Esta semana, con esto de padecer del tracto digestivo (se ve
que virus de toda condición se han expandido de lo lindo durante este invierno)
y los tristes recuerdos que me vienen a la cabeza, me sale la vena tierna. Y es
que cuando uno está malico tiene ganas de caricias y carantoñas, de besos y
abrazos (siempre con precaución, que a la más mínima gota de saliva, gastroenteritis
o gripe que te crió). Ponemos el modo bebé “on” y buscamos cobijo y protección.
Los hay que los hallan en manos de los médicos (esta opción tan fría no me
vale), otros en el Tinder (de todo hay en la viña del Señor), y los más
clásicos, en los brazos de una madre (¡No hay parangón!).
Por lo general mi madre siempre le quita hierro al asunto. “No
seas exagerado” “Nadie se ha muerto de esto” o “dentro de un par de días, como
nuevo” (siempre sin empalagues, que esta mujer es mu’ seria). Sin embargo mi
padre es más dramático (es lo que tienen los hipocondriacos, que acaparan
desánimos) y prefiero que cierre el pico (aunque se preocupe) a ponernos
nerviosos. Está claro que hay gente que sabe cuidar mejor a los enfermos que
otra (¿Entre cuáles me contaré yo?).
El caso es que hoy les traigo un libro bien tierno, uno de
esos que en el mundo anglosajón rompen moldes desde hace más de 25 años, de
esas historias sencillas que dicen mucho, hablan poco, y que casi siempre
tienen razón. Las tres pequeñas lechuzas
de Martin Waddell y Patrick Benson (editorial Kalandraka) es un álbum de
situación en el que tres lechuzas se quedan solas mientras su madre tiene cosas
que hacer. Los tres hermanos se ponen a elucubrar sobre si su madre volverá a
su lado o no. Una de ellas aplica la lógica, otra le da la razón y la más
pequeña (y más necesitada del calor materno) no hace más que desear su regreso.
Aunque parece un libro sencillo, no creo que sea así pues despierta
muchas sensaciones en los lectores (incluido el gran Martin Salisbury, que tan bien habla de este librito). Por un lado habla del niño, de su soledad y
de cómo se enfrenta a determinadas circunstancias, y por otro hace alusión al
universo nocturno (uno en el que, paradójicamente, esta aves se encuentran
adaptadas), donde el miedo y la incertidumbre se abren camino cuando los ojos
infantiles se encuentran abiertos. También hay que tener en cuenta el ritmo de suspense
que rodea a la acción y en el que el lector aprecia la angustia y preocupación de
los protagonistas, incluso participar de ella, así como unas ilustraciones
cargadas de planos cinematográficos aéreos y hermosas perspectivas, y por supuesto, esa pizca de humor.
Sí, monstruos, quizá olvidamos con cierta frecuencia que los
padres siempre están ahí. Que a veces no hacen lo correcto, que también se
equivocan, pero casi siempre buscan la felicidad de sus hijos (aunque
muchas veces nos cueste darnos cuenta de ello). ¡Que quiero y necesito a mis
padres, odo!
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