El otro día, durante la guardia de patio, charlaba con el
Francis sobre los alumnos. Los destripamos convenientemente y sin piedad. No es
que fuésemos ofensivos (eso es para otro tipo de profesorado), pero sí
llamábamos a las cosas por su nombre, que para eso están las palabras: para
usarlas. Hablábamos de tipologías de alumnos, de subconjuntos y taxonomía (que
así suena más fino). De alumnos convencionales (suelen ser bastante aburridos y
los preferidos por ese tipo de profesores que no quieren cuestionarse su labor)
y de alumnos no tan convencionales.
Yo dije que me encantaban pues pueden enriquecerte más que
los otros. Que les pueden colgar el sambenito que quieran. Ellos van a su bola,
cultivan distintas parcelas del saber (aunque a nosotros nos parezcan inútiles)
y desarrollan sus universos particulares, paralelos. Y sobre todo son
creativos, pues era algo que llevaba constatando desde hace años. El Francis me
dio la razón como a los tontos (se pensaría que estaba tratando con un camarero
al que debe caer simpático) a lo que yo continué metiendo algo de cizaña… “Pero
no te creas, nene, que estos chiquillos, a pesar de tener un mundo interior tan
rico, emocionalmente tienen las de perder, pues el sistema está montado para lo
mayoritario, que aunque a mí me parezca insulso, siempre tiene más aceptación”.
Acto seguido saltó el Francis y me dijo que cómo soy, que siempre me percato del
lado miserable de las cosas. Yo sonreí y seguí con el paseo, esperando que
algún crío más raruno que yo me asaltara con una de sus ventoleras.
Ipso facto me vino a la cabeza un título de Édouard Manceau,
¡Gracias, señor Viento! (Fondo de
Cultura Económica), no por lo ventoso, sino por otras razones.
Aunque a priori el pequeño álbum para prelectores (¡Recomendadísimo a todos los maestros de Educación Infantil pues tiene grandes posibilidades!) no parece tener nada que ver con esta disquisición, creo que sintetiza muy bien la idea del espíritu creativo, uno que surge del mero azar, de las asociaciones de ideas aparentemente valientes, de la belleza por lo sencillo, incluso del caos. Pues así son este tipo de alumnos: impredecibles, volubles, juguetones y extravagantes. Vuelan como él, recogiendo en su camino papeles de colores, buscando formas con las que contarnos que la fantasía y lo improbable, siempre se unen en un abrazo. Para traernos hermosas sorpresas (rimadas, en el caso del libro) con las que alegrarnos el corazón y hacernos la vida más ligera y amable.
Aunque a priori el pequeño álbum para prelectores (¡Recomendadísimo a todos los maestros de Educación Infantil pues tiene grandes posibilidades!) no parece tener nada que ver con esta disquisición, creo que sintetiza muy bien la idea del espíritu creativo, uno que surge del mero azar, de las asociaciones de ideas aparentemente valientes, de la belleza por lo sencillo, incluso del caos. Pues así son este tipo de alumnos: impredecibles, volubles, juguetones y extravagantes. Vuelan como él, recogiendo en su camino papeles de colores, buscando formas con las que contarnos que la fantasía y lo improbable, siempre se unen en un abrazo. Para traernos hermosas sorpresas (rimadas, en el caso del libro) con las que alegrarnos el corazón y hacernos la vida más ligera y amable.
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