Desde
tiempos inmemoriales los humanos hemos preferido ejercitar la musculatura en lugar
de sacarle partido al cerebro. Seguramente, en nuestro pasado como
cazadores-recolectores tenía más sentido
mantenerse en forma, pero hoy día, cultivar cuerpo y mente a partes iguales se
antoja más útil… Si ponemos a raya esos quilos de más que se acumulan bajo el
pellejo y enmascaramos nuestra fisionomía de un componente estético, ¿por qué no
dotar a la materia gris de fuerza y ligereza? Aunque sean escépticos al
respecto, todos somos capaces (con nuestras limitaciones, por supuesto: la
naturaleza es la que es…) de moldear nuestra forma de discurrir haciendo uso de
actividades memorísticas, manualidades o juegos de preguntas y respuestas.
Hay
millones de recetas, dietas, tablas de ejercicios y propuestas que tonifican
nuestra corteza cerebral, pero sin duda, el mejor modo para hacerlo es
sirviéndonos de la imaginación, esa gran compañera que, aunque en muchas
ocasiones nos aísla de la cruda realidad, también saca brillo a lo viejo,
renueva el color de los pensamientos, aviva la agilidad y reordena lo que
guardamos en la azotea.
Seguramente
pensarán que mi mente de niño se apodera de un cuerpo ya madurito, pero lo
cierto es que, como muchos estudios apuntan, aquellas personas que dejan rienda
suelta a su creatividad viven más y mejor, tienen un éxito social mayor,
destacan en la parcela laboral y son capaces de desarrollar nuevas y útiles
herramientas y comportamientos que hacen más sencillos sus quehaceres
cotidianos. Es por ello que debemos inculcar en edades tempranas el desarrollo
de la imaginación y fomentar aquellas actividades que se relacionen
directamente con ella como son las disciplinas artísticas, la lectura, la
narración oral y el ejercicio físico al aire libre (seguramente algún pedagogo
les hable de alguna más).
Una
prueba de la importancia que la fantasía tiene sobre los más pequeños es la
gran cantidad de álbumes ilustrados que llenan los estantes de bibliotecas y librerías
y que toman como excusa la capacidad de inventar mundos nuevos, de soñar con lo
desconocido, idear historias diferentes, imposibles.
Aunque muchos discrepan sobre la capacidad del libro ilustrado para fomentar la imaginación (algunos prefieren el poder evocador de la palabra a la evidencia de la ilustración), sí que la comunión entre texto e imágenes es un buen hilo conductor para exponer la relación que, explícitamente hay entre realidad y ficción. Prueba de ello son el Imagina de
Aaron Becker, En el desván de Hiawyn Oram y Satoshi Kitamura, El
sonido de los colores de Jimmy Liao, Harold y el lápiz morado de Crockett
Johnson, el Olivia de Ian Falconer o el No es una caja de Antoinette
Portis, muchos títulos que exploran la capacidad imaginativa y el poder
de unos niños que utilizan como excusa lo más inverosímil para divertirse. La
misma estela que sigue Luna y la habitación azul de Magdalena Guirao Jullien
y Christine Davenier (Editorial Corimbo), un libro que nos presenta a Luna, una
niña que visita a su abuela y a la que le encanta perderse en una habitación
cuyas paredes están empapeladas de aventuras en rojo y azul.
No hay comentarios:
Publicar un comentario