A
tenor de libros para niños repletos de mascotas y seres de compañía, regreso,
aparcando esta vez a canes y felinos, con uno de mis temas favoritos, ese que
lleva por título “el zoológico casero”… Y antes de despotricar, y aunque les
extrañe, les recuerdo que el aquí firmante es biólogo de formación…, bastante
irónico y recalcitrante, eso sí, pero también serio y academicista, algo que
juega a mi favor cuando de animales trata el juego.
Bajo
esa estúpida costumbre que ha quedado instaurada en los países del primer
mundo, de coleccionar bajo un mismo techo los seres animados de la más dispar
procedencia, queda también reflejada la consabida omnipotencia humana, esa que
jode a todo bicho viviente, a excepción de ratas, moscas y cucarachas (ya nos
podría haber dado por comérnoslas..).
Fuente
de enriquecimiento para muchos veterinarios (después de pasarse la vida
estudiando, es lógico que quieran echarse algo a la boca), los mamíferos
exóticos, los reptiles ojipláticos, las sierpes kilométricas, los arácnidos descontrolados
o los psitácidos deslenguados, son una carga ligera para muchos conciudadanos,
esos que, criados entre bocinazos y asfalto, añoran la peligrosa (y extinta)
jungla, donde más de uno moriría de un zarpazo. A todo esto y siendo
conscientes de que destetan y arrancan de brazos y picos maternos a estos
indefensos entes, sus “dueños” se purgan la culpa adquiriendo toneladas de
Royal Canin® para estas hermosas criaturas, mientras ellos pasan las noches a
base de sopa de sobre… ¡Menos mal que yo prefiero las gallináceas -desplumadas
y en pepitoria-¡
En
fin, que a la fuerza, ahorcan, no es ninguna novedad, sobre todo si se trata de
huskies siberianos en pleno Écija, monos encadenados o camaleones burgaleses.
La cuestión es matarlos, aunque sean los mejores amigos del hombre. Otra de
nuestras impertinencias (como si no tuviéramos bastantes…) que me dejan
temblando.
Y
para sacarles una nota de humor ante tanta crueldad manifiesta, les traigo Mi boa Bob, de Randy Siegel y Serge
Bloch (editorial Juventud), una agradable historia de un ofidio muy leído que,
además de vocabulario, regala a su joven y cariñoso dueño una gran lección: no
hay animales tontos, sino humanos poco inteligentes.
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