En casa nunca tuvimos que esperar a la revolución de los “smartphones”
para hincharnos a hacer fotos. Mi padre siempre fue un apasionado de la
fotografía. Todavía me acuerdo cuando nos enseñó a usar su Yashica® en modo
automático. Mi hermana y yo nos lo pasábamos en grande echando fotos. No se
crean que lo hacíamos al tuntún, pues nosotros siempre hemos sido muy
considerados con eso del gasto estúpido y siempre buscábamos cosas curiosas y
que el encuadre quedara medio bien. Luego mi padre revelaba los carretes y se
apropiaba de nuestras instantáneas, a lo que nosotros, entre risas, le
llamábamos ladrón.
A pesar de ello, nunca hemos posado mucho, pues hemos
heredado la fotogenia de mi madre, es decir, completamente nula, pues para
lucirnos en una sola foto, debemos disparar unas tropecientas veces. No es algo
que me preocupe, pues tampoco pretende ganarme la vida como “it-boy” o como
modelo de cremas anti-edad. El caso es tener algún recuerdo, que siempre tiene
su aquel (nostálgico o vengativo) sacar el álbum tras la cena de Nochebuena (mi
tía siempre lo hacía y se hinchaban a reñir y a llorar).
Además, hora las cosas han cambiado mucho. Las fotografías
rara vez se disfrutan sobre papel, quedan a buen cobijo en las carpetas del
disco duro para chantajes u otras maldades, y poco más. Desde que los fotógrafos
florecen como champiñones (la era de la cámara digital ha abaratado y
simplificado mucho el proceso de inmortalizar los momentos), desde que
cualquier discoteca de mala muerte ya tiene fotógrafo oficial, desde que los
“photocall” cada vez son más recurrentes (bodas, bautizos y comuniones
mediante) y desde que los niños de siete años saben posar como auténticas
reinas del pop, parece que no se valora mucho el trasfondo de una bella instantánea.
Un craso error pues obtener una buena foto, no es moco de pavo, se lo digo yo
que de fotos sé algo.
Y así, con obturadores, diafragmas y objetivos varios,
llegamos hasta el álbum de hoy. Con un título bastante sugerente, ¡Patata!, del autor portugués Bernardo
P. Carvalho y publicado por la editorial Barrett –que lo está haciendo
fenomenal con esto del libro infantil-, no sólo nos habla de posados y tipos de
luz, sino que también se interna en los elementos del paisaje (me atrevería a
decir que es el único álbum que conozco que parte de ese hilo argumental), una
de las temáticas más conocidas de la fotografía.
Es así como llenos de colorido y con un sentido del humor
bastante absurdo pero muy cercano a los pequeños (me han recordado a una
familia mal avenida donde abundan las pullitas, los dimes y los diretes), Nube-cilla,
Mar-zon, Volcán-cillo, Sel-vota, Vient-ico o Arcoíris, disfrutan por salir en
la foto de los turistas con la mejor de las sonrisas.
Un libro pequeñito (me ha encantado el tamaño) dirigido a
los primeros lectores que tiene multitud de aplicaciones escolares (¿Un puzzle?
¿Comparar diferentes tipos de paisajes?), sin olvidar que el fin último es la
lectura y de paso, partirse de risa.
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