Por
el momento, la muerte no ha llegado a mi casa. Ni quiero que nos visite. Ni
avisando, ni de forma inesperada. Es cierto que cuando la muerte hace su
aparición, todo cambia. Todo se vuelve gris, ceniciento. Es difícil tragar la
saliva y más difícil todavía encontrar palabras de consuelo.
Todos
pensamos en ella. Los niños piensan muy poco en la muerte, algunas veces lo
hacen los padres, y casi todos los días los viejos. Todos tenemos miedo de la
muerte.
La
muerte es algo que no se ve, que no se puede tocar, que no se oye, ni se
saborea. Tampoco se huele. La muerte es algo que se siente. La muerte chirría
en nuestros oídos. La muerte es temblorosa como el viento. La muerte deja un
extraño sabor y nubla nuestra visión. La muerte huele mal.
Cuando
la muerte llega a un lugar, pide cobijo unos días y luego se va. Aunque nadie
quiere darle posada, ella se queda, para luego marcharse. Nadie quiere que la
muerte se quede a vivir. Nadie. Y si lo hace, el silencio se queda con ella.
No
todo es muerte. También hay vida. Sin vida, no hay muerte. Por eso la vida es
tan necesaria. Para caminar. Para reír. Para besarte. La vida es todo eso. Y
más. Algo que no entenderíamos si la muerte no nos visitase de vez en cuando.
Es por ello que la muerte, aunque triste, es necesaria.
Jürg
Schubiger y Rotraut Susanne Berner. 2013. Cuando
la muerte vino a nuestra casa. Salamanca: Lóguez.
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