miércoles, 16 de marzo de 2016

Refugiados, dobleces e interpretaciones



Andaba anoche con el telediario a cuestas cuando, tras dar buena cuenta de la que se ha formado a tenor de la crisis de los refugiados sirios y los acuerdos propuestos entre la Unión Europea y Turquía, empecé a preguntarme cosas... Las redes sociales bullendo, los medios de comunicación bombardeando, y a un servidor se le vinieron a la cabeza dos álbumes para ilustrar la dualidad que surge en todo conflicto humano... La isla de Armin Greder y Akim corre de Claude K. Dubois, ambos editados por Lóguez, son las dos caras que surgen de una realidad como la que se está viviendo entre Oriente y el viejo continente durante los últimos meses y que creo oportuno rescatar en esta entrada.
Seguramente pensarán que les voy a dar otra chapa edulcorada con un discursito buenista y adoctrinarles así sobre los valores explícitos en la Literatura Infantil (Nada mejor que darnos la razón para afianzar nuestra calidad y calidez humana... Al final va a llevar razón mi padre diciendo que la gente sólo lee lo que quiere leer), pero se equivocan; creo que esta vez me voy a dedicar a apuntar en otra dirección, a hacer otra lectura, a contracorriente y de forma menos dirigida (llámenlo incluso cínica), para denotar que la Literatura no es tan clara, tan transparente, ni tan buena, aunque los buenos libros, buenos sean.


En un lado del conflicto tenemos a Akim, el niño que personifica el drama que viven a diario un gran número de personas en los enfrentamientos bélicos que se esparcen por todo el planeta y que nos ponen los pelos de punta. En este libro, la belga Claude K. Dubois utiliza una narración lineal y prácticamente expositiva, empezando por el título: parco, crudo, sin énfasis. También decide tratar con cierto anonimato a Akim, eximirlo de rasgos propios que lo identifiquen; no le da personalidad con la intención de que el lector pueda posicionarse en su lugar. Al aunar este recurso de estilo junto a otros, véase el uso de la ilustración a grafito/carboncillo y acuarelas ocres (me recuerdan a esos manchas de té o café que muchos autores utilizan) de trazo rápido y abocetado (sinónimo de agitación, urgencia, turbidez...), dota de mayor impresión y efectismo a las escenas narrativas.


Seguramente todo lo anterior hace de este Akim corre un título poderoso y notable, pero he de decirles que, tras presentárselo a varios niños, casi ninguno ha conseguido empatizar con la realidad del protagonista ni de intercambiar su realidad con él. A pesar de reconocer el problema (que ya es bastante), han sido incapaces de buscar un discurso propio y el posicionamiento frente al problema, algo que puede deberse a varios factores entre los que destaco esa línea desdibujada, lo borroso de sus imágenes. Aunque parezca evocadora y atmosférica, interpone espacio y tiempo -distancia-, algo que contribuye a que el lector se quede quieto en ese lugar y no pueda avanzar en él. Quizá necesitaría un trazo más tangible y veraz que no la hiciera tan difusa...


Frente a lo descriptivo de los refugiados en Dubois, tenemos la complejidad de los hospedantes en la isla de Greder. Aunque muchos (incluso yo) han defendido este libro por su faceta más progresista y como claro argumento frente a la discriminación y la xenofobia, también hay que decir que se convierte en una punta de lanza frente a la solidaridad, caridad y misericordia humana... Desde esta isla se puede divisar el cariz demagógico y partidista de la inmigración. Todo lo resume el autor en sus primeras páginas... Pero el pescador sabía lo que sucedía en alta mar. “Sería su muerte y yo no quiero tenerla sobre mi conciencia” dijo. “Tenemos que acogerlo”. Así que lo acogieron. Instando una y otra vez al lavado de conciencias (¿seremos sucios pecadores tal y como dicen los sermones domingueros?), utilizamos la razón para marcarnos tantos, contentar a nuestros seguidores y hacer apologías que unas veces nos benefician y otras nos perjudican. 
También habla Greder del intervencionismo y del uso que de él se hace desde un lado y otro... “Bueno, entonces tenemos que unirnos”, dijo él pescador, “y cuidar conjuntamente de él. Pensad: lo hemos acogido y aunque no sea uno de los nuestros, somos, sin embargo, responsables de él”. ¿Acaso sólo somos poderosos colectivamente, desde el Estado? ¿O por el contrario cada uno de nosotros puede decidir en base a su experiencia y recursos?. No nos olvidemos de que sólo un extranjero fue capaz de desatar una crisis en esa isla y por tanto, también aquí se habla del poder del individualismo, aunque no creo que le importe a muchos que están acostumbrados a funcionar como el ganado.


Seguramente todo esto sean falacias y conclusiones sacadas de contexto, pero ello no exime de que otros lean estos mismos mensajes, significados y palabras. Que ya sabemos que las dobleces no son patrimonio de unos pocos, sino de la humanidad entera, incluida la literaria.  


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