Con
los elevados niveles de antihistamínicos que acarrea mi sangre, el trasnochar
de este fin de semana y una agenda excesivamente apretada (¿quién me iba a
decir que la vida en un pueblo tan alejado de toda civilización iba a terminar
siendo tan activa?... Al final y como siempre, todo depende de la actitud de
uno mismo…), mi agotamiento ha llegado a cotas desconocidas… Supongo que la
vejez también será un detonante de la lenta recuperación que sufro tras una
buena farra -los años no pasan en balde… Seguida de una tarde de manta y película,
y una plácida noche de ronquidos y profundo descanso, ha llegado la mañana, una
en la que el sueño ha sido la tónica. Y no he debido ser el único que se ha
dejado la energía en estos días de ¿descanso?, a juzgar por las ojeras y cara
hinchadas de mis alumnos, esos jóvenes que invierten las más de cuarenta y ocho
horas que forman el fin de semana, en un tiempo de ocio y locura descomunal.
Lo
mejor de todo viene cuando, como una orquesta sinfónica, empezamos una melodía
algo asonante de bostezos y legañas. Cuando uno abre la boca, otro se
despereza, cuando aquel se retuerce en la silla, aquel otro deja caer el
cansancio sobre el pupitre. Dos bostezos más y alguna lágrima soñolienta. Un
panorama no muy alentador que se repite cada lunes… Lo peor de todo es que, en
vez de ánimo, esa retroalimentación nos hace sentirnos con más y más pereza,
hasta el punto de caer rendidos sobre alguna superficie horizontal.
Para
ser conscientes de la gran tarea que supone hacer frente a no sucumbir al sueño
cuando los demás te regalan un bostezo tras otro no hay mejor ejercicio que
leer Te desafío a no bostezar, con
texto de Hélène Boudreau e ilustraciones de Serge Bloch (Barbara Fiore Editora),
un álbum ilustrado algo humorístico y sencillito, que recoge nuestra debilidad para caer en los brazos de
Morfeo, ese dios de la noche que nos renueva, nos llena de vitalidad y da recogimiento.
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