miércoles, 27 de octubre de 2010

De gallegos


A todos los gallegos, que no son pocos.

Muerto el pulpo Paul más de uno habrá quedado huérfano de molusco que haga las veces de adivino y revele el final de cada competición futbolística… Aunque, si por mi hubiera sido y atendiendo a mis deseos gastronómicos, el dichoso pulpo hace tiempo que hubiese sido cocido en una olla de cobre, troceado, dispuesto sobre una capa de patata y sazonado con aceite de oliva, pimentón y sal gorda. Que gallega tengo la panza. Y el corazón.
Lo primero viene de familia, que no de casta. Me explico. Mi señor padre sufrió el servicio militar allá donde Cristo perdió la boina, hablando claro, en El Ferrol, y mientras mataba el tiempo, aprendió de las bonanzas de los guisos gallegos.
Lo segundo ya es más poético, por no decir literario… Escuchen: pese a mi metódico adiestramiento (¿bajo qué científico no subyace un coleccionista?) no soy partidario de los casilleros (recuerden que los panales los inventaron las abejas), y mucho menos de los lingüísticos y literarios. Los libros, hayan sido escritos en vasco, búlgaro, alemán, catalán o gallego, no dejan de ser el mero espejo de la vida y por tanto, de cualquier hombre, por lo que un servidor, prefiere leer a estar todo el día a la gresca con unos y otros (cosa rara si se percatan de mi frecuente ansia de polémica). Sea en bable, gallego o payés, la cuestión es leer, y si no podemos, ya procurará el traductor que lo hagamos, que también se merece un sueldo… Se suponía que, por no comprender el gallego, tenía que resignarme a ignorar ciertos libros, menos mal que la “consideración” (entrecomillemos, que el lenguaje nos concede ciertas licencias no muy decorosas…) de algunas editoriales da a luz a obras como Memorias de un niño campesino, de Xosé Neira Vilas, con ilustraciones de Xosé Covas (Kalandraka), para que nos perdamos entre los maizales, gaitas, llenemos los hórreos, y nos inyectemos empanada en vena mientras la lluvia moja nuestros zuecos… es por eso que hoy, soy gallego y mañana, Dios dirá… Aunque les advierto que nunca puedo serlo del todo por faltarme algo: si arriman la oreja al pecho de un gallego, olvídense del latido cardiaco, se oye el rumor de las olas.

13:00 p. m.: Menos mal que la inspiración no me abandona. ¡Lástima no ser Arturo Pérez-Reverte!

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