Llevo
dos noches sufriendo pesadillas que se deben al calor y a la maldita alergia
(¡quién nos mandaría transformar este mundo en un cubo de basura en el cual las
plantas deben luchar por su existencia!) y puedo constatar que las odio desde
que era un niño. Ese sudor frío, despertarse a sobresaltos y beber un vaso de
agua para conciliar el sueño de nuevo, son sensaciones que, aunque tengan algo
que ver con el miedo, sí son el pan de cada día de todos los dormitorios
infantiles.
Es
curioso como nuestra mente, en la niñez, busca en sus debilidades durante la
noche para acompañarnos en el proceso de crecimiento, una realidad que álbumes
ilustrados como Una pesadilla en mi
armario de Mercer Mayer (Editorial Kalandraka) han utilizado como hilo
conductor. Pero…, ¿qué ocurre con lo que hay al otro lado de esa puerta que
oculta a los ojos de los demás nuestras carencias y fantasías? Puede ocurrir
que, aparte de la fiesta en torno a la cual danzan las pesadillas, los malos
sueños, existan otro tipo de reuniones, más bien familiares, sonde unas aúllen en
la oscuridad nocturna mientras otras les dan cobijo y consuelo. No sería muy
descabellado pensar que, muchas veces, es posible que la mayor parte de los
temores y delirios que suceden bajo la luz de la luna, procedan de los propios
sustos que ellas se prodigan, una hipótesisque nos traslada la obra de Michael
Escoffier y Kris Di Giacomo en A todos
los monstruos les da miedo la oscuridad (Editorial Kókinos).
B.S.O.:
93º Aniversario de Saul Bass. 8 de Mayo de 2013. Doodle-Google.
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