Cuando me hallo de vacaciones suelo activar el Consultorio
LIJ, una sección dentro de las llamadas “stories” del Instagram de los monstruos, porque tengo tiempo suficiente para
responder de manera efectiva a las preguntas que se me hacen. La última vez que lo puse en marcha, una fiel seguidora me
pregunto que para cuándo un pequeño monográfico sobre los “clásicos” del
libro-álbum moderno.
Después de ese comentario me puse manos a la obra y me percaté que un montón de obras que constituían mi canon particular (el que me cabe en las estanterías) ¡no tenían reseña en este espacio! Así que debía darles un emplazamiento digno.
Teniendo en cuenta estas realidades y que hoy es la víspera del 11º aniversario de este espacio, ha llegado la hora de tratar el tema y de hallarme en un brete, pues estas cosas (todas las que tienen que ver con el verbo elegir) nunca son sencillas. Pero antes de nada, un par de consideraciones...
Después de ese comentario me puse manos a la obra y me percaté que un montón de obras que constituían mi canon particular (el que me cabe en las estanterías) ¡no tenían reseña en este espacio! Así que debía darles un emplazamiento digno.
Teniendo en cuenta estas realidades y que hoy es la víspera del 11º aniversario de este espacio, ha llegado la hora de tratar el tema y de hallarme en un brete, pues estas cosas (todas las que tienen que ver con el verbo elegir) nunca son sencillas. Pero antes de nada, un par de consideraciones...
En primer lugar hay que llamar la atención sobre el término
“clásico”. Porque, ¿qué es un clásico? Si pretenden que les aclare el concepto, me parece que lo van a tener crudo, pues ni los que saben mucho de esto se han puesto
de acuerdo. Aunque el término clásico se suele referir a las obras cumbre de
la literatura (también las hay en la música e incluso en los partidos de
fútbol), también puede hacerse extensible al canon (incluye un concepto más
revolucionario y vanguardista), e incluso a todas las obras con gran aceptación
por el público (no hay que olvidarse de los gustos populares). Esto conlleva multitud
de matices, muchos más, cuando los tratamos en referencia a una época donde la
vis comercial tiene mucho que decir (estrategias de venta y publicidad mediante). Si esto no fuera poco, también habría que hablar de las dificultades
intrínsecas que tiene un género de la literatura gráfica como es el del
libro-álbum, que aúna dos lenguajes en un mismo producto.
En segundo lugar hay que referirse el aspecto temporal, pues
el concepto “moderno” adolece de bastante indefinición, más todavía cuando el
álbum es una creación literaria que comienza en el XIX, se desarrolla durante todo el siglo XX y lo
que llevamos del XXI (en términos históricos eso ya sería bastante moderno).
Por añadir una complejidad más les tengo que apuntar que en términos
históricos-culturales este género que tanto nos gusta -sobre todo el álbum
contemporáneo- debería enmarcarse dentro de la posmodernidad, un movimiento que
según muchos estudiosos ha terminado y para otros todavía está vigente.
Por todo lo expuesto (¡Qué cantidad de conceptos! Y ustedes
que pensaban que el tema era sencillito, ¿eh? ¡Pues no! ¡Que aquí hay mucha
chicha!), he optado por una vereda intermedia de criterios que me permitan
encajar en la medida de lo posible todo lo anterior…
Según sobreentendí, el fin de una selección como esta era el de dejar a un lado los autores que tantas buenas obras nos dieron durante el siglo pasado, léase Sendak, Lobel, Lionni o Burningham, para centrarnos en otros autores que aparecieron a principios del nuevo milenio, uno en el que llevamos metidos casi veinte años y que ha visto nacer muy buenos títulos. Así mismo, también quise entender que esta idea pretendía lanzar un globo sonda para todos aquellos enamorados de la LIJ que necesitaban saber unas cuantas obras imprescindibles que llenaran las estanterías de bibliotecas públicas o privadas, sus librerías y otros lugares monstruosos. Una serie de libros que hubieran sido aupados por el público y la crítica, ¡que tuvieran algo que decir, vaya!
Según sobreentendí, el fin de una selección como esta era el de dejar a un lado los autores que tantas buenas obras nos dieron durante el siglo pasado, léase Sendak, Lobel, Lionni o Burningham, para centrarnos en otros autores que aparecieron a principios del nuevo milenio, uno en el que llevamos metidos casi veinte años y que ha visto nacer muy buenos títulos. Así mismo, también quise entender que esta idea pretendía lanzar un globo sonda para todos aquellos enamorados de la LIJ que necesitaban saber unas cuantas obras imprescindibles que llenaran las estanterías de bibliotecas públicas o privadas, sus librerías y otros lugares monstruosos. Una serie de libros que hubieran sido aupados por el público y la crítica, ¡que tuvieran algo que decir, vaya!
Rápidamente me puse con el lápiz en la mano y mi estantería, las de
otros, en la hemeroteca, en sitios de referencia e incluso libros-álbum (¡Gracias Bachelet!), y aquí ando, con un buen
puñado de autores (N.B.: En muchos casos he preferido hablar de los autores, sobre todo de los ilustradores y
hacer referencia a su obra como conjunto) y títulos sobre todo de la categoría de "ficción" (la de "no ficción" la dejo para otra ocasión) que bien merecen detenerse
a ojos de los niños, de los adultos y de cualquiera que quiera disfrutar de
este universo que tantas cosas buenas nos ha dado últimamente. ¡Empiezo pues!
Aunque ya he dicho que iba a aparcar a algunos autores que
realizaron sus mayores aportaciones a la LIJ durante el siglo pasado, es
inevitable citar a nueve autores que yo considero un puente intergeneracional,
no sólo porque sus obras pueden adscribirse a dos siglos diferentes, sino
porque todavía siguen en activo con obras de calidad. Sus nombres son Tomi Ungerer, Kveta Pacovska,
Helen Oxenbury, Roberto Innocenti, Anthony Browne, Quentin Blake, Eric Carle,
Satoshi Kitamura y Chris Van Allsburg. Nadie se atreverá a poder en duda las
buenas contribuciones al género que durante los años finales del siglo pasado y
primeros de este han realizado.
El primero es el recientemente fallecido Tomi Ungerer, con
quien quiero empezar esta selección refiriéndome a Otto, autobiografía de un oso de peluche, un libro de principios
del siglo XXI que hace una retrospectiva de la historia del siglo XX. Un excelente comienzo para una selección como esta.
Continuamos con Innocenti y hay que hablar sin duda de La niña de rojo, una revisión
contemporánea inmejorable de Caperucita Roja, de El último refugio (junto al escritor J. Patrick Lewis), un libro metaliterario hermosísimo, o de las
ilustraciones que articulan La casa (J. Patrick Lewis de nuevo),
una historia que se sucede en un mismo lugar durante varios lapsos temporales.
Anthony Browne es otro grande que sigue dándonos cosas buenas como su
serie Willy que tan buenos títulos
nos ha dado y otras obras como Cosita
Linda, un libro entrañable que encandila a muchos (será por el gatito...).
De Kveta Pacovska citaría su Hasta el infinito, un libro que me entusiasma por su dualidad complejidad-sencillez, su calidad gráfica y mil
cosas más que pueden apreciar los pre-lectores y primeros lectores de una autora fantástica.
Helen Oxenbury también nos ha regalado títulos de excelente
factura entre los que me atrevo a citar La saltinadora gigante con texto de Julia Donaldson, o el
realizado junto a su marido John Burningham Esperamos
un bebé.
Aunque Quentin Blake vive de las rentas y son muy conocidos
sus álbumes de los ochenta y noventa, hay que citar dos: Clown, un álbum sin palabras exquisito, y El libro triste, uno de los libros más sinceros y duros que conozco
sobre el duelo escrito por Michael Rosen que junto con El pato y la muerte son dos indispensables para mí.
Otro nonagenario que sigue en activo es Eric Carle, de quien
podemos citar dos obras con gran aceptación por parte de los pequeños lectores,
El camaleón camaleónico, una oda a la
imaginación, y Don Caballito de mar, un libro-juego sobre crianza paterna.
Hay que puntualizar que aunque todo lo que conocemos de
Chris Van Allsburg en castellano pertenece a las décadas de los 80 y 90,
existen tres álbumes maravillosos de los primeros 2000 que hay que conocer: Probuditi y Zathura, un álbum inquietante que que enlaza con Jumanji y que también ha sido llevada al
cine. Esto también ocurre con la obra de Satoshi Kitamura, de quien podemos
destacar en castellano Yo y mi gato (la historia de intercambio de personalidades y los guiños al arte que hace en este libro son estupendos).
Aunque Wolf Erlbruch podría formar parte del elenco
anterior, considero que necesita un punto y aparte, porque bajo mi punto de
vista la publicación de El pato y la
muerte marcó un antes y un después en la concepción del libro-álbum actual,
ya que creó un álbum valiente sobre la muerte muy aceptado por el público,
abriendo así puertas sobre las temáticas poco deseables y su orientación en el
género (¿Me atreveré a reseñarlo alguna vez?).
Enlazando con otros autores del entorno germano, merecen
estar aquí diversos autores. Gente como Jutta Bauer con libros como Selma, una historia con mucha enjundia, Madrechillona, un álbum que se adentra
en las relaciones materno-filiales o El
ángel del abuelo, una historia cotidiana que habla de los que se van y los
que se quedan. Gente como Quint Buchholz, que con su El coleccionista de momentos nos dio una lección redonda sobre la
amistad intergeneracional y el arte como metáfora vital. Y gente como Rotraut
Susanne Berner, una ilustradora que nos ha dado algunos de los mejores álbumes
para prelectores del momento con El libro de la noche y su serie Los libros de las
estaciones.
Incluyo en este apartado a Nikolaus Heidelbach y Jörg Müller
que, aunque desarrollaron sus mejores trabajos a mediados y finales de los
noventa son lo suficientemente modernos como para tener su hueco en esta
miscelánea (sobre todo porque muchas de ellas se publicaron en castellano en los primeros dos mil). El primero con sus libros ¿Qué
hacen las niñas? y ¿Qué hacen los niños?, y el segundo con libros como El
soldadito de plomo y El gran gris.
Ninguno de los dos te deja indiferente y eso siempre es más que loable.
De los autores flamencos me gustaría destacar el Juul de Gregie de Maeyer y Koen
Vanmechelen, una historia durísima donde el acoso escolar es el protagonista,
el Hadabruja de Brigitte Minne y
Carll Cneut, una fábula sobre diferencias en los deseos materno-filiales que
dio mucho que hablar, y Marie et les
choses de la vie un título inédito en nuestra lengua de Tine Mortier y Kaatje
Vermiere que no me quiero dejar en el tintero a pesar de esto, pues sus figuras desdibujadas, sus paisajes llenos de contención, y la expresividad de los personajes, merecen una visita.
Saltamos a Armin Greder, el autor suizo que pergeñó una de
las mejores metáforas sobre la migración con La isla, un título todavía vigente del que tenemos que hablar sí o
sí en una selección como esta.
Continuamos esta selección de clásicos básicos con gente
como Peter Sís, uno de esos virtuosos de la pluma que tan buenos libros nos ha
ofrecido y entre los que tengo y quiero destacar Madlenka, la historia de una niña que viaja sin moverse de su
barrio, y El árbol de la vida, una
biografía sobre la vida de Charles Darwin con multitud de detalles a la que todo maestro y profesor debería acudir.
No hay que olvidarse del húngaro Itsvan Banyai, uno de los diseñadores gráficos más aclamados de los últimos tiempos que además de darnos títulos como Zoom y Re-Zoom a finales de los noventa (se publicarían en castellano en los primeros dos mil, ha creado obras exquisitas como El otro lado, un libro que me encanta por el concepto visual, detallista y lúdico que propone al lector.
De Iwona Chmielewska quiero destacar dos títulos de entre
los varios que se han traducido a nuestra lengua, Ojos y El problema, el
primero es una bella metáfora sobre la imagen y su valor, el segundo una
historia muy hermosa que recomiendo una vez tras otra. Polacos como ella tenemos también al matrimonio formado por Aleksandra Mizielinska y Daniel
Mizielinski, autores del afamado Atlas
del mundo un recorrido por la cultura popular y no tan popular de
diferentes países que da mucho juego y vende lo que no está escrito.
El noruego Stian Hole es otro de esos autores que impactan en las retinas y el intelecto, algo que se deja entrever en obras como El final del verano, una oda a la infancia y a los deseos, siempre
aupada por unas ilustraciones muy personales basadas en técnica mixta y del que les prometo una reseña en condiciones estos días que escasean las novedades.
Cuando hablamos del álbum moderno es inevitable que nos
venga a la cabeza Oliver Jeffers. Para mi gusto sintetiza el espíritu del álbum
moderno, pues logra conectar con el público desde prismas muy diferentes y sirve de inspiración para nuevas generaciones de creadores. Quizá
muchos especialistas se centren en su lado más comercial, pero yo me quedo con
su capacidad comunicativa en álbumes como Atrapados,
El corazón y la botella, El increíble niño comelibros, Como atrapar una
estrella o su superventas El día que
los crayones renunciaron.
Tampoco podemos entender el álbum del nuevo milenio sin Jon
Klassen, un autor que en solitario nos ha regalado títulos tan maravillosos
como Este no es mi bombín, un libro paródico con una caracterización de los personajes envidiable que pertenece a su trilogía de los
sombreros. Si a estos le unimos los realizados junto al escritor Mac Barnett
como Triángulo, Hilo sin fin, Sam y Leo cavan un hoyo, o La oscuridad con texto de Lemony Snicket, justificamos
un puesto sobresaliente en esta selección.
Esta selección quedaría coja sin la llamada “trilogía del
límite” de Suzy Lee, La ola (¡Otro que no he reseñado!), Sombras y Espejo son tres libros exquisitos que
merecen un hueco en esta miscelánea dirigida a los monstruos. Aunque el primero
sea el más conocido, merece la pena hacer hueco en las estanterías a los otros
dos y dejarnos seducir por los juegos con los que la autora a enriquecido el
género.
Por enumerar algunos de los libros que más éxito han tenido
durante la última década en el ámbito anglosajón, aquí va una buena tanda… Salvaje, de Emily Hughes, un título que, además de relacionarse con
obras cumbre del álbum, se impregna de ese halo de subversión con el que solemos
relacionar a la LIJ; Perdido y encontrado
o Tenemos un plan de Chris Haughton,
dos libros con mucho humor blanco que se divierten por los recovecos de la
infancia; La isla del abuelo de Benji Davies sorprendió muchísimo al público por la manera de tratar el salto de la vida a la muerte con una buena dosis de fantasía; Imagina
de Norman Messenger, un libro que marcó un antes y un después en el álbum
actual y su concepción del juego visual; El
señor tigre se vuelve salvaje y Mi
maestra es un monstruo de Peter Brown nos sacan una sonrisa además de traer
el espíritu crítico a la escuela y la ciudadanía; Si quieres ver una ballena de Fogliano y Stead, un álbum poético en
el que sumergirse para encontrar nuestros propios anhelos, a nosotros mismos e
incluso a la tan ansiada ballena: Mau iz io!
de Carson Ellis, uno de los mejores álbumes sin palabras de esta década; Martes y Flotante son dos álbumes de David Wiesner que resumen la idiosincrasia
creativa de un autor que no deja indiferente por su discurso surrealista y
evocador; El niño semilla y El perro negro de Levi Pinfold son dos buenos álbumes que tratan temas diferentes sobre los miedos familiares y la regeneración de la vejez; El apestoso hombre queso y
otras cuentos maravillosamente estúpidos de Jon Scieska y Lane Smith, un
libro que no ha dejado indiferente a generaciones enteras de chavales y que
sigue encandilando por su estructura, los juegos narrativos, el sinsentido y
mil cosas más.
De Emily Gravett hay mucho que decir, pero prefiero dejarles
con dos de sus libros, el primero es ¡Otra vez!, un álbum muy canalla basado en
una jocosa situación familiar, y el segundo es El
libro de los miedos del ratoncito, un álbum informativo sobre fobias que
merece mucho la pena. Otra de las series más aclamadas por el público es Olivia, de Ian Falconer, una simpática
cerdita que suele liarla parda y cuyas historias se venden como churros en las
librerías de medio mundo.
Termino mi recorrido por el mundo del álbum anglosajón con
dos títulos que todos conocerán, Adivina
cuanto te quiero de Sam MacBratney y Anita Jeram y El Grúfalo de Julia Donaldson y Axel Scheffler. A pesar de que muchos
amantes del género tengan sus reticencias a estos dos libros, hay que reconocer
que están muy bien hechos, han sabido conectar con el público y son dos
éxitos de ventas sin parangón que merecen estar aquí.
De la llamada escuela francesa, abro con la belga Kitty Crowther una autora que nos ha regalado muy buenos títulos con los que los pequeños lectores se siente próxima. Su ¿Entonces? además de baratito, bucea en la infancia, la teatralidad, los juguetes y la hora de dormir como ningún otro. Un mundo onírico y lleno de metáforas que se extiende a títulos como El niño raíz , Madre Medusa o su Cuentos de Mamá Osa. Todos me encantan.
Un punto y aparte merecen Rébecca
Dautremer y Benjamin Lacombe, dos pesos pesados del libro-álbum más
internacional que ayudaron a extender el género entre el público adulto gracias
a su estética evocadora y cinematográfica. La primera continúa creando y vendiendo
lo que no está escrito. Si tuviera
quedarme con un puñado de álbumes, estos serían Enamorados, Cyrano y
Princesas olvidadas. De Benjamin Lacombe encuentro muy interesantes Cereza Guinda y Los amantes mariposa.
Continuamos con el panorama francófono citando a Benjamin Chaud, otro de esos autores que ha
trascendido al paso de los años, no sólo con la serie de su personaje estrella,
Pomelo, un elefante rosa con la
trompa muy larga que creó junto a Ramona Badescu y se ha traducido en gran
parte del planeta, sino con otros libros como No he hecho los deberes porque… junto a Davide Cali, un escritor
que tiene mucho que decir en esto de los clásicos básicos del libro álbum
moderno con títulos como El hilo de la
vida o El enemigo que realizó con Serge Bloch. Tampoco nos podemos olvidar del tándem Germano Zullo y Albertine que en Los pájaros, una fábula sobre la libertad humana, hicieron un trabajo exquisito.
Aunque la LIJ francesa es muy prolífica en autores que se
dedican a los primeros lectores como Eric Battut (La avellana), Olivier Tallec y Jean-Pierre Simeòn (Un poema para dormir a los peces o Felicio, rey del rebaño), Michael
Scoffier y Cris Di Giacomo (La vocecita),
u Olivier Douzou (Lobo), pongo un
punto y aparte para hablar de Grègoire Solotareff y Gilles Bachelet. El primero,
perteneciente a una familia dedicada a la LIJ –es hijo de Olga Lecaye y hermano de Nadja, autora de Perro azul-, es uno de los mayores exponentes
del álbum francés actual con títulos como Tres
brujas y las secuelas de Edu el
pequeño lobo. De Bachelet podemos decir que utiliza lo paródico y lo
irónico como nadie para reírse de la naturaleza humana (también animal) en
obras como Mi gato es el más bestia y
La esposa del conejo blanco.
También debemos de hablar del libro informativo con Isabelle Arsenault y su Nana de tela, uno de los álbumes
informativos más delicados de estos veinte años, del boardbook para prelectores de la también canadiense Marianne Dubuc con títulos como Delante de mi casa, y El carnaval de los animales, así como del álbum francés más gráfico donde destaca Blexbolex con
dos títulos maravillosos, Estaciones y
Romance, que siempre vienen bien para
ponerle cara a las palabras y darles sentido dentro de un contexto más amplio y narrativo.
Termino este paseo por el mundo editorial francófono apuntando
hacia uno de los creadores para prelectores más prolífico y aceptado, Hervé
Tullet. Sus libros se venden como rosquillas, algo que no es de extrañar pues
congenia perfectamente con el niños y sus necesidades donde el juego, la
interactividad y el libro-objeto son las claves. Destaco por encima de todos Un libro.
De la italiana Beatrice Alemagna hay que citar algunos
libros como Un león en París, Los cinco
desastres o Un gran día de nada, tres
títulos excelentes que nos plantean diferentes situaciones con las que
emocionarnos y vernos reflejados (e incluso pasear por París).
De los españoles me gustaría citar libros maravillosos como Comenoches de Ana Juan, Niños raros de Raúl Vacas y Tomás Hijo, El arenque rojo de Gonzalo Moure y
Alicia Varela, el Animalario del Profesor
Revillod de Javier Sáez Castán, Al final de Silvia Nanclares y Miguel Brieva, la colección De la cuna a la luna de Antonio Rubio y Oscar Villán y el Chamario de Polo y Ballester. Todos excepto
el primero han penetrado tanto en el ideario infantil de nuestro país que
siguen reeditándose continuamente. Sobre la obra de Ana Juan me gustaría decir
que es de una exquisitez visual sin parangón.
No podemos entender el álbum latinoamericano sin Isol
Misenta, una de las más grandes autoras de álbumes del siglo XXI. El globo, Petit el monstruo, Secreto de
familia, Abecedario a mano o Nocturno
son libros en los que hay que detenerse, pues el humor y la parodia se abren
camino en nuestra vida diaria y nos ayudar a comprendernos mejor. Además de
esta autora hay varios libros de este entorno que me encantan como Migrar de Mateo y Martínez Pedro, De noche en la calle de Angela Lago o La composición de Skármeta y Ruano.
Sobre el ámbito del álbum en portugués no me podía olvidar
de las dos editoriales, Pato Lógico y Planeta Tangerina, que han revolucionado
el género en su país de origen con títulos como El
libro que hace clap de Madalena Matoso, ¡De aquí no pasa nadie! de Isabel P.
Minhos y Bernardo P. Carvalho, Si yo fuera un libro de André Letria y el Achimpa de Catarina
Sobral.
Cuando pienso en el álbum asiático moderno se me vienen a la
cabeza cuatro autores, los japoneses Taro Miura, del que citaré dos obras exquisitas,
El pequeño rey y Tokio, Shinsuke Yoshitake, la gran promesa que se acaba de descubrir en nuestra lengua con títulos como Atascado y otros muchos, la coreana Heena Baek con sus magníficas obras Caramelos mágicos, La extraña mamá o El hada de agua, entre otros, y el superventas Jimmy Liao, de cuyos mundos oníricos y
sugerentes les traigo Desencuentros, El
sonido de los colores, Esconderse en un rincón del mundo y La noche estrellada.
Como guinda del pastel quiero terminar con el autor que,
para mi gusto, más ha revolucionado el panorama del álbum, Shaun Tan. Son tres
las obras que citamos una y otra vez los apasionados de este género: El árbol rojo, Emigrantes y Cuentos de la periferia. Las tres tienen sus propias características y nos internan en
universos muy dispares, pero todos ellos beben de una estética nueva y un tanto
ecléctica que ayuda a entender este mundo, el de ahora.
P.S.: Y de regalo, cuatro álbumes móviles/pop-up que me han encantado...
11 comentarios:
<3
¡¡Impresionante y súper trabajada selección!!! Michos son mis favoritos y ocupan un lugar destacado en mi biblioteca...El resto empiezo mañana mismo a buscarlos y leerlos todos. Feliz Cumpleaños y Muchas gracias.
Una selección monstruosamente buena aunque he echado de menos a mi querida Kitty Crowther con títulos tan buenos como Entonces? La visita de la pequeña muerte...
Seguro que te habrá llevado mucho trabajo hacer esta selección, pero te lo agradecemos infinitamente por lo mucho que hemos disfrutado.Gracias.
¡Muchas gracias por el corazón tumbado, Yolanda! (espero que haya adquirido esta postura de la emoción y no del aburrimiento)
¡Inma, me alegra saber que te ha gustado! :)
¡Carmen! ¡Gracias por recordármela! ¡Se me pasó por completo! ¡Ya la tienes ahí dentro! :P
¡Encarnita, ya sabes que yo disfruto mucho haciéndola también! ¡Muchos besicos!
Gran reseña!! Gracias por la dedicación
He visto títulos seleccionados que me encantan y es un placer ver que tengo tanto bueno por conocer!!
Siempre es un gustazo leer tus reseñas. Momentazo del día!
Saludos!!
😍😘
Hace poco escuché a Yolanda Reyes esta expresión nvos clasicos o clásicos modernos y me encantó. Sobre todo pq nombró a Roald Dahl, sus libros no son álbum pero son geniales. Mis compañeras docentes están muy ancladas en los viejos clásicos y me gusta aprender para poder ayudarlas a evolucionar. No sé mucho sobre lij pero muchos de los libros del artículo los conozco y gusto , lo cual me alegra. Gratamente encontré a Isol de Argentina . Muchas gracias por el conocimiento 😁
Publicar un comentario