Nadie puede decir que el otoño no se presentó lluvioso.
Desde el norte al sur peninsular las precipitaciones fueron generalizadas un
día sí y al otro casi que también. Un otoño de libro dicen muchos, otros, los
más jóvenes, dicen que atípico (no me extraña teniendo en cuenta que en los
últimos años el verano terminaba para la Inmaculada). El caso es que llovió, y
bien.
Pese a ello el invierno está más tonto. Mientras que toda la
cornisa cantábrica y los Pinireos están sufriendo las inclemencias de la lluvia
(a mansalva) y la nieve (no como en la costa este norteamericana, pero
parecido), desde Madrid para abajo no estamos viendo ni un gotazo (viento y
airazo que no falte). Parece ser que los dioses, incuso los del frío (a los que
estamos muy acostumbrados en la meseta) nos han abandonado, prueba de ello es
que los almendros (sobre todo las variedades más tempranas) ya están en flor. Así
es el agua, unas veces brava y otras, callada.
Esperemos que todo esto sea una mala racha, pues el campo
necesita agua. Agua que vaya, agua que venga. Que los acuíferos se llenen y los
ríos sigan caudalosos. Que dé gusto ir al campo, celebrar una merendola y
comernos la mona. Que los prados verdeen y el rocío desagüe en tus labios. .
Y con tanto líquido elemento no puedo olvidarme de dos
títulos muy acuáticos.
En primer lugar tenemos Gotita de Stéphanie Joire y Laura Fanelli (editorial Juventud), un
libro acordeón muy interesante en el que se describe el ciclo de agua desde una
perspectiva ficcional en la que una gota es la protagonista. En gran formato,
el título en cuestión también se podría enmarcar dentro de la literatura de no
ficción y el álbum informativo en calidad de híbrido. Como profesor de ciencias
naturales abogo por él, desde la primaria hasta la secundaria, no sólo por el
concepto circular de la historia, sino porque aproxima los fenómenos naturales
a un prisma humano muy necesario en los tiempos donde el futuro del medio ambiente
es importante. Cercano y sencillo.
En segundo lugar la editorial catalana A buen paso nos
vuelve a sorprender con uno de sus libros especiales Un día de tormenta. De la mano de Daniel Nesquens, uno de los
mayores representantes del nonsense en castellano, y Maguma (Marcos Guardiola),
un ilustrador que me encanta (muy conceptual y colorista), se abren camino dos
historias surrealistas (vean las dos portadas) que convergen en un mismo océano.
En una de ellas un
charco se interpone en el paseo de dos señores. Las aguas se agitan a su paso y
un universo diminuto de surfistas y pescadores aparece tras las olas. Abrimos
el libro por la otra tapa (¡Ups! ¿Hay que darle la vuelta o no? Decidan
ustedes si quieren que el agua caiga desde el techo o que esté ambientado en
las antípodas) y una casa se ve inundada (aquí la cosa se pone divertida pero
en la realidad es otra cosa). Las páginas se van llenando poco a poco de azul, se amplían los marcos de las viñetas, se desbordan de gigantes, olas, de lo mágico y lo soñado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario