lunes, 16 de marzo de 2015

La imaginación en los libros ilustrados


Desde tiempos inmemoriales los humanos hemos preferido ejercitar la musculatura en lugar de sacarle partido al cerebro. Seguramente, en nuestro pasado como cazadores-recolectores tenía  más sentido mantenerse en forma, pero hoy día, cultivar cuerpo y mente a partes iguales se antoja más útil… Si ponemos a raya esos quilos de más que se acumulan bajo el pellejo y enmascaramos nuestra fisionomía de un componente estético, ¿por qué no dotar a la materia gris de fuerza y ligereza? Aunque sean escépticos al respecto, todos somos capaces (con nuestras limitaciones, por supuesto: la naturaleza es la que es…) de moldear nuestra forma de discurrir haciendo uso de actividades memorísticas, manualidades o juegos de preguntas y respuestas.
Hay millones de recetas, dietas, tablas de ejercicios y propuestas que tonifican nuestra corteza cerebral, pero sin duda, el mejor modo para hacerlo es sirviéndonos de la imaginación, esa gran compañera que, aunque en muchas ocasiones nos aísla de la cruda realidad, también saca brillo a lo viejo, renueva el color de los pensamientos, aviva la agilidad y reordena lo que guardamos en la azotea.


Seguramente pensarán que mi mente de niño se apodera de un cuerpo ya madurito, pero lo cierto es que, como muchos estudios apuntan, aquellas personas que dejan rienda suelta a su creatividad viven más y mejor, tienen un éxito social mayor, destacan en la parcela laboral y son capaces de desarrollar nuevas y útiles herramientas y comportamientos que hacen más sencillos sus quehaceres cotidianos. Es por ello que debemos inculcar en edades tempranas el desarrollo de la imaginación y fomentar aquellas actividades que se relacionen directamente con ella como son las disciplinas artísticas, la lectura, la narración oral y el ejercicio físico al aire libre (seguramente algún pedagogo les hable de alguna más).



Una prueba de la importancia que la fantasía tiene sobre los más pequeños es la gran cantidad de álbumes ilustrados que llenan los estantes de bibliotecas y librerías y que toman como excusa la capacidad de inventar mundos nuevos, de soñar con lo desconocido, idear historias diferentes, imposibles. 
Aunque muchos discrepan sobre la capacidad del libro ilustrado para fomentar la imaginación (algunos prefieren el poder evocador de la palabra a la evidencia de la ilustración), sí que la comunión entre texto e imágenes es un buen hilo conductor para exponer la relación que, explícitamente hay entre realidad y ficción. Prueba de ello son el Imagina de Aaron Becker, En el desván de Hiawyn Oram y Satoshi Kitamura, El sonido de los colores de Jimmy Liao, Harold y el lápiz morado de Crockett Johnson, el Olivia de Ian Falconer o el No es una caja de Antoinette Portis, muchos títulos que exploran la capacidad imaginativa y el poder de unos niños que utilizan como excusa lo más inverosímil para divertirse. La misma estela que sigue Luna y la habitación azul de Magdalena Guirao Jullien y Christine Davenier (Editorial Corimbo), un libro que nos presenta a Luna, una niña que visita a su abuela y a la que le encanta perderse en una habitación cuyas paredes están empapeladas de aventuras en rojo y azul.


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