a la presentación y los desplegué en la mesa donde
exponía. El tribunal estaba mucho más relajado y hasta sonreían un poco. Estos libros tienen
algo que nos devuelve esa parte juguetona y curiosa que todos tenemos de
pequeños.
R.B.: ¿Crees que se nota más interés hacia la restauración
del libro infantil en la actualidad o que sigue siendo un problema al que no se
le presta atención?
M.M.: No creo que sea un problema concreto del libro
infantil, sino de conocer y valorar el patrimonio bibliográfico en general. Soy
optimista y parece que poco a poco vamos tomando conciencia de su importancia,
aunque me gustaría que fuese mucho más rápido.
R.B.: Si no me equivoco te has formado en España,
Inglaterra, Italia, Estados Unidos y Francia.
¿La percepción es la misma fuera de nuestras fronteras?
M.M.: No puedo dar una visión global de la situación porque
mi experiencia es limitada, pero por lo que he podido observar, en cada país
la sensibilidad hacia la conservación y la restauración es diferente. Tiene que
ver con la cultura propia de la nación y la forma en que los ciudadanos valoran su patrimonio.
Quizás donde más he apreciado esas
diferencias es entre el mundo anglosajón y el mediterráneo. Francia en este
aspecto, funciona de otro modo.
En el mundo anglosajón hay una fuerte tradición de mantener el
patrimonio, un sentimiento profundamente enraizado en la sociedad. Por ejemplo, en Estados Unidos, aunque es un país muy joven en ese sentido, tratan de salvaguardar
lo que han ido atesorando en estos años. Te llama la atención lo que valoran y
como lo hacen. Cuando trabajaba en un estudio privado en San Francisco, llegó un
cliente que quería restaurar (no arreglar…) una camisa hawaiana que perteneció
a su padre. Este la había adquirido cuando estaba destinado en las islas como
soldado durante la Segunda Guerra Mundial. En este caso era una prenda de ropa
pero podía haber sido perfectamente un libro de su padre cuando era pequeño.
Eso es típico del mundo de habla inglesa: no son sólo las
instituciones las que se encargan de forma global de la salvaguarda del
patrimonio común, sino que a nivel privado también hay empresas e incluso particulares
que se acercan de modo habitual a los talleres de restauración. En Reino Unido
y USA no es únicamente el valor monetario del objeto, la parte sentimental es
muy importante para ellos.
Al año siguiente estuve en Florencia en el Archivio di Stato.
Allí conservan entre otras cosas, toda la colección documental que estaba en
los Ufizzi perteneciente a los Medici y que se vio afectada por el
desbordamiento del Arno en 1966. Aún hoy siguen limpiando barro de las obras
que resultaron dañadas. Tienen tanto, que para ellos es absolutamente habitual
trabajar con documentos del siglo XIV o XII, algo impensable en otros lugares del
mundo. Aunque he visto cómo valoran ese acervo y lo cuidan profundamente, poseen
tantos siglos de patrimonio que mantener y preservar, que es necesario
priorizar porque desgraciadamente los recursos son limitados.
En Francia es otra cosa… Están profundamente orgullosos de
su patrimonio y del mundo editorial. La bibliofilia y todo lo que está asociado
a ella son muy potentes. La literatura infantil y juvenil es una parte de ese
todo y está valorada como cualquier otro componente del mismo. Es uno de los
pocos lugares donde he visto talleres de restauración de libros especializados
en volúmenes infantiles.
En España lo vivimos de otra forma, un poco al modo italiano,
quizás con muchas ganas y buscando recursos.
R.B.: ¿El libro infantil es también una rara avis dentro del
mundo de la restauración? ¿Por qué?
M.M.: Es una rara avis porque al final, lo que se
restaura o se quiere preservar es aquella parte de los objetos o la cultura que
se considera importante en algún sentido. Por ello la divulgación y el
conocimiento de la riqueza que contiene la LIJ es un punto básico para asegurar
su buena preservación. Todo aquello que ayude a ponerlo en valor contribuye a reforzar
su mantenimiento. En realidad, los restauradores no “vemos esa temática” si no
se traduce en alguna particularidad específica tangible, ya que al enfrentarnos
a un trabajo, nos centramos en la parte matérica y simplemente tratamos de
asegurar su continuidad en el tiempo. Además, la profesión de
restaurador-conservador de libros como tal es una especialidad muy joven -poco
más de medio siglo- y aunque hay magníficos profesionales en nuestro país, aún
es muy minoritaria.
R.B.: Y para terminar, tres cosicas de monstruos... Tu juego
favorito, tu comida preferida y el libro que te ha llenado hasta rebosar.
M.M.: La muñeca (rayuela) y el rescate. Guisantes con jamón,
boquerones en vinagre, queso manchego curado y pan. Me encanta el pan. Libros hay
muchos quizás el último fue la serie de Harry Conejo Angstrom por la que conocí
a Updike. Los encontré en casa de mis padres por casualidad, me hizo gracia el
título. Una cosa muy tonta la verdad. Me encantaron y no podía parar de leerlos.
Así me di cuenta de quién era John Updike y el esplendoroso y lúcido retrato
que hizo de la sociedad americana. Ese señor escribe como los ángeles. De
pequeña tenía muchos libros y muchos favoritos. Tres de ellos: Las brujas de Roald Dalh, Momo y
Jim Botón y Lucas el maquinista de Michael Ende.
María Matesanz Benito (Madrid) estudió la licenciatura en Ciencias Biológicas por la UCM, pero como aquello le supo a poco se puso a estudiar un Máster en Restauración y Conservación del Patrimonio en Europa y Grado Conservación y Restauración, especialidad en Documento Gráfico por la ESCRBC de Madrid. Ha sido becaria FormArte en el IPCE y ha realizado estancias en diversos estudios privados e instituciones de restauración y conservación en Florencia, San Francisco y Londres. Conjuntamente ha cursado prácticas formativas en la Biblioteca Nacional de España y la Biblioteca Marqués de Valdecillas. Además, podemos añadir un Máster en Comunicación Digital y Multimedia y otro en Paisajismo y Jardinería, ambos por la UPM, y el grado de Técnico Superior de Artes Plásticas y Diseño de Gráfica Publicitaria por Arte 10 Madrid. Ha trabajado durante años como consultora ambiental en la empresa privada, realizando además variadas colaboraciones como docente, diseñadora gráfica y paisajista freelance.
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