Tras un fin de semana
electoral que nos trae un panorama catalán parecido (otros cuatro
años de aburrimiento...), una cena amenizada por niños cantando
mientras sus padres lloran (creo que hay más esperanzas en las
lágrimas de los adultos que en la ilusión de sus hijos... otro
circo...) y mil cosas más (esta semana no doy abasto con tanto
trajín), me dispongo a hablar de libros de conocimientos, un genero
por el que muchos sienten verdadera pasión, pero que un servidor lo
tiene algo olvidado (será que me dedico a esto de la Escuela...).
Así que, aprovechando el comienzo de curso y que las neuronas andan
ávidas de sabiduría, aquí les dejo una reflexión y algunos
títulos...
Lo cierto es que lograr
un buen libro de conocimientos es una tarea bastante difícil, sobre
todo si tenemos en cuenta que la frontera que separa un libro de
texto y otro literario está bastante difusa estos días en el que
editoriales echan mano del grafismo, el pop-up o la ilustración
(hace años bastante limitados al mundo del álbum ilustrado) para
hacer más atractivos y vendibles sus productos, debido a un aumento
de las dimensiones del negocio, una feroz competencia y un público
más exigente a la hora de invertir su dinero (no olvidemos que
cuanto mejor forma y color tenga un plato, más suculento nos parece
a simple vista).
Otra de las similitudes
entre el libro informativo y el manual escolar reside en el patente
constructivismo que de un tiempo a esta parte llena todo el mundo
infantil (¡malditas tendencias pedagógicas!). Las formas de
aprender, sean estas autónomas o independientes, las formas de leer
o de disfrutar, cada vez son más afines a esta tendencia y se
articulan sobre sus bases (¿No nos bastaba con dejarles disfrutar?
¿Por qué todos progenitores ansían hijos la mar e sabihondos?).
Lejos de estos aparentes
parecidos razonables, sigo manteniendo que un libro de conocimientos
o informativo, entendido dentro de un contexto literario, debe
aportar algo más que datos enciclopédicos o académicos. Debe hacer
crecer el afán por aprender del lector, avivar su intelecto, ser
lúdico y ofrecer un nuevo escenario en el disfrutar y conocer. Así
es como el libro informativo se convierte en un producto difícil, no
sólo a la hora de darle forma (debe ser muy complejo elaborar algo
con tantos niveles interpretativos o de lectura), ya que es un libro
que debe aunar calidad literaria, gráfica y didáctica en un sólo
formato, sino también a la hora de consumirlo, ya que creo que son
libros en los que el lector debe estar dirigido de alguna forma para
transcribir, procesar, asimilar y sintetizar la información y
desarrollar nuevas competencias, un proceder en el que los mediadores
-llamémosles así- deben estar muy presentes.
Como docente doy buena
cuenta de los recursos que muchos utilizamos en clase y de que están
basados en meros datos anécticos o curiosidades varias (puntos en
los que confluimos con muchos de los libros de conocimiento...
¡manidos recursos didácticos!), pero debemos de ser conscientes de
que el diálogo entre lector y libro informativo debe pasar por la
autonomía e independencia, dos de las cualidades que este tipo de
relaciones requieren.
Y sin más darles la
vara, me voy a poner con la pintura, el mayor de mis castigos durante
los últimos días... ¡Pobres cervicales!