Siento un profundo
respeto al mar, al océano. Soy hombre de secano, y eso se nota. Vivo
acostumbrado al firme de la tierra en vez de al vaivén de la olas.
Si a ello añaden que aprobé “Mecánica de fluidos” a la sexta,
tuve tiempo para darme cuenta de cuán compleja es la naturaleza del
agua, el líquido por excelencia, que por más que deseemos
supeditarlo a nuestra voluntad, quieto no queda.
Sin contar el vikingo
(Diríjanse a mi primera papilla, para más detalles), he viajado dos
veces en un barco. La primera me dejé llevar por un regimiento de
adolescentes italianos y fue hasta divertido (¿Para qué
ambientarles si se lo pueden imaginar?), la segunda hubo marejada y
mi endolinfa nunca me lo perdonará (Uno no sabe dónde agarrarse ni
qué vomitar. Sólo maldices el día en el que accediste a ello). Con
ello les quiero decir que ni se les ocurra sugerirme un crucero
vacacional. Ya saben mi respuesta por mucha promesa o cena del
capitán que me ofrezcan: yo me quedo anclado en el continente y
ustedes verán.
Llámenme exagerado o
cobarde, pero un servidor, que ha conocido bastantes lobos de mar,
sabe de sobra que la vida marítima no es moco de pavo... que eso de
chupar meses de camarote no puede ser bueno ni para la moral ni para
el cuerpo. Y por si no tuvieran bastante, viven marcados por una fama
inmerecida de alcohólicos, proxenetas y tunantes.
Y mientras van pensando
en las mieles del océano (yo con una barquita me conformo), hoy les
traigo uno de esos álbumes tan hermosos a los que Roberto Innocenti
nos tiene acostumbrados. Mi barco era la sorpresa que
Kalandraka nos guardaba de cara al verano. Y digo sorpresa porque
este libro tiene mucha vela (nunca mejor dicho).
En primer lugar decir que
llama mucho la atención este híbrido que oscila entre la ficción y
la no ficción, una mezcla que cada vez se utiliza más en el álbum
informativo. Esto probablemente se puede deber a la recreación
argumental y atmosférica que favorezca la asimilación de contenidos
no ficcionales por parte del lector, o quizá para crear una
diversificación que permita llegar a más tipos de lectores, por
otro lado. En el caso que nos ocupa, me decanto por el primero, ya
que el gran Innocenti hace cierta diferenciación física entre la
ficción (primera parte del libro) y la no ficción (páginas
finales).
No obstante, hay que
llamar la atención, y como sucede en muchos otros casos de ficción
realista, sobre la imposibilidad de alejarse completamente de un
contexto, sobre todo histórico, cuando hablamos de literatura.
Cuando la acción se desarrolla en una época determinada, se añaden
detalles interesantes, otros conocimientos adicionales al hilo
argumental que siempre han de tenerse en cuenta puesto que las
creaciones humanas en la mayor parte de las ocasiones son eco del
mundo que nos rodea. Esto se puede observar en ese viaje al pasado
que nos hace el autor italiano al recorrer un siglo XX lleno de
contiendas bélicas (la guerra civil española incluida).
Para no destriparles más
este libro / manual de navegación, les invito a que buceen entre sus
páginas y descubran los mil y un detalles a los que la mano de
Roberto Innocenti nos tiene acostumbrados. Sus perspectivas
cinematográficas y su colorido algo naïf (a veces me recuerda a
Henri Rousseau) me gustan más conforme pasan los años, más todavía
en este barco en el que sí puedo viajar sin riesgo de zozobrar.
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