lunes, 30 de septiembre de 2019

Instrucciones para leer un libro



Este verano, aparte de viajar, comer, dormir y disfrutar, he leído bastante. Mi objetivo era ponerme al día con algunos clásicos de la literatura universal (que la llaman) pero al final fui a la biblioteca y me perdí entre otro tipo de lecturas. El caso era entretenerse en los tiempos muertos, pues entre juergas y otros menesteres, no tenía yo la cabeza para mucho decoro intelectual.
Hay libros que necesitan calma chicha, otros, bicarbonato. Hay libros que no necesitan nada (sólo cerrarlos). Algunos necesitan mucha resignación (Ya saben ustedes de mi crisis con El tambor de hojalata), otros de un buen trago (¿Han leído alguna vez borrachos? Me encantaría conocer algo de esas lecturas ebrias, ¡anímense en los comentarios!). También tenemos libros que son un tedio o un paseo (¿Sobre la llanura, a la orilla de la playa, o cuesta arriba? Especifiquemos).
Lecturas de silencio, de bullicio o de bolsillo, todas necesitan de los mismos gestos. A saber… Coja usted el libro con las dos manos, apóyelo sobre su lomo y deslice la tapa delantera hacia la izquierda (si es manga hacia la derecha) y, tras descodificar los signos que ante usted se desvelan, pase la página en el mismo sentido que la tapa. Así hasta el final. ¿Lo pilla? Espero que sí. Y no se preocupe si tiene dudas, hoy le traigo un libro que se lo dejará muy claro.


¿Cómo se lee un libro? con texto de Daniel Fehr, ilustraciones de Maurizio A. C. Quarello y editado en castellano por Océano Travesía, nos presenta una de esas historias metaliterarias con cierta enjundia, no sólo porque es un libro interactivo (algunos gustan de llamarlo libro-juego, que también puede ser), sino porque ahonda en la necesidad de reconocer el objeto libro, de experimentar con él y familiarizarse con su forma y posición utilizando para ello un sinfín de perspectivas de las imágenes que configuran la narración.


La historia parte de una llamada de atención que un par de niños hacen al lector-espectador. Necesitan de su ayuda para seguir con vida, interpelan su colaboración. Conforme pasamos las páginas aparecen más personajes que nos resultan conocidos (una bruja, una ballena…) que aportan más dinamismo a una narración que no deja de ser un desastre monumental con el que desternillarse.
Como es un libro que deben tener en sus manos (seguro que les roba una sonrisa), no les voy a desvelar el final. Creo que con esta pequeña reseña es suficiente para animarles a participar de la fiesta. ¡Ah! Y si se dedican a esto de la animación a la lectura, no duden en incluirlo a su biblioteca, quizá les sea útil con pequeño y mayores (que hay algunos que todavía no saben cómo se lee un libro).


viernes, 27 de septiembre de 2019

Viajar o no viajar, he ahí el dilema



Imagen de Gnezdo Woodtoys

Me he pasado casi todo el verano para arriba y para abajo. Trenes, autobuses, aviones y hasta barcos. Con tanto trajín el tiempo ha pasado volando. Por un lado se agradece y por otro languidece, pues las vacaciones han mutado a un abrir y cerrar de ojos. A veces me pregunto si será mejor quedarse en casa, tomar todo con mucha calma, buscar la rutina del verano y, en mitad de esa quietud, dejar que el aburrimiento y el reloj enlentezcan el tiempo… ¡Creo que no! Me quedo con el ajetreo, que aburrirse es de viejos y yo todavía soy un crío.

Antonio viaja que viaja
por tierra, por mar, por aire,
va de un continente a otro
porque el mundo ya no es grande,
mira desde su avión
cordilleras y ciudades
como si, soñando aún,
sobre algún mapa trazase
con el dedo rutas, rumbos.
¿Ser hombre es estar de viaje?

Jorge Guillén.
Manera actual de ser niño.
En: Poesía española para jóvenes.
VV.AA.
Selección y prólogo de Ana Pelegrín.
Ilustraciones de VV.AA.
2017. Tres Cantos (Madrid): Loqueleo-Santillana.


miércoles, 25 de septiembre de 2019

De puertas de colegio y vínculos hermosos



De camino a casa, suelo encontrarme con aquellos que recogen a los niños de la escuela. Unos van charlando animadamente sobre el menú del día (cada vez que se me ocurre poner la oreja me escandalizo de la dieta infantil actual), otros se ponen a gruñir (¡Venga nene! ¡Que tengo prisa!), los menos van charlando con sus hijos sobre los acontecimientos de la mañana, pero siempre queda alguno que regala una pequeña parada en el parque a sus hijos (y yo me conformo con sonreír).


Me acuerdo de cuando mi madre acudía a la puerta de la escuela. Ella, como el resto, iba andando. Nada de coches por las inmediaciones, menos todavía si tenemos en cuenta que la calle donde estaba ubicado el centro parecía un bodoque y el estacionamiento era impensable. Todas se agolpaban bajo las columnas del soportal a modo de muro de contención. Salíamos disparados, resonaba el griterío, una marabunta de mochilas y alguna que otra pelea. Así era la salida del colegio.
Desde entonces las cosas han cambiado bastante... Antes era raro ver abuelos y marmotas pululando por los colegios y ahora abundan cada vez más las niñeras y personas mayores (es lo que tiene lo laboral, amigos). Lo de los coches es un despropósito (no sé si es que los adultos nacen con las piernas amputadas o es que nadie lleva a sus hijos al colegio más cercano). Pero lo que más me gusta es ver como acuden cada vez más hombres a las puertas escolares, un signo de que la crianza se comparte cada vez más.


Así llegamos a El primer diccionario de Nara, un álbum de David Pintor, editado por la joven editorial alicantina Degomagon, al mismo tiempo que cumple la función de diccionario-imagiario, es un tributo a la relación entre un padre y su hija, pues no sólo ayuda a los niños en sus primeros pasos con el lenguaje, sino que nos cuenta la historia del autor y Nara, de cómo han ido caminando juntos a lo largo del tiempo, de cómo comparten su día a día y de cómo se comunican y entienden, algo que, en sí mismo, es cautivador.


Seguramente muchos de ustedes se hagan la misma pregunta que yo “¿Por qué no ha sido editado enteramente en cartón?” Y yo respondo, primero porque sus tropecientas páginas hubieran sido inmanejables en un libro de esas características y segundo porque el Sr. Pintor también quería que este libro fuera extrapolable a los adultos, unos que, con hijos o sin ellos, fueran partícipes de ese vínculo hermoso entre progenitores y vástagos, de la humanidad que desprende la familia.


lunes, 23 de septiembre de 2019

Diciendo adiós al verano



Hoy es el primer día del otoño y aunque es una estación que me encanta, noto cierta desazón en el ambiente circundante. Les confieso que, en lo que a curro se refiere, el comienzo de curso no ha sido muy halagüeño, sobre todo porque te das cuenta de que la gente no es todo lo buena que debiera y, aprovechándose de su situación de poder, te pisotean hasta que sangras. Una mediocridad propia de pobres arribistas (que todo hay que decirlo…).
La verdad es que a mí, básicamente me la bufa: soy manchego y me recupero pronto. No obstante les diré que de vez en cuando me dan ganas de enganchar una guadaña y ponerme a segar cabezas (les estaría bien empleado por estirar tanto el cuello).


“¡Cómo estás, Román! ¡Cuánta violencia! ¡Pero si acabamos de empezar!” Déjense de pamplinas, que ustedes no saben el politiqueo que hay que aguantar. No tienen suficiente con aburrirnos hasta la extenuación echando mano de una burocracia inútil, sino que seleccionan a los peores perros para controlar el cauce de sus fechorías.
No se crean que estoy por la labor de invertir mis energías en gente obtusa que solo quiere ponerse medallas con el trabajo de los demás, no (aquí nadie se va de excursión con los críos, pero todos se suben al carro cuando hay que soltar el discursito). Hoy estoy aquí para que todos los monstruos olvidemos los montones de mierda que nos rodean y demos la bienvenida al lunes de la nueva estación como se merece, con una pizca de belleza.


Y es que no se me ha ocurrido mejor manera de hacerlo que con Stian Hole y su álbum El final del verano (editorial Kókinos). Tenía muchas ganas de hablar de este libro, pues a pesar de que lo incluí en esta selección de Clásicos básicos del álbum actual, no había hablado de él hasta ahora. 
Aunque forma parte de la trilogía de Garmann, el niño protagonista, es un libro que puede leerse desde lo individual pues en él se recoge de una forma maravillosa esa esencia que destilan los finales estivales.
El argumento es sencillo. Se acaba el verano y la familia de Garmann recibe la visita de sus tres tías, unas viejecitas un tanto peculiares que en parte recuerdan a las Parcas y en parte a las hadas madrinas (¿será por el número tres o hay algo más detrás?). Es así como este niño se empieza a hacer preguntas sobre sí mismo, sobre las tres mujeres, sobre sus padres, y sobre el futuro de todos.


De corte sincero y divertido, Hole hurga en los miedos de la infancia desde un lenguaje directo, incluso económico (estos nórdicos...), sin olvidar el contrato fantástico con el que envuelve unas ilustraciones a caballo entre el collage y las técnicas digitales, donde lo surrealista y lo onírico se abren camino para explorar un universo colorista y con mucho humor. Imágenes que a modo de mapas nos invitan a buscar detalles, tesoros escondidos que enriquecen la narración y revolotean en el subconsciente.
Me gusta que los finales del verano sean luminosos, que se abran claros que inunden de luz el otoño futuro…



miércoles, 18 de septiembre de 2019

El regreso a la certidumbre



Allá por julio les avisé de que quizá no volvería. Estaba hasta el tuétano de tanto libro y tanta leche. Lo mejor que podía hacer era aparcar este sitio, olvidarme de él, de las redes sociales e irme de vacaciones. La cosa estaba tiznada. No quería ver el teclado del ordenador ni en pintura. Había sido un curso bastante duro y cundía el desánimo.
No fueron pocas las personas que se preocuparon ante semejante cerrojazo. Me preguntaron con cierta cautela si es que me había pasado algo. Quizá era el calor (no me digan que no ha sido bochornoso este verano…), quizá las pilas de libros que se amontonan en mi casa, quizá las exigencias del guión… No sabía muy bien porqué estaba tan harto. 
Me dejé llevar de un sitio a otro. Que si Valladolid, Madrid, Benidorm, Atenas, Brighton o Sebastopol. La cuestión era no parar de danzar (con libros bajo el brazo, claro está… Que luego hay que llenar de buena literatura el Instagram). Y entre cerveza y cerveza, siempre aparecía alguien que leía el blog un día tras otro, que se declaraba abiertamente fan (No soy Justin Bieber, pero casi), que reconocía que mis palabras le sacaban de sus casillas (esta es la parte que más me gusta, lo reconozco) o simplemente compartía esta afición por la lectura. Y mi corazón se hinchaba cada vez más.


Todo iba mejorando y la cosa pintaba cada vez mejor, pues algunos proyectos tomaban forma y eso molaba. Que si un libro que habla del artista que todos llevamos dentro, que si un seminario trimestral de Literatura Infantil, que si algún que otro curso… Evidentemente son cosas que te hacen flotar, te hacen sentir bien y te das cuenta de que tu grano de arena en esto de los libros infantiles, aunque no te convierte en ningún sabio, hace más grande la montaña por la que cada vez más monstruos se dejan caer haciendo la croqueta.
Sin saber muy bien cómo, mientras experimentaba ese viaje hacia mi yo en la LIJ futura, me acordé de otro libro. Y es que me vi reflejado en el protagonista de El secreto de Simón, un libro delicado y evocador de Luz Marina Baltasar (editorial Kókinos) que nos habla de esa proyección futura en la que se ve reflejado todo niño mientras piensa en el mañana y su incertidumbre, frente a la que se pregunta y se responde sobre los posibles escenarios vitales.
Señoras, señores, he pasado página y lo he pensado bien. No soy ni profesor universitario ni voy a congresos con boato ni como con políticos ni pretendo hacerme de oro con esto. Soy Román Belmonte, uno al que le gustan los libros y opina de lo que hay delante y detrás de ellos.
Aunque este curso que empieza hoy (para un albaceteño de pro como yo, la Nochevieja fue ayer) no va a ser tan prolífico en reseñas y otros pensamientos como los anteriores, tengo claro que una parte de mi futuro está en los libros infantiles, que seguiré aquí por mí y por ellos.