Si se han pasado los tres últimos días en
la calle disfrutando de parques y terrazas, y habían empezado a guardar abrigos y paraguas en el fondo del armario, les he de informar que la cosa no pinta
tan halagüeña para el gran puente de Semana Santa pues mañana hace acto de presencia un frente atlántico que, asociado
a una borrasca, promete anegar gran parte de la península y no precisamente de almíbar.
Llantos y tristezas aparte (lo siento por capillitas y otros
cofrades), les recuerdo que la primavera, aunque corta por estas latitudes, además de pros, presenta estos contras y el agua, casi siempre necesaria a orillas del Mediterráneo, es inesperada y no entiende de
calendarios.
Sé que es una jodienda, pero les animo a que se tomen estos contratiempos con buen humor, pues probablemente sea la mejor manera de hacerles frente. Tragar saliva, hacer acopio de mucha
filosofía y adaptarse a los cambios repentinos de la atmósfera. Si hace frío,
organicen una cata de vinos en la casa de un amigo, si hace calor, no viene mal
tostarse al sol. La cuestión es que el tiempo no pase en balde y de paso, que
le demos utilidad, como nuestros protagonistas de hoy...
Aunque hace poco incluí estos libros en este pequeño monográfico sobre álbumes-serie y en esta otra selección de la nieve en los libros-álbum, he creído conveniente dar más visibilidad a Nieve
y Sol, dos de las cuatro historias escritas e ilustradas por Sam Usher que han
sido editadas recientemente en nuestro país por Patio (faltarían por ver la luz
en castellano Rain y Storm).
Adscritas al álbum de corte anglosajón y con un estilo
desenfadado pero muy pensado, estas historias protagonizadas por un nieto y su
abuelo nos adentran en un mundo fantástico muy especial donde realidad e
imaginación parecen diluirse en un universo narrativo singular.
Hay tres ideas generatrices que vertebran toda la serie. Por
un lado, la alusión a los fenómenos climatológicos más típicos de cada estación
del año, más concretamente la nieve del invierno y las olas de calor que nos
achicharran en verano. Por otro lado la dicotomía entre el hogar, un espacio
cerrado y estable que se relaciona con la familia y con una realidad más
cómoda, y ese mundo exterior que, abierto y sorpresivo, nos invita a la idea de
que todo es posible, incluso las aventuras más descabelladas. Por último hay
que llamar la atención sobre la relación intergeneracional entre los
protagonistas, una en la que el abuelo parece ser el cómplice perfecto para el
disfrute de su nieto, un chaval cuya imaginación se desborda por los cuatro
costados.
Teniendo en cuenta esto, ya podemos fijarnos en las particularidades
de unas historias que bailan entre lo humorístico (me encanta esa escena en la
que el niño quiere ser el primero en pisar la nieve y alguien se le adelanta),
lo hiperbólico (¿Alguien se imagina que la en la Tierra se alcanzara la misma
temperatura que la superficie solar?), las fórmulas de repetición tan típicas
de las retahílas (¿Qué estamos buscando,
abuelo?), el sinsentido (Se imaginan una batalla de bolas de nieve contra
una jirafa y un elefante?) y lo poético (esta parte se la dejo a ustedes).
Lo dicho, disfruten de estos días, pues ese es el objetivo
pase lo que pase.
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