En ocasiones algunos de ustedes me reprochan que no presto
mucha atención al álbum patrio. Que si este libro le encanta a los niños. Que
tiene mucho éxito y no lo he incluido aquí. Que parece mentira… Entiendo sus
quejas, pero evidentemente tengo dos limitaciones. La una se refiere a mis prioridades
y la otra al tiempo del que dispongo. Sobre el tiempo decirles que lo intento
optimizar (lo primero es comer). Sobre mis prioridades comentarles que, a pesar
de reconocer que siento afinidad por los autores del entorno anglosajón, trato
de diversificar mucho los contenidos. Independientes, comerciales, españoles,
extranjeros..., la mayoría está presente en este habitáculo de monstruos.
De esto mismo hablaba el otro día con una colega, cuando
súbitamente me increpó (porque esta es más vehemente que un servidor) “A ver,
dime un álbum español que te haya gustado y por qué”… Rápidamente caí en La leyenda de Don Fermín, el último
libro de Manuel Marsol (editorial SM) con el que me había topado en la librería
hace unos días. Le expuse mis razones brevemente y, aunque quedó medio
convencida, le prometí que haría una defensa más extensa sobre este libro. He
aquí esta reseña.
Tenemos un libro “made in Spain”. Autor y editorial
españolas. Pero ¿es eso suficiente? No, hay algo más... En primer lugar hay que
explicar que este libro nace tras el premio que Manuel Marsol recibe de la Fundación
SM en la Feria de Bologna por su trabajo en Yôkai
(junto a Carmen Chica, editorial Fulgencio Pimentel), un premio con una buena
dotación económica que permite a los receptores elaborar un libro con cierta
calma (lo de la presión se lo tienen que preguntar a ellos).
En segundo lugar hay que llamar la atención sobre la
directriz básica que la editorial da al autor para la elaboración de su álbum: el
libro debe estar basado en un cuento o leyenda popular del país de origen del
ganador, en este caso español. Esta premisa además de ser el nexo conector
entre los títulos de los diferentes ganadores, me parece muy apetecible ya que
intenta relacionar la narración oral con la literatura y el álbum, poner de
manifiesto que toda literatura bebe de un patrimonio común, que tradición y
actualidad van unidos de la mano.
La tercera razón por la que me encanta este libro es porque
Manuel Marsol contextualiza dicha leyenda en un mundo tardo-medieval con clara
influencia barroca, es decir, la embebe de nuestra esencia más ibérica ya que
es el periodo de la historia de nuestro país que más clara influencia ha dejado
en nuestra idiosincrasia e identidad españolas (humor, oscurantismo, diversión…),
es por ello que es fácilmente asimilable por cualquier lector de aquí o
foráneo.
En cuarto lugar hay que destacar todas las referencias culturales
que aparecen en este libro. Desde la Fuente de los Leones de la Alhambra, las
pinturas rupestres de Altamira, los guiños al arte románico (me encanta el
detalle de las columnas trenzadas), el juego de la rana (¿difícil, eh?), las
fiestas de gigantes y cabezudos, el Don Juan Tenorio de Zorrilla, los paisajes
yermos de las dos Castillas, el azul de nuestro cielo, el toro de Osborne,
sotanas y guiñoles, un Don Quijote derrotado por los molinos de viento, o la
sota, el caballo y el rey de la baraja española, llenan las páginas de un libro
que puede utilizarse en otras latitudes para enseñar pinceladas de nuestro
patrimonio a estudiantes de español. Si a ello unimos que el ilustrador toma
prestadas situaciones y personajes de cuadros como La gallina ciega y El aquelarre
de Goya, la Juana la Loca del cuadro de Pradilla (El entierro de Felipe el Hermoso), El bufón el Primo o el Nicolasito Pertusato que aparece en Las Meninas ambos del genio Velázquez,
la cosa se sale por los cuatro costados (¡Lo que me gustan estas “art
coincidences”!).
Por último, destacar que toda la acción gira en torno a los
recuerdos de niñez del propio Marsol, unos con los que me siento muy
identificado, no sólo por el coche (si sus padres tenían un Golf los míos
tenían un Visa), sino por el “puebling” de fin de semana.
He aquí las razones por las que este libro está aquí, algo
de lo que me alegro, más que nada porque me ha hecho reflexionar sobre España
desde una perspectiva estética… Quiero a mi país. Y no me avergüenzo de ello. Es
el que mejor conozco. Tiene sus cosas buenas. También sus cosas malas. Ninguno
es perfecto, pero con este, al menos, comparto mucho. Y eso, ya es bastante.
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