miércoles, 18 de octubre de 2017

La censura en la Literatura Infantil y Juvenil. Unos apuntes.


Corren tiempos difíciles en los que las ideologías y los ismos se abren paso. Prejuicios, demagogias e intereses flotan en el aire. Ha llegado la hora de hablar de un tema que, a pesar de estar estrechamente relacionado con la política y la sociedad, nos atañe a todos, más todavía a los que sugerimos lecturas y literatura. Es el momento de hablar de censura.
Aunque se figura un tema bastante escabroso en el que es difícil ser imparcial y ortodoxo, aquí les traigo una serie de apuntes sobre ciertos aspectos relacionados con esta, que bien pueden abrir nuevas ventanas desde donde mirar la realidad o simplemente exponer desde mi punto de vista algunas cuestiones tratadas por otros, quedando abiertas todas ellas a sus comentarios y aportaciones.


Ha sido uno de los libros más censurados en el mundo, calificado como obra perturbadora que incita al desequilibrio mental y las tendencias homicidas.

Todos somos censores

Antes de meterme en harina con un tema que suscita interés y polémica, he querido abrir esta caja de Pandora parafraseando las palabras de Perry Nodelman en su artículo homónimo que les recomiendo a manos llenas y que pueden leer aquí.
De acuerdo con Nodelman, la censura en los libros para niños no es llevada a cabo de manera exclusiva por agentes gubernamentales que adornan su brazo con la cruz gamada o la hoz y el martillo. No. Censores somos todos (o podemos serlo, dejemos la duda en el aire). Sólo basta con ser humano, tener una educación determinada, unas preferencias o pertenecer a un grupo social concreto, y por tanto, desechar otras ideas por el mero hecho de ser diferentes.
Por ello y a pesar de la libertad que todos nos presuponemos, debemos interiorizar que cualquiera, desde la bibliotecaria de su barrio, pasando por el librero, el maestro de sus hijos, ustedes o yo mismo, somos censores. Censuramos a nuestra madre para que no vaya cascando las miserias familiares, censuramos a nuestros hijos a la hora de elegir libros infantiles, censuramos al vecino cuando apunta alguna inconveniencia, o al locutor de radio de turno por no poner entera la canción que nos gusta.
Pero, ¿por qué censuramos? Por el mero hecho de ser humanos y adscribirnos a unas normas y razones sociales, nos pasamos el día con la censura a cuestas sin darnos cuenta. Son las diferencias en cuanto a ideas y estereotipos las que condicionan la censura. Lo que James Moffett define como “agnosis”, el deseo de no saber, esa cualidad del adulto que se hace más patente cuando de él depende el hecho de seleccionar libros para los niños  y que deben mostrar la realidad que más le conviene. 
Si a ello añadimos el acto discursivo y que la literatura infantil es un territorio indefenso ante el control de los adultos, la cosa es mucho más llamativa y afianza más el concepto de que la infancia es una etapa a rebosar de oprimidos, en este caso niños, menospreciados por razones de edad (y otras muchas cosas).


Fue censurado en los Emiratos Árabes por incitar a la brujería. En Tejas (EE.UU.) y Toronto (Canadá) hubo quien fue a los tribunales para que se eliminara de sus páginas la batalla contra los muggles.

El individuo y la sociedad. La censura individual y la censura colectiva

Aunque todos somos censores según lo dicho, debemos hablar de la censura desde dos perspectivas, las que se refieren a las dos realidades de nuestra condición, la personal y la social. Generalmente el ser humano tiende a comportarse de manera diferente cuando está solo y cuando se encuentra acompañado. Las relaciones que el hombre establece con sus iguales pueden modificar las ideas y conductas que este tenga cuando se encuentra en soledad, incluidas las preferencias sobre la literatura infantil.
No me pregunten sobre las bases antropológicas que llevan a esta situación pues las desconozco. Lo único que he apuntado durante mis numerosas charlas y encuentros sobre libros para niños es que las personas modifican sus preferencias en torno a los libros dependiendo de las opiniones vertidas por los demás, de los prejuicios que surjan en el momento y los estereotipos de moda en el instante. Esa socialización de la ideas a la que apelaba Foucault se hace más palpable cuando hablamos de censura.
Es por esto que me atrevo a definir dos grupos de censura, aquella que realiza el individuo por sí mismo, con sus preconcepiones y su experiencia, cuando se encuentra solo ante un libro, y aquella que lleva a cabo el mismo individuo cuando se halla en un grupo de personas. Ámbito público y ámbito privado, las doble cara de la censura. La explicación de por qué muchos votan a la derecha cuando se pasan el día aplaudiendo a los progres en las redes sociales.


En 1931 fue censurado en Hunan, China, porque en sus páginas  los animales hablaban, algo inadmisible ya que ponía a los animales al mismo nivel del hombre.

La censura gubernamental e institucional: el poder traducido

Desde España solemos mirar la censura hacia cierta dirección ya que todavía hacen mella en nuestra sociedad los cuarenta años de dictadura franquista, algo que también ha sucedido en países como Italia, Alemania o Chile donde las dictaduras de derechas han ejercido una opresión ideológica más que palpable. Pero, ¿es la censura exclusiva de los gobiernos conservadores? El NO debe ser rotundo pues existen casos de territorios gobernados por regímenes comunistas en los que la censura literaria es el pan de cada día, algo que se puede constatar en lugares como China, Rusia, Corea del Norte, Cuba o Venezuela.
Seguramente también estén pensando que la censura es patrimonio de los totalitarismos, pero un servidor sigue negándolo ya que existen democracias de dilatada trayectoria como los Estados Unidos, Francia o Inglaterra en las que también hay ejemplos de censura literaria. Más bien podríamos aclarar que en los totalitarismos (unas veces despóticos, otras no tanto) la visibilidad de estos instrumentos censores ha sido mayor, alcanzando identidad como daño colateral e instrumento propagandístico, acompañando acciones mucho más deleznables y rodeando la relación entre oprimidos y opresores.
Resumiendo, y como ya explique en este post sobre política y LIJla censura gubernamental o institucional es un medio de poder que se pone en práctica en mayor o menor medida dependiendo del interés de quien ostenta dicha hegemonía, proceda esta de siglas diferentes, religiones varopintas o sindicatos de cualquier índole. Si desean definiciones más académicas les remito a este artículo de Raquel Merino Álvarez o a este otro de Roberto Martínez Mateo.


Este libro fue censurado en Dakota del Norte (EE.UU.) por contener "imágenes perturbadoras". Asimismo muchos sectores polemizaron porque incitaba a los niños a la desobediencia y violencia. Incluso se llegó de decir que alguno de sus poemas "glorifican a Satanás, el suicidio, el canibalismo o la pura pereza"

Cada época, cada sociedad, tiene sus propios tabúes, llámense erotismo, sexismo, nacionalismo, progresismo, o maltrato animal. Unos demonios que el poder y los medios de comunicación de masas utilizan a su antojo para contentar a sus partidarios, menospreciar a sus detractores y capar ideológicamente a todos (no sea que la líen). Es así como la censura se balancea sobre un finísimo hilo que, unas veces nos deja caer a un lado y otras, al otro; algo que el hecho histórico constata de manera fehaciente.
Como hay poco espacio y no tengo tiempo para enumerar todos los libros infantiles que han sido censurados en diferentes países y sociedades a lo largo del tiempo, les invito a echar un vistazo a las imágenes que acompañan estos apuntes (todos ellos han sido censurados en diferentes lugares del planeta) y a tres estudios que recogen innumerables ejemplos de libros infantiles que se han visto afectados por las censuras gubernamentales e institucionales: Prohibido leer. La censura en la literatura infantil y juvenil contemporánea (edición de Pedro C. Cerrillo y César Ortiz Torremocha, 2016, Ediciones UCLM), Literaturas y Poder. La censuras en la LIJ (Angel Luis Luján y César Sánchez Ortiz, 2016, Ediciones UCLM), Niños, niggers, muggles. Sobre literatura infantil y censura de Elisa Corona Aguilar (2012, Deléatur).


Este libro fue acusado de "minar la autoridad paterna" o "incitar a los niños a huir de casa y vengarse de los adultos", mensajes frecuentes en las obras de Dahl.

El espectáculo de la censura: medios de comunicación y redes sociales

Cuando hablamos de medios de comunicación y redes sociales seguro que nos vienen a la cabeza todo tipo de opiniones. Medios de poder, altavoces y micrófonos intervenidos, amarillismo, modas, demagogia y un largo etcétera de cuestiones poco deseables son las que despiertan la prensa escrita, la digital, la televisión o la radio. Todas manipulan la información y la traducen a su antojo. La 1, la CNN, El Español, Al Jazeera, elDiario.es o TV3, da igual que estén de un lado o de otro: muy pocas veces ostentan independencia (a no ser que sean minoritarias... y ni aún así...).
Lo más inesperado viene cuando tenemos que hablar de redes sociales, unas que se suponen plurales y populares, también se adscriben a movimientos y partidismos, por ejemplo léanse Twitter o Linkedin, una de corte progresista y otra más conservadora, en las que sus usuarios vomitan todo tipo de ideas e improperios incendiarios.
Por otro lado todos estos medios de masas tienen papeles fundamentales en la censura y pueden reunirse en dos claras tendencias, o bien promueven la censura, o bien aúpan lo censurado. Todo ello con salvedades y grises, claro está.
Sobre los mecanismos censores me limitaré a remitirles a los paripés propagandísticos de las diversas facciones que intervienen en cualquier conflicto político y que incluso han provocado en ocasiones la modificación de la intención de voto de unos y otros. "Guerra cultural" lo llaman. Como si la Cultura, así, en mayúscula, fuera eso... No hay más que decir.


Este libro de Dahl fue censurado en Colorado (EE.UU.) por presentar una "pobre filosofía de vida". Asimismo los entrañables Oompa Loompas fuero percibidos como una ofensa hacia los afroamericanos. 

Sobre lo de la promoción, hay más chicha que embutir... Desde los comienzos de la literatura infantil ha existido la censura, y curiosamente y muy a pesar de los adultos censores, la popularidad de estas obras ha crecido entre los niños, su éxito ha subido como la espuma y se han vendido millones de ejemplares de obras como las de Roald Dahl.
Por todos es sabido (incluidos medios de comunicación y gurús de las redes sociales) que en este mundo capitalista donde el escándalo vende, estar en el candelero da una mayor visibilidad a las obras literarias, es decir, conlleva una publicidad la mayoría de las veces gratuita que tiene sus consecuencias en la adquisición del producto por parte del consumidor, más todavía cuando los padres y maestros (opresores en este caso) están implicados en ello.
Campañas de prestigio basadas en la censura (esto es de traca) y ejercida desde ciertos sectores de la opinión pública se han convertido en una herramienta de doble filo para el consumo literario, y son comparables con las maniobras publicitarias de sagas como Crepúsculo o Los juegos del hambre. ¡No todo tenía que ser negativo en esto de la censura!
“Censura y polémica, victimismo y negocio” ¿Quién se atreve a escribir este libro? 


Esta obra fue censurada en dos ocasiones en Estados Unidos, concretamente en las décadas de los años 30 y 60. En los 30 se relacionó con la brujería y el esoterismo, y en los 60 por constituir una metáfora del comunismo.

Nuevas formas de censura colectiva. El buenismo, las minorías y lo políticamente correcto.

Siguiendo con el hilo del epígrafe anterior continuo con la tormenta que desató hace unos veranos el libro 75 consejos para sobrevivir en el colegio de María Frisa. Yo estaba haciendo de las mías por las playas españolas y preferí mantenerme un poco al margen (¡Tampoco voy a estar en todos los fregaos!) aunque seguí con detenimiento todos los comentarios que se vertían sobre la innecesaria (a mi juicio) polémica. Unos hablaban de autopromoción, otros de literatura ofensiva, y algún otro de victimismo. Eso sí, en el fondo, todos se referían a lo mismo: censura.
Lo que más me llamó la atención de esta polémica fue que era bastante paradójico que un libro que pretendía ser humorístico (N.B.: Lo siento por todos aquellos que blandieron la espada subversiva de la LIJ o citaron a Barrie o Sendak para justificar este libro. Me pareció un exceso), se tornara incómodo.
Algo por el estilo le sucede a Twain y Huckleberry Finn con esa parte de la comunidad afroamericana que ha censurado este libro por considerar que Jim recibe un trato ofensivo y vejatorio por parte de Huck (la palabra con connotaciones despectivas “nigger” se lee una y otra vez en esta obra), y que no deja de ser un personaje elaborado a base de los clichés racistas de la época. Me parece extremista y descabellado que lo realmente interesante de un libro tan excepcional sean las formas y no que Huck deje a un lado sus prejuicios de blanco supremacista y reconozca a Jim como un verdadero amigo, un compañero de viaje a pesar del color de su piel.


Como ya dije en este otro post, la dictadura de la piel fina ha cambiado la percepción que tenemos del mundo. Lo políticamente correcto nos aboca a un ejercicio censor que tiene que ver con lo preestablecido más que con nosotros mismos. Todo ello nos conduce a unas de esas paradojas modernas sobre las censuras. La doble moral, los dobles raseros, o lo desvirtuada que se siente la sociedad con el ser y el parecer, nos lleva a una perdida de sentido crítico por culpa de la imposición política, de los discursos morales erróneos.
No somos censores por nuestros propios prejuicios, sino que los somos porque otros se empeñan en censurar aquello que podría ser censurado y de paso lapidar a un tercero que probablemente se ha censurado a sí mismo como producto de otros prejuicios e intentaba ser crítico en primera instancia... Nota: Si no se lían con este trabalenguas, les animo a leer los juegos de palabras que Perry Nodelman, con más razón que un santo, apuntó en este otro artículo que tiene mucho que decir sobre censura y objetividad.


Fue censurado en muchos países por considerar que trataba temas de corrupción política, contenía sentimientos anti-belicistas y poner sobre la mesa el debate de la colonización. Por esta razón muchos lo camuflaron como libro de viajes.

Libreros, bibliotecarios, influencers... ¿literatura infantil realmente libre?

A veces me pregunto si el papel de blogueros, booktubers, bookstagramers, libreros, bibliotecarios y otros monstruos, es esencial para que lo diverso se mantenga en la LIJ. He tratado muchas veces este asunto en post como este o este otro, pero dejando a un lado las cuitas entre los enteraos de los libros infantiles, sí me atrevo a añadir que, a juzgar por las recomendaciones de final de año tan socorridas a la hora de recomendar libros, no parece que la cosa sea muy plural, ya que existen muchas coincidencias entre unos criterios y otros.
La cosa cambia cuando los seguimos, nos siguen con más detenimiento y observamos que muchos de ellos, de nosotros, saltamos con algún título sobre el que nadie se había percatado. Es ahí cuando la censura colectiva se hace menos evidente y me atrevo a pensar que muchos son, somos necesarios, sobre todo porque diluimos el llamado sesgo y abrimos más puertas que las que cerramos. Seguramente yo esté harto de libros sobre emociones, compendios comportamentales y obras edulcoras, mientras que otra colega se pirre por este tipo de títulos. Todos están presentes y el público puede ojearlos y decidir, según su propio criterio, cuáles censura y cuáles no.


Libro censurado hoy en día en Estados Unidos por hacer alusiones a familias con progenitores homosexuales, el matrimonio igualitario y la adopción por parte de estas parejas.

Lugar aparte merecen los enfrentamientos o guerras personales sobre el criterio de este booktuber o esta bloguera, sobre este o aquel libro. Es tal la fuerza que tienen algunos influencers, que son capaces de denostar y degradar un libro que en principio parecía honesto a las cotas literarias más bajas. Como ejemplos me gustaría citar El monstruo de los colores de Anna Llenas y Por cuatro esquinitas de nada de Jerôme Ruillier. Aunque en principio son dos libros que nacían de una idea honesta, sin mucha pretensión, y con cierto fundamento artístico -que es lo que se les presupone a los álbumes-, la desvinculación de estos libros de la esfera literaria por parte de educadores y padres para llevarlas a un terreno más didáctico y pedagógico, ha supuesto un encasillamiento de los mismos dentro de los llamados “libros de valores”, unos que muchos especialistas y críticos aborrecen por desmarcarse de sus criterios y cánones. Se establece así un prejuicio que impide ver la obra de una manera global para pasar a ser censurada por quienes deberían ser abiertos y plurales.


Los puntos sobre las íes o la censura escolar

Aunque clásicamente la escuela ha sido la institución más criticada por ejercer la censura en lo que a la literatura infantil se refiere, algo que se desprende en obras como Aprender a leer de Bruno Bettelheim y Karen Zelan o Como una novela de Pennac, tan aplaudidas desde los ámbitos más liberales del fomento lector, creo que es una acusación bastante extrema por dos causas principales.



Hasta 200 libros infantiles fueron retirados en 2019 de una biblioteca escolar de Cataluña por ser considerados "tóxicos" y "reproducir patrones sexistas". Entre ellos estaban cuentos tradicionales como La Cenicienta o Caperucita roja.

En primer lugar, la escuela es una institución dependiente del estado, es decir, una extensión del poder y que por tanto sigue las directrices que desde los diferentes gobiernos se dispensan. A pesar de que a los docentes se nos presupone una libertad de cátedra, existen numerosas formas de control gubernamental, administrativo y jurídico, como leyes, decretos y órdenes que nos dicen qué tenemos que enseñar y qué deben saber nuestros alumnos. Seguramente a todos ustedes se les ocurrirán ejemplos de doctrina, bulos históricos y contenidos modificados o simplemente borrados de muchos libros, un intervencionismo que huele cuando nos ponemos a indagar en libros de texto o acudimos a las aulas de nuestras escuelas, institutos o universidades.


Libro censurado en muchos lugares de Estados Unidos por representar a una niña transgénero, algo que incitaría a conductas impropias e impuras.

En segundo lugar, también hay que hablar de las presiones sociales que la Escuela sufre por parte de otras instituciones o grupos, entre las que cabe apuntar a las asociaciones de familiares de alumnos (en nuestro país conocidas como AMPAS) y a progenitores que, a título individual, denuncian las selecciones literarias que muchos maestros realizan para sus alumnos. 
Desde Roald Dahl hasta el Donde viven los monstruos que da título a este espacio, han sido señalados como autores y obras que incitan a comportamientos poco deseables, a la rebelión y subversión de los niños y Dios-sabe-qué-más-cosas deleznables. Les conmino a que visiten el lugar que la ALA (American Librarian Association) llamó Frequently Challenged Books y construyó hace mucho tiempo para hacer visibles aquellos libros “prohibidos” o “peligrosos” y llamar así la atención sobre la censura que pervive en muchas instituciones, sobre todo las educativas.



Fue censurado en los Estados Unidos desde la década de los años 70 hasta bien entrado el siglo XXI por grupos feministas y educadores. Según ellos, presenta situaciones poco deseables, como niños sentados en la taza del váter, adultos alcohólicos o fumadores.

Este tira y afloja que gobiernos y progenitores ejercen sobre la Escuela fomenta una censura institucional derivada del miedo, ese que coarta muchas veces a los docentes en la realización de actividades que puedan derivar en temas escabrosos y pongan en duda su profesionalidad como enseñantes. 
No obstante y para que no me tachen de corporativismo he de reconocer que en la Escuela, al igual que en cualquier otra institución, existe la opción personal de censurar aquello que no se atiene a la corrección esperada (N.B.: Estoy harto de que censuren mis pantalones cortos en verano mientras mis compañeras lucen piernas gracias a hermosos vestidos. Todo ello amenizado con cuarenta grados centígrados)


Este libro sigue encabezando la lista de libros censurables en Estados Unidos por su lenguaje ofensivo, racista y obsceno.

Editores, autores y autocensura

¿Por qué muchos autores de literatura juvenil edulcoran sus obras para hacerlas más comerciales? ¿Por qué existe cierta ausencia de personajes malvados en los cuentos infantiles actuales? ¿Por qué se ha desterrado al mal y los villanos de las historias dirigidas a los niños? ¿Por qué los cuentos populares no son aptos para las nuevas generaciones de niños pero sí para todas las anteriores? Sencillamente porque la compra-venta del producto cultural será más difícil a tenor de la censura.
Ciñéndome al estricto proceso creativo y de edición (dejo a un lado las modas, las tendencias, las denominaciones que buscan encasillar lecturas, las clasificaciones por edades que dirigen la industria editorial o las traducciones como mecanismo censor), hablaré del fino tul con el que se viste la autocensura. Bordado de palabras como “objetividad”, “criticismo”, “provocación”, “lirismo”, “compromiso”, “privilegio”, “humor”, “juego” o “poesía”... ¿Relativas? ¿Absolutas? ¿Necesarias? Todo depende del equilibrio que los creadores impriman a la obra y del prisma con el que se miren, algo que, a mi juicio depende del receptor final, el lector, que no necesita arengas ni disculpas, sino un poco de honestidad. ¿Libre, libertino o libertario? Es simplemente un extraño columpio sobre el que descansa la retórica. ¡Que más da!


Censurado en EE.UU. por contener un lenguaje ofensivo y vulgar, así como por poner en entredicho el llamado sueño americano.

Mientras que la censura gubernamental deja un poco de lado la literatura infantil, la industria editorial es la encargada de poner freno a diferentes publicaciones que pueden “tentar” a niños y jóvenes, que pueden “ofender” a padres y profesores, y que pueden “poner en peligro” el orden social.
El caso más reciente de censura editorial en el ámbito de la LIJ ha sucedido en 2023. Puffin Books, en connivencia con la Roald Dahl Story Company, empresa que gestiona las obras del autor británico, anunció que algunas palabras o frases presuntamente ofensivas en el lenguaje de lo políticamente correcto, se habían eliminado de algunas obras de Dahl. Los cretinos nunca más serán "feos", Augustus Gloop no será "gordo", los Oompa Loompas no tienen género, y en Las brujas y James y el melocotón gigante se han añadido cambios para no ser ofensivos con las mujeres. Esperemos que no obliguen a Quentin Blake a modificar sus ilustraciones. Como se descuiden los libros serán otros gracias a ofendiditos y neolenguajes...



En nuestro país no son pocos los autores que han denunciado el trato censor que muchas editoriales dan a sus creaciones, más si cabe cuando entran en juego aquellos grupos editoriales en los que la Iglesia (católica en nuestro caso, protestante en otros) y otras religiones meten mano. 
Todo empieza con palabras como “aborto”, “cocaína”, “puta”, “mamada” o “cabrón”. Aunque son palabras que abundan en los pasillos de cualquier colegio o instituto, están mal vistas en la Literatura, no sólo por malsonantes, sino porque pesan. La disección de una sola palabra puede tener cientos de connotaciones, y si está inmersa en un contexto más amplio, miles.
A pesar de que muchos autores necesiten comer, hay que darse cuenta de que si se autocensuran, estarán provocando el fallecimiento prematuro de su arte y, sobre todo, que se desencadene la autocensura de otros, los mismos que leen sus libros con la esperanza de hallar algo de libertad, de pensamiento crítico y poder identificar sus experiencias personales con las de alguien más. Algo que poco tiene que ver con el arte incendiario y venenoso que usan muchos para abrirse hueco entre los lectores, porque esa realidad que a menudo se confunde con lo subversivo nada tiene que ver con Cortázar ni con el excelso capítulo 68 de Rayuela.


Este es uno de los libros más cuestionado en Estados Unidos hoy día por incitar al satanismo y la violencia, y poseer un lenguaje ofensivo.

Luke, soy tu padre.” Familia y censura

En los tiempos que corren donde el superpaternalismo, la hiperalfabetización o el sobreproteccionismo son algunos de los pilares que sostienen la educación familiar, la censura es un arma más que fehaciente para construir hijos adecuados, intentos de niños modélicos. Chavales de proporciones aureas que con estereotipos y prejuicios muy marcados se enfrentan a las miserias del mundo, a personajes infumables, a jetas y pillos, arribistas y trepas, mafiosos, asesinos, violentos y malhechores. También a encrucijadas inimaginables, diferencias lingüísticas, sociales, de raza, sexo o religión, es decir, al cúmulo de circunstancias de cualquier forma de vida.
Por todo esto, cuando una madre, un padre o un hermano censuran, están capando una elección que, al fin y al cabo, es en lo que consiste la supervivencia. Sin embargo, la tónica general es la de establecer pautas y comportamientos afines a los progenitores de tal manera que inculcar prevalezca sobre educar, es decir, la censura como herramienta de instrucción familiar.
Lo que nos quedaría por dilucidar es si la censura es positiva o negativa en dicho proceso. ¿Obligar a leer es censura? ¿Por qué es bueno leer? ¿El hecho de que tu leas te capacita para saber que va a ser bueno para mí? ¿Leer obras que tu detestes me hace peor persona? Generalmente, cuando un hijo disiente del modus operandi de sus progenitores y toma un camino diferente suele tener problemas en el seno familiar ya que, en cierto modo, reta a la autoridad familiar. Si a ello añadimos sentimientos y emociones, el enfrentamiento está servido. Y la censura se eleva a N.


Fue censurado en Argentina durante la dictadura militar de Videla por alentar a los niños a una "ilimitada fantasía".

Yo, censor

Cuando cojo un libro entre las manos y leo ciertas palabras, empiezo a retorcerme en el sillón y, aunque no suelo abandonar la lectura (“Soy fuerte, soy valiente. Soy fuerte, soy valiente”), me da por pensar que otros se recitarán lo mismo mientras me leen a mí, censor de tres al cuarto.
Aunque ustedes piensen que soy hombre de pocos filtros y menos pelos en la lengua, les confieso que yo también me censuro, y no pocas veces. Todo empezó cuando en una ocasión una mujer muy sabia (de más, diría yo) me dijo que la gente no estaba preparada para oír lo que tenía que decir. Me quedé callado y seguí dándole vueltas al jabón (es otra de mis aficiones, para enjuagarme de vez en cuando el cerebro, no sea que se llene de mugre). Y aquí sigo, pensando más de lo que escribo (¿Para qué? ¿Para que me censuren una vez más? Basta).
Y mientras estoy en esas del victimismo, veo pasar a un chico de unos veinte años, largo y seco como un ajo. Viste un top gastado, roquis azules, plataformas rosas y, como capa, nuestra bandera rojigualda. Los gitanillos de mi barrio se arrancan por el gran Peret. Una lo llama para que haga como que baila. Cuánta guasa... Me sonrío. Casi una carcajada. Y convengo conmigo mismo que lo mejor que podemos hacer contra la censura es tomarnos la vida con cierta ligereza. Y que si no lo hacemos, no hay de qué preocuparse: de hedonistas y bizarros está el mundo lleno.  


Toda la obra de Sendak es controvertida, prueba de ello es que las imágenes que abren y cierran estos apuntes pertenecen a dos obras censuradas en Estados Unidos. La cocina de noche fue censurada por presentar a un niño totalmente desnudo, mientras que Donde viven los monstruos fue tachado de promover la incorrección política e incitar a la brujería y la invocación de sucesos sobrenaturales.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante la entrada, me has hecho repensar mi propia postura ante los libros.
Un saludo.
Carmen

Rocío dijo...

Muchas gracias, estoy de acuerdo, junto a la censura oficial ejercemos de censores con cada elección. ¡¡Recuerdo que me censuraron en un taller el libro de "Mamá puso un huevo"porque era pornográfico!!. En fin, creo que hay que pensar especialmente en la responsabilidad que tenemos como mediadores de elegir textos que abarquen el mundo, abran mentes y permitan construir en los chicos su propia postura ante determinados temas.

Román Belmonte dijo...

¡Muchísimas gracias por vuestros comentarios, Carmen y Rocío! Yo creo que este tema sobre la censura siempre ha de estar muy presente en todo lo que implique una elección. ¡El de "Mamá puso un huevo" de Babette Cole es un clásico censurado!(Pero ni caso... :P) ¡Un abrazo a las dos!

Biblioteca Chillarón de Cuenca dijo...

Enhorabuena por el artículo, totalmente de acuerdo con lo que expones. A mi me hace reflexionar y preguntarme porque luego nos quejamos que la gente (los niños) no leen. Dejemos que elijan sus propias lecturas, dejemos que naveguen libremente por esas millones de historias que hay que descubrir, que cada uno elija la que mejor le venga, y sobre todo dejemos que vuelen libres.

Kyra Galván dijo...

Precioso artículo, objetivo y sensible. Con sentido común. Muchas gracias por dar ejemplos concretos y analizar el tema desde diversos puntos de vista, sin condenar.

Luis Manteiga Pousa dijo...

Interesante artículo. Creo que los originales hay que respetarlos siempre. Otra cosa distinta, y que me parece bien, es lo que hizo Trapiello con El Quijote adaptandolo al castellano actual. Pero, insisto, siempre respetando los originales que deben seguir publicandose. Pero el caso de Roah Dhal y el de tantos otros es simplemente la censura de lo políticamente correcto y eso no. Si quieren contextualizarlo en un prologo que lo hagan, ya se hace con frecuencia desde hace mucho. Si se quieren hacer versiones, como se hacen de películas y canciones, que se hagan, pero siempre quedando claro que son eso, versiones, y que los originales se sigan publicando tal cual.Estos censores/adaptadores que escriban sus propios libros con el lenguaje que les de la gana pero que no se dediquen a reescribir los de los demás, generalmente con mucho más talento que ellos.

Luis Manteiga Pousa dijo...

Además, es un contrasentido, un absurdo, esta persecución censora, en este caso de libros infantiles, teniendo en cuenta lo que los niños ven, con mayor o menor frecuencia, en los programas telebasura, en internet, en los video juegos...