Dejando atrás un domingo de membrillos, membrillas, elecciones primarias, ganadores y perdedores, sólo cabe hablar de esa paradoja llamada “suerte”.
Hagámoslo pues.
De sobra sabemos que tras la suerte de unos se encuentra la desgracia de otros, aunque a veces el azar se gaste una buena jugada y lo que en un principio se figuraba un buen crujir de dientes pueda mutar en la mejor de las casualidades y avale eso de “lo que viene, conviene”. “No hay mal que por bien no venga” dicen los viejos para paliar el descontento del poco agraciado, pero meditándolo con descanso y buena lógica, concluiremos que la suerte de la fea la guapa la desea… Bien sea por infortunio, avaricia o envidia, casi todos opinamos que un poco más de suerte no nos vendría mal; el fastidio es el de contentar a todo bicho viviente, dura tarea para la providencia, incapaz de un reparto equitativo, más aún cuando para cultivar la buena estrella es necesaria una bien amueblada cabeza. En cualquier caso seamos solidarios y compartamos más alegrías que penas que, cuando todas las desgracias vienen a una, mal no viene una pizca de la suerte infinita que muchos se granjean, en la mayoría de los casos por obra humana más que divina.
Tema complejo donde los haya, sobre todo por esa naturaleza híbrida que mana de lo místico y lo mundano, lo mejor es dejarse ilustrar por uno de esos libros ilustrados que tanto gustan al personal que visita este lugar… Bruno, la oveja sin suerte, un título de la francesa Sylvain Víctor (editorial Océano Travesía) que versa sobre los pormenores del que cree ser desgraciado y de los que, supuestamente, tienen una flor en el culo.
Para terminar y pese a quien pese, déjenme decir que, a menos que hayan nacido en mitad de una guerra civil congoleña o a orillas de la taiga siberiana, olviden todo esoterismo y trabajen su misma suerte, esa capaz de labrar una mejor vida, de progresar a pesar de esos tropiezos que nos hacen caer en la desesperanza.
Hagámoslo pues.
De sobra sabemos que tras la suerte de unos se encuentra la desgracia de otros, aunque a veces el azar se gaste una buena jugada y lo que en un principio se figuraba un buen crujir de dientes pueda mutar en la mejor de las casualidades y avale eso de “lo que viene, conviene”. “No hay mal que por bien no venga” dicen los viejos para paliar el descontento del poco agraciado, pero meditándolo con descanso y buena lógica, concluiremos que la suerte de la fea la guapa la desea… Bien sea por infortunio, avaricia o envidia, casi todos opinamos que un poco más de suerte no nos vendría mal; el fastidio es el de contentar a todo bicho viviente, dura tarea para la providencia, incapaz de un reparto equitativo, más aún cuando para cultivar la buena estrella es necesaria una bien amueblada cabeza. En cualquier caso seamos solidarios y compartamos más alegrías que penas que, cuando todas las desgracias vienen a una, mal no viene una pizca de la suerte infinita que muchos se granjean, en la mayoría de los casos por obra humana más que divina.
Tema complejo donde los haya, sobre todo por esa naturaleza híbrida que mana de lo místico y lo mundano, lo mejor es dejarse ilustrar por uno de esos libros ilustrados que tanto gustan al personal que visita este lugar… Bruno, la oveja sin suerte, un título de la francesa Sylvain Víctor (editorial Océano Travesía) que versa sobre los pormenores del que cree ser desgraciado y de los que, supuestamente, tienen una flor en el culo.
Para terminar y pese a quien pese, déjenme decir que, a menos que hayan nacido en mitad de una guerra civil congoleña o a orillas de la taiga siberiana, olviden todo esoterismo y trabajen su misma suerte, esa capaz de labrar una mejor vida, de progresar a pesar de esos tropiezos que nos hacen caer en la desesperanza.
1 comentario:
trabajando trabajando, sobre el destino, sobre nuestros pasos, que la suerte la hecemos nosotros. Un abrazo.
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