Parece ser que entre hoy y mañana arribará el verano a
nuestras tierras, y aunque me resista a cantar victoria (teniendo en cuenta el
año que llevamos, cualquier prudencia es poca), ya voy teniendo ganetas de sol
y aventuras. El estío se llena de bicicletas y caminos inexplorados, de
percances con las olas, de volteretas en mitad de los prados, gente por conocer
o riñas con los amigos de correrías. ¿Quién no ha tenido un amor playero? ¿Quién
no ha enjugado las lágrimas de la despedida? No contesten todavía, porque
seguro que el libro de hoy les inspira más emociones compartidas…
Antes de destripar el libro de hoy, una pequeña nota
recordatoria... Desde un tiempo a esta parte, en el entorno de la LIJ se ha
despertado cierto debate en torno a los libros de emociones, unos foros de
discusión en los que un servidor, amante de las polémicas, ha ido metiendo el
cuezo (aquí tienen este artículo y este otro). Entre otras cosas, he apuntado que,
alejándonos de estos libros con cierta vis comercial, también podemos encontrar
otros libros que, desde una experiencia más plena, literaria y estéticamente hablando, nos lleven a buscar,
identificar y sobre todo reproducir el amor, el odio, la envidia, la tristeza,
la alegría, y toda esa suerte de sentimientos que se defienden desde la
perspectiva de la llamada inteligencia emocional, tan de moda –y no por ello
menos interesante- en los círculos educativos de última hornada. Y como me
retracto poco, ya lo saben, he aquí un bello ejemplo.
Vacaciones, el
último libro de Blexbolex (Bernard Granger para los conocidos) editado en
nuestro país por Libros del Zorro Rojo, es un libro enorme a pesar de sus dimensiones
(de tamaño parecido a su Romance y bastante
más pequeño que sus Estaciones).
Empezando por el argumento (las vacaciones que una niña disfruta junto a su
abuelo en una casa de campo se ven truncadas por la llegada de un invitado muy
especial, un pequeño elefante) y terminando por el papel de las páginas (me
encanta esa delicada rugosidad), es un libro redondo.
En primer lugar, veamos algunos puntos interesantes en lo
que a aspectos técnicos se refiere… Si en anteriores ocasiones el autor francés
prefería alternar lenguaje verbal y gráfico en unos formatos cercanos a los
imagiarios, esta vez se decanta por una historia sin palabras con tanta enjundia (les afirmo que en breve pasará a engrosar esta selección) que ha sido alabada por diferentes sectores de las narrativas gráficas
como el del libro-álbum o la novela gráfica.
Sobre la selección de recursos estéticos y narrativos, podríamos
destacar un par… Por ejemplo la elección de una paleta de color que fluctúa de
la calidez a la agitación, y del día a la noche, toda una suerte de tintas
medias que visualmente ya nos dicen mucho de lo que acontece y que nos ayudan a
sumergirnos en esa atmósfera cargada de sensaciones personales. También debo
apuntar a la composición de las páginas, una que el ilustrador lleva a cabo
utilizando una superposición de viñetas con formas geométricas básicas
(redondas, cuadradas o rectangulares) y sin pasillos/calles que las delimiten,
que por un lado se pueden relacionar con la tradicional secuenciación temporal
del cómic, pero por otro me transportan al recurso sobre el que se basa el Aquí de Richard McGuire.
En cuanto a su contenido y sin profundizar en el mensaje que
se nos abre en cada página (les aviso de que hay mucha intensidad en esta
historia íntima y bien hilada que se desborda en cada detalle), me centraré en
tres cuestiones (a mi juicio, básicas) que articulan esta obra: lo fantástico,
lo metafórico y lo emocional.
En lo que a la fantasía se refiere podemos decir que Vacaciones es un reflejo de cómo
funciona la mente infantil, de cómo magnifica los acontecimientos, de cómo
revisita los mundos surreales e idealistas y de cómo percibe un entorno que,
pudiendo ser cotidiano, también está habitado por momentos y personajes que se
escapan de lo racional. El niño crea este universo para entenderse mejor a sí
mismo y todo lo que le rodea, para construir ideas válidas y competentes con
las que crecer y sobrevivir.
En segundo lugar hay que hablar del autor y la metáfora… Es
así como Bernard critica desde su posición de espectador, la xenofobia y la
intolerancia entre iguales, porque aunque no lo parezca, este libro nos guarda una sorpresa final (¿Recuerdan de donde proceden los elefantes? Echen mano de Google... Y fíjense bien en ese personaje proboscídeo, porque en el algún punto del libro sufrirá un cambio...). Es así, como nos habla de los choques culturales, de cómo enriquecen y de cómo emergen los enfrentamientos entre las diferentes facciones. En este punto decir que me encantan el sueño revelador y lo
coral de la fiesta de disfraces, en la que todos llevan máscaras de animales.
Por último hablaré del diálogo que el libro establece con
nosotros mismos, los lectores. Los estados anímicos de los personajes, sus
emociones, dialogan con la empatía del lector, somos capaces de identificarnos
con ellos a pesar de las líneas sencillas que los definen, nos conmueven y nos
hacen meditar sobre ello desde una perspectiva ajena y principalmente expositiva.
No se sacrifican puntos de vista y la balanza va de un lado a otro
alternativamente, posturas encontradas pero necesarias, se estira y se afloja
para todo el elenco de actores que lo vertebran. Eso es lo que más me gusta:
construir mi propio mensaje y dejarme de discursos manidos.
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