jueves, 14 de diciembre de 2023

¿Quién cuida al cuidador?


Mi padre es de esas personas a las que les encanta ir a su marcha. Sus películas, sus gallinas, su huerta, su bicicleta… Siempre se ha encargado de la compra, el atascaburras, el moje, el arroz y los gazpachos. Menos con la limpieza, mi padre se atreve con todo. A su manera, claro.
Una actitud la mar de positiva cuando llegan esos palos que te da la vida y tienes que resetearte. Empezar a poner lavadoras, tender la ropa, hacer la cama, fregar los platos, la ensaladilla, el cocido, las lentejas. Y ¡voilá!, en unas cuantas semanas, te conviertes en un experto en dar cuidados. Una realidad que se repite en muchos hogares donde la enfermedad aparece repentinamente. Uno se pone al cargo de todas las tareas domésticas, la burocracia y las visitas médicas, a la par que acompaña al enfermo a lo largo del día.


Si bien es cierto que algunas personas tienen algo de asueto gracias a la asistencia domiciliaria, otros familiares o diferentes terapias, la mayor parte de los cuidadores ven empeorada su calidad de vida en pro del otro, ese al que cuidan. La balanza alcanza difícilmente un equilibrio desde el que es posible despeñarse. El cuidador se puede romper antes de tiempo y los problemas pasan a ser dobles.
Desgaste físico, estrés, depresión, pérdida de independencia… Se estima que en España el 34% de los cuidadores no profesionales sufren alguna patología derivada de su status, también conocido como síndrome del cuidador, un porcentaje nada desdeñable teniendo en cuenta que la mayor parte del sistema no se acuerda de ellos.
Del mismo modo, muy pocas entidades y organizaciones consideran el duelo múltiple que sufren estas personas y en el que se incluye la pérdida del ser querido, la pérdida de la relación que tenía con el allegado (más difícil todavía en el caso de las enfermedades neurodegenerativas) y la pérdida de sus actividades personales.


Algunos apuestan por el egoísmo, ponerse al margen, evitar esa dependencia a la que tanto vuelo se ha dado. Mi punto de vista considera más importante el cuidado recíproco, del cuidador al enfermo y del enfermo al cuidador. Ser generoso y responsable. Y si este no puede por su pérdida de consciencia, tejer redes de cuidados con otras personas, cercanas o ajenas. Concederse un café al sol de la tarde, un masaje o un paseo vespertino. Toma y daca, así deben ser los cuidados.


Enlazo así con El diminuto señor Cuidados un álbum de Carles Manrique y Yael Frankel recién editado por La Topera. La historia es pequeñita, como su protagonista. Relatada por su hijo, nos habla del pequeño señor Cuidados, un hombre que va entregando cartas a todos los vecinos del barrio. También da de comer a las palomas y cuida de su hijo en sus ratos libres. Un hombre con cara de bonachón que siempre sabe sacar una sonrisa a los demás.


Aparentemente sencilla, el autor indaga en el sacrificio personal como vía de enriquecimiento humana, como una forma de amor al ser querido y al prójimo. Al mismo tiempo, plantea interrogantes sobre unos gestos cariñosos que se convierten en obligación, o esa necesidad de dar y recibir.


Con unas ilustraciones donde el espacio y los tonos cálidos nos acercan al amor paterno y comunitario, Yael Frankel nos muestra una acción muy tranquila y candorosa donde la composición y los gestos son la clave para entender algunos datos ocultos (¿Quién escribe las cartas que reciben los vecinos?) y sonreír entrañablemente. 

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