Como
en cualquier familia, la LIJ alemana, mantiene un nexo común con la del resto
de países de la vieja Europa, a la vez que posee una serie de rasgos que la
caracterizan y se basan en ciertos aspectos que esbocé ayer.
El
punto de inicio de este tipo de literatura es, inevitablemente, la tradición
oral que en este caso mucho se ve moldeada por las leyendas nórdicas y una
cierta influencia de una Centroeuropa medieval. No es hasta el trabajo
recopilatorio de Wilhem y Jakob Grimm que la literatura para niños da un paso
de gigante en la cultura germana, dueña y señora de un territorio más vasto que
hoy día, empezando a mirar hacia el mediterráneo dadas sus relaciones con
Italia y España. Es sobre esa tradición cuentera de corte fantástico y moral
sobre la que se cimentan las bases de una narrativa para niños que,
complementada por la cercanía del danés Andersen, se mantiene estática hasta el
siglo XX en el que sufre una revolución marcada por dos grandes eventos: las
Guerras Mundiales y la división de las dos Alemanias.
Es
por todos sabido el gran impacto que supone en la cultura occidental el triunfo
de Adolf Hitler en las elecciones de 1933, así como en todos los eventos
posteriores que se suceden en la Segunda Guerra Mundial y que sirven de base
para los relatos de Judith Kerr o todos los autores polacos adoptados por el
mundo editorial germano, víctimas del holocausto judío que sirven a la memoria
literaria y colectiva de estas masacres.
Así,
una Alemania derruida, odiada y dividida, debe reconstruir una nueva forma de
pensar, algo a lo que contribuyen las nuevas corrientes que, entre socialismo y
liberalismo, ven germinar autores que, como Eric Kästner o Paul Maar, dan a luz
personajes como Emil o Sams, que suponen una revolución en el campo de los
libros para niños alemanes (y que bebe de la sueca Pippi Langstrumpf de Astrid
Lindgren). Así emergen historias libertarias y rebeldes que encandilan al
pequeño público. Así mismo, Ursula Wölfel, Gudrun Pausewang y Michael Ende,
empiezan a abonar el terreno para hablar de una verdadera LIJ en alemán fantástica
y surreal que llena las librerías durante los años setenta y ochenta.
Si
a ello unimos las grandes corrientes migratorias que, desde ex territorios
coloniales y los países mediterráneos, sobre todo los limítrofes con Oriente
Próximo, repueblan la Alemania de las oportunidades de postguerra, estas
historias infantiles se llenan de exotismo y problemas sociales derivados de una
multiculturalidad (“Migrantenliteratur”) que bulle en las grandes ciudades a
ambas orillas del Rhin. Es así como el africano Hermann Schulz, el turco Rafik
Schami o la finesa Marjaleena Lembcke abanderan este tipo de literatura social.
Durante
la década de los noventa y principios del siglo XXI, el álbum ilustrado hace su
aparición de la mano de nuevos autores como Heinz Janisch, Axel Schleffer, Werner
Holzwarth o el holandés Martin Baltscheit que, abandonando una imagen acomplejada
y conciliadora, se sirven del humor (más propio del Benelux), para captar
nuevos y libres lectores que, con Cornelia Funke, Andreas Steinhöfel, Jürg
Schubiger o Daniel Napp, aúpan la nueva literatura infantil alemana, más laxa y
divertida.
B.S.O.: Annett Louisan. (2007). Kleine Zwischenfälle.
B.S.O.: Annett Louisan. (2007). Kleine Zwischenfälle.
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