Vacaciones. Los críos tienen todo el tiempo del mundo para dormir, leer o jugar. Y sin embargo, se aburren como ostras. Una tendencia muy curiosa teniendo en cuenta que ni ellos son capaces de tener ideas con las que enredar el tiempo, ni sus padres se encuentran operativos para proponerles alternativas. Nadie sabe ingeniárselas. Y lo peor de todo es que he llegado a oír que muchos están deseando volver al colegio…
Todo esto es bastante comprensible. Teniendo en cuenta que los hijos únicos abundan más que nunca, que los padres tienen muy poco tiempo (o eso dicen los padres mientras lo invierten en el móvil) y que les conceden todos los caprichos (tengo alumnos que con catorce años han viajado más que yo) y nada les resulta novedoso, no me extraña.
Parece ciencia ficción, pero en absoluto. Creo que sería una idea excelente privar a los niños de tanta retribución. No para que se frustren y sufran una depresión galopante, sino para que empiecen a valorar lo que no tienen y empiecen a generar deseos reales y alcanzables. Una especie de bullicio interior que pueda explotar el día de mañana cuando ellos mismos saquen la varita mágica de la cartera y se los concedan gustosos gracias al sudor de su frente.
Y si además le dan a la manivela de la imaginación, mucho mejor. Inventar, crear, descubrir, planear o fantasear con uno mismo. Cualquier verbo que lleve implícito un poco de ingenio es bienvenido en este post vacacional y navideño en el que, en vez de estar todo el día con esos videojuegos terroríficos o emulando a la protagonista de Paseando a Miss Daisy, bien les valdría leer los libros de hoy y tomar ejemplo.
El primero es La visita, el flamante ganador de la última edición del Premio Compostela para álbumes ilustrados convocado por el consistorio gallego y la editorial Kalandraka. En él, Núria Figueras y Anna Font nos cuentan la historia de un pequeño zorro al que su madre deja solo en casa mientras ella se va en busca de alimento. Afuera cae la noche y el animal tiene miedo. No abrirá a nadie. Pero de repente llaman a la puerta. Es el silencio y como el zorro siente una enorme curiosidad, le deja entrar.
Así comienza una historia en la que los temores infantiles y el interés por lo desconocido bailan al unísono para crear un alegato al autoconocimiento, al diálogo interior y al juego de las dobleces. ¿Qué niño no se ha encontrado charlando animadamente con diferentes personalidades en un mismo cuerpo? ¿Poniendo voces, contextualizando situaciones?
La segunda propuesta de hoy se titula Encuentro al atardecer, un álbum de Sergio Andricaín y Roger Ycaza que ha publicado Océano Travesía los últimos meses. En él nos encontramos con un chavalín que juega en la soledad de su cuarto. De repente, una niebla cubre el espejo y comienza a hablarle. Es Dum, el fantasma que habita en la casa de Manuel. La amistad es inesperada y aguarda en cualquier baúl.
Amarillo, negro y blanco. Tres colores se combinan en un libro donde el dinamismo nos envuelve como por arte de magia mientras pasamos las páginas y hundimos nuestra nariz en ese humo que llena las guardas. Podríamos decir que texto e ilustraciones presentan cierta disyuntiva, pero quizá sería más apropiado hablar de la magia de lo equivoco, de lo que parece y no es, un sutil juego del que también forma parte el lector.
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