lunes, 8 de abril de 2019

Aventuras alpinas



Provengo de la meseta, más concretamente de la submeseta sur. Una vasta planicie que se extiende a una altitud considerable sobre el nivel del mar. Donde los inviernos son duros y el estiaje ocupa la mitad del año. Cuando el viento sopla lo hace con violencia. Son los llanos, los que dan nombre a mi ciudad desde el tiempo de los árabes. No tenemos montañas, esas que atemperan los valles, tampoco el verdor de los bosques. Sólo hay un ancho horizonte.
Así nos pasa a los manchegos, que vemos un poquito de monte y nos entusiasmamos. Los Picos de Europa, Cazorla, Navacerrada o Gredos, el Teide y los Pirineos. Es llegar a sus faldas y ya estamos con la boca abierta, no sólo por la afrenta (N.B.: Aunque acostumbrados a desplazarnos, lo nuestro no son los planos inclinados. Se hace tedioso el camino con la pendiente. Una vez para arriba y otra para abajo), sino por ver cómo la tierra se eleva, se llena de plantas y nos enseña sus arrugas labradas durante millones de años.


Decía la Maruja, la que me enseño tanto, que subir en altitud es como bajar en latitud (esto es un principio de la geobotánica) y vemos como la vegetación va cambiando a cada paso. Primero aparecen los bosques mediterráneos, le siguen los caducifolios, hayedos y robledales, le siguen los de coníferas como el pino y el abeto, el matorral de alta montaña, con piornos, brezos y montones de geófitos, hasta llegar a los prados, la antesala de las nieves perpetuas, donde se instalan los glaciares, que como desiertos de hielo, coronan la cima de las montañas.


Y ese recorrido mental, el que tantas veces he contado a mis alumnos, es el que me ha venido a la cabeza cuando leía La increíble conquista del Mont Blanc, un álbum de Pierre Zenzius editado en nuestra lengua por Siruela. En él se cuenta el ascenso que Horace-Bénédict de Saussure, naturalista y geólogo suizo del siglo XVIII, realizó al pico de los Alpes, fundando así la disciplina del alpinismo (ya saben, subir a la cima de una montaña, aunque se pierda la vida en el intento).
Aunque bien podríamos encuadrarlo dentro del álbum informativo, este libro tiene más de poético. Sin descuidar detalles históricos (les invito a contar a los personajes que aparecen en cada doble página, pues es el mismo número que las que ascendieron en la expedición de Saussure), en cada doble página se nos presentan unas frases breves y concisas que resumen las ideas que este aristócrata recogió en sus libros más conocidos.


Cabe señalar que las ilustraciones del autor, aunque bastante esquemáticas y sinuosas, nos hablan de la geomorfología del terreno pues las primeras páginas exhiben un paisaje más llano y las últimas más escarpado. Además se detiene en el tipo de formaciones biológicas y geológicas (abetales, praderas de alta montaña o lenguas glaciares) que pueden servir como inmejorable escaparate de estos fenómenos.


Para terminar con este libro colorista, divertido y con un final más que evocador, les señalo dos puntos en los que puede que no caigan… Uno: Si creen que la historia está narrada por el propio Saussure, están totalmente equivocados. Descubran quien lo hace. Dos: Cuando cierren la contratapa, no olviden de echarse unas risas con el descenso en clave de humor que nos ha preparado el artista.
¡Feliz lunes!

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