Las
convulsiones de esta época tan agitada son dignas de estudio. Entre marea verde
y marea blanca, una lechuga bien espigada (con estos calores no es para
menos…). No es de extrañar que la gente se apunte a un bombardeo: es preferible
asentir a pies juntillas y bailar al son que nos marcan unos u otros, que leer
el Boletín Oficial del Estado, ese documento bíblico que últimamente parece un
panegírico más que una tabla de salvación…
Hace
un tiempo, el de mi inocencia, creía que ese papel de regalo que envuelve todas
las propuestas de corte social se sustentaban en el bien común y la necesidad
de que los servicios básicos fueran universales, una conclusión que ha ido
cambiando mientras veía como votantes de ¿izquierdas? inscribían a sus hijos en
escuelas concertadas o los amenazaban con internados religiosos (laicos, claro
está), como preñadas de clase baja se pirraban por parir en clínicas privadas o
como progres de toda índole hacían gasto en seguros médicos para hacer realidad
el quiero y no puedo sanitario, tres realidades tras las que se parapetan los electos
salvadores para privatizar hasta el último resquicio de esa España
solidaria… ¿Quiénes son los culpables?
Quede la respuesta a su libre albedrío.
Lo
del progresismo tiene mucho que ver con esa falsa democracia que se vende en
cualquier esquina. Una doble moral que insulta, no sólo a sudamericanos,
homosexuales, prostitutas, tullidos, mujeres maltratadas y drogadictos, sino
que se usa de bandera para caer en el más soez de los discursos y darse bombo,
no sólo mesiánico, sino auspiciado por los Hare Krisna de “Todo a cien” . Y así
nos va, pasando página y en la cola del paro en busca de alguna subvención…
El
sumun de ese discurso bicéfalo llega cuando, tras sufrir a hordas de padres
lamentándose sobre el aborto, la píldora del día después o el sexo explícito de
algunos programas de televisión, veo en las librerías Montañas
en la cama, un álbum ilustrado de Maricuela y Sonja Wimmer (editorial OQO)…
Siendo consciente del interés que suscita el que aquí se mencione este libro y
no otro (¡viva la publicidad!), he de decir que, aunque la idea sea buena y las
ilustraciones alcancen cierto nivel de exquisitez (aprovecho para felicitar a
Sonja Wimmer por su maravilloso trabajo), no creo que el tratamiento del texto
sea el adecuado. Se defenderán diciendo que soy puritano, arcaico y
trasnochado, que si pertenezco a alguna secta religiosa, o, incluso, me tacharán
de fascista (¡qué originales!), pero confieso que, aunque se obvien las escenas
de cama (no así en los diálogos), el resultado deja cierto regusto amargo que
oscurece la inocencia de la niñez, trasladándola a los suburbios de la
libertaria (que no liberal) vida adulta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario