Tras
mucha meditación (hay cuestiones un tanto místicas… ya saben), he tomado la
decisión de adecentar mi hogar, algo que me está llevando por el tortuoso
camino de los albañiles, los fontaneros, los escayolistas, los carpinteros, el
mundo de la pintura y el escombro, las secciones de productos de limpieza de
los supermercados y otros menesteres odiosos (y temibles). No es que quiera
tener la casa como un palacio (ni quiero, ni puedo), pero de vez en cuando hay
que tomar las riendas del asunto y cambiar alguna cosilla que nos facilite la
vida entre cuatro paredes (o eso creemos… ¡ilusos!).
Aunque
soy partidario de que cada cueva esté adaptada a las necesidades de sus
habitantes, no apruebo que todas ellas deban amoldarse a las tendencias en lo
que a decoración se refiere. Detesto entrar en una casa y que parezca sacada de
alguna revista en la que interioristas, arquitectos y decoradores hagan de las
suyas en pro del buen funcionamiento de una industria inmobiliaria que se ha
estrellado en los últimos tiempos. Todas las casas deben ostentar una personalidad,
unas particularidades propias. ¿De qué sirve una isla en mitad de una cocina
diminuta? ¿De qué una ducha de hidromasaje cuando nuestra mujer acaba de dar a
luz trillizos? ¿De qué una pantalla panorámica a una distancia de dos metros?
Hay que ser consecuente con las limitaciones de nuestra familia, de nuestro
hogar y de nuestra cuenta corriente (algunos son capaces de empeñar hasta el
último diente de oro con tal de fardar de suelo de mármol), e ir construyendo
poco a poco un hogar cómodo y sobre todo, nuestro.
Me
encantan las casas que se van llenando de uno mismo, en las que los rincones
van tomando vida poco a poco... Seguramente están reñidas con el buen gusto
pero, si las dejamos que vayan amoldándose a nosotros, finalmente adquirirán un
sabor personal que aleje esa pátina de uniformidad que últimamente lo llena
todo. Prueba de ello es que muchas publicaciones y libros dedicados a este
mundo tan íntimo incluyen hogares repletos de humanidad para llenar sus páginas.
Con
total seguridad, mi humilde morada (la física, no esta virtual que habitamos)
nunca pasará a la historia, pero me conformo con que me preste sus servicios y
me acoja con total tranquilidad, algo que, bien pensado, es lo que les sucede a
todas las que reúne el libro Mil hogares,
una obra de Carson Ellis (me encanta su paleta ocre y sutil... ¿no les recuerda
a la de los Provensen?) que acaba de publicar en castellano la editorial Alfaguara, y
que además de ser un excelente catálogo de casas imposibles e imaginadas, nos
recuerda que cada uno, en su casa.
2 comentarios:
Román, te sigo desde hace un tiempo y comparto tus gustos en literatura infantil. Gracias a tí conocí "El señor tigre se vuelve salvaje" y nada más verlo me lo tuve que comprar. Esta vez "Mil hogares" ya lo tengo en mi hogar desde hace unos días. Muchas gracias por tu trabajo
Muchas gracias por seguirme. Espero no vaciar tu bolsillo con mis recomendaciones (vicio caro el que hemos elegido...). ¡Espero verte más por aquí! ¡Un abrazo!
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