Dando por finalizada la primera sesión de elecciones que nos
ha regalado este 2019, ya podemos seguir con lo nuestro, pues vencedores y no
tan vencedores andan la mar de ocupados repartiéndose el pastel, sopesando
futuras estrategias que les proporcionen el sustento durante los próximos años,
pues como bien sabrán, los partidos políticos forman el perfecto escuadrón
chupóptero junto a bancos, energéticas y multinacionales.
Mientras la gente se divierte en las redes sociales, el
mejor de los escenarios para dar rienda suelta a las ocurrencias y los
envenenadores (¡Que anda que no hay lenguaraces haciendo campaña gratuita a los
de las corbatas!), yo me he dedicado a leer, no sea que luego pague yo el pato
de sus frustraciones por libertino e indocumentado. Y de paso, me entretengo
con algo enriquecido aunque llene menos el buche que las migajas de los planes
de empleo y otras subvenciones.
El álbum del que hoy les hablo hubiera sido ideal para
despedir la semana pasada con algo de criticismo hacia esa carrera del poder
que todo lo magnifica y estereotipa (empobrecimiento cultural, lo llamo yo),
pero las cosas del destino hicieron que cayera en mis manos el día de ayer. El
libro en cuestión es La gran carrera, editado por Lóguez en nuestro país. En él,
Heinz Janisch nos vuelve a sorprender con uno de esos álbumes que tras una
apariencia humorística afianzada por las ilustraciones de corte caricaturesco
de Gerhard Haderer, esconde una historia bastante crítica en la que los adultos
se pueden ver reflejados.
Un hipódromo es el marco en el que se desarrolla la acción.
Aunque en ningún momento se haga referencia a Ascot y sus famosas carreras,
recuerda bastante a este lugar pues todos los espectadores van ataviados de
etiqueta y tocados imposibles, en la línea de la extravagancia que allí se
constata año tras año. Todo el mundo anda muy nervioso pues hay mucho dinero en
juego y los corredores este año ¡son camellos!
Este es el disparatado punto de partida donde la
descontextualización de las típicas carreras que se desarrollan en muchos países
de África y Oriente Medio, sorprende a un público occidental. Si a esto
añadimos un final atípico donde el ingenio animal rompe la casuística que espera
el lector (¿Quién ganará la carrera?) y un guiño a El traje nuevo del emperador, uno de los cuentos más conocidos de
H. C. Andersen, que afianza el sentimiento de ridículo del universo adulto frente
a la perspicacia infantil, afirmo que es un libro con mucho encanto y enjundia,
no sólo porque abre nuevos caminos discursivos, sino porque estimula el juego
de preguntas y respuestas con los lectores.
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