Hace
unos días se conocía el dato de que el mercado editorial ha sufrido un retroceso
que lo sitúa doce años atrás (¡y yo que creía que durante los años de bonanza
nadie leía ni las etiquetas de Anís del Mono®…!). En definitiva, un disgusto
para todas las empresas que subsisten a la hecatombe económica y que nos arroja
perspectivas poco halagüeñas a los que gustamos de encontrar libros de calidad
y en cantidad… Así pasa, que llevo dos meses visitando librerías y bibliotecas,
y, como nunca antes me había sucedido, siento unas repentinas ganas de salir corriendo
ante este fantasmagórico declive. Más por el exceso que por la desolación, las
baldas donde otrora reposaban las novedades, se resienten de tanta morralla.
Montañas y montañas de libros infantiles (y no tanto…) que harían un buen papel
a la hora de asar castañas, se agolpan en pro de editoriales de nuevo cuño y devoradoras
multinacionales que, a mordiscos, intentan arañar algo del lector, ese
superhéroe cultural que, en vez de ahorrar para las cañas del fin de semana,
opta por abandonarse a su suerte, entre el ingente sinapismo de la letra
impresa.
Se
lo confieso. Me las veo negras para dar con algún título digno de reseñar… Los
mismos argumentos de siempre, el mismo estilo narrativo, moralinas invariables,
y las ilustraciones de toda la vida. Y así pasa, que ando, más que aburrido,
harto. Harto de andar de aquí para allá, de revisar los catálogos de novedades
de todas las editoriales conocidas, de volverme loco buscando otras
desconocidas, de pedir ejemplares que nunca llegan (ni a las librerías, ni a mi
casa), de recurrir a los clásicos, de pedir consejo a los sabios y entendidos… ¡Es
más difícil dar con un libro bueno que subir a la cima del Teide!... Espero no
morir sepultado por esas inestables pirámides de papel satinado, cuando,
exhausto de tanto hurgar entre los cimientos del álbum ilustrado, haga que se
tambaleen los títulos, derrumbándose por el mismo peso que hace unos años hizo
renacer de sus cenizas a los libros para niños, y destruir a su paso, como si
de un alud se tratase, los pequeños ladrillos que entre todos hemos cementado
para, sostener en lo alto, nuestra cumbre particular.
Y para recordarles que esta escalada no ha llegado a su fin, les traigo un pequeño cerro, La montaña de Antonio Zurera (editorial Kokoro), para que hagan un alto en el camino, recuperen el aliento, se llenen de fuerzas renovadoras y retomen ese reto que todos llamamos en su día LIJ.
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