Sé que más de una me va a cancelar hoy, incluso alguna agencia de verificación me pondrá en sus listas negras. Pero me da igual. Que digan misa. Si tanto abogan por la libertad, he aquí la mía.
Punto número uno. No me gusta nada Eurovisión. Me parece hortera y casposo a más no poder. No tiene clase ni forma parte de subcultura alguna. Y desde que el brazo televisivo del gobierno se ha inventado el Benidorm Fest para aglutinar a todos esos eurofans en una suerte de Torremolinos Pride, menos todavía.
Punto número dos. No me gustan la mayoría de los artistas que participan en este concurso. De segunda, tercera o cuarta categoría. Una mitad necesita darse a conocer, la otra mitad, pagar sus facturas, y los más despistados, se meten en el ajo porque su manager o la discográfica de turno no saben lo que se pescan.
Punto número tres. Nunca hubiera votado por la canción que representará a TVE en el concurso. Por muy pegadiza que sea, es de calidad dudosa. La defienda el sátrapa de la Moncloa, Inés Hernand o la Virgen del Rocío, me resulta vacua, banal e inerte. Luego dicen del reggaetón, pero la letra de esta canción bebe de la demagogia y basura más pura, más si cabe cuando la imagen que proyecta de la mujer es la del barriobajerismo más insano.
Punto número cuatro. La palabra “zorra” no tiene cabida en mi diccionario. La utilizo muy poco. Mis amigos, hombres, tampoco. De hecho, la escucho más entre las mujeres que me rodean. No me vale que se adueñen de ella los mamporreros del régimen y nos la endiñen como si de un arma arrojadiza se tratara, alegando empoderamiento y reivindicando el falso heroísmo.
Podríamos hablar de otros elementos muy interesantes como que todo este espectáculo se dirige a un público eminentemente formado por hombres (¿paradójico, no?) homosexuales (pan y circo para mis votantes) o que son muchas las asociaciones de feministas que han pedido su retirada del circuito, pero yo voy a lo mío, que son los libros.
Por eso mismo, hoy me sumerjo en El libro de los cerdos, el ya clásico álbum de Anthony Browne que ha rescatado Kalandraka hace unos meses y que todavía no he destripado en esta casa de monstruos. Publicado anteriormente en Fondo de Cultura Económica, esta historia familiar en la que una madre, harta de la explotación doméstica a la que su marido y churumbeles le propinan a diario, decide desaparecer y dejarlos rebozándose en su pocilga.
Venerado por todas las amas de casa de este planeta y por quienes consideramos que las tareas domésticas no son exclusivas de las mujeres, este libro supuso un antes y un después en la imagen que las mujeres proyectaban en el universo del álbum ilustrado, una de las muchas denuncias sociales por las que el autor inglés ha sido considerado un pionero en ciertas temáticas.
Si bien es cierto que las cosas han cambiado en muchos hogares desde que se publicó por primera vez, allá en 1986, todavía sigue vigente como punto de partida para la reflexión individual, familiar y colectiva sobre la igualdad y los estereotipos de género.
Además, hay que tener en cuenta todas esas referencias y recursos narrativos que este genio del álbum incorpora en la mayoría de sus obras.
Metamorfosis graduales en los personajes (pura magia), guiños en el mobiliario (fíjense en enchufes, pomos de puertas, el papel pintado de las paredes y el menaje del hogar), secuenciaciones monótonas y sombrías en las que una madre de rostro oculto realiza tareas repetitivas, imágenes que se desbordan en la doble página y otras que se constriñen por marcos, cuadros famosos (¿Ven ese en el que falta un personaje? ¿Quién es?), elementos surrealistas con mucho significado (sombras y árboles), tapa y contratapa como elementos peritextuales… Sean zorras o cerdos, no se pierdan este libro.
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