Sostengo Gracias,
Tejón entre las manos y se me vienen a la cabeza pensamientos
parecidos a los del año pasado mientras leía Dos alas. Este
libro de Susan Varley, un libro clásico reeditado este año por la
editorial Los Cuatro Azules (¡agradecidos estamos los monstruos con tan
buena noticia!), es otro de esos títulos que nos hablan de la eterna
dualidad vida-muerte, un tema que apasiona a muchos monstruos y que
da buena cuenta de ese puente intergeneracional que suponen la LIJ en
general y el álbum ilustrado en particular.
Página a página, me
vuelvo a acordar de todos aquellos que odian la Navidad por la
pérdida de algún ser querido, algo que si bien es respetable y muy
personal, es cierto que repercute en el ánimo colectivo. A pesar de
que abomino de sobreproteccionismo y paliativos hacia la infancia y la
adolescencia en lo que se refiere a temas vitales y necesarios (la
realidad es muy puta y con los pies en la tierra te das cuenta
antes), sí abogo por retornar a mi discurso de optimismo a la hora
de gestionar el duelo, algo de lo que me acuerdo cuando presencio
cenas y comidas navideñas que parecen un baño de lágrimas. El
recuerdo de los fallecidos hace brotar sollozos y caras largas que
ensombrecen de algún modo los deseos de pequeños y adolescentes que
también comparten la mesa y que reciben un mensaje más que
desesperanzador sobre lo que debe ser la vida.
Todos nos morimos y todos
debemos ser conscientes de ello. De manera natural o trágica, la
muerte de un allegado se hace cuesta arriba sea cual sea su
pendiente, pero nunca debe significar la nuestra propia. Cada uno
tiene bastante con su existencia (y no debe menospreciar la de los
demás), pero se me antoja más adecuado echar mano de recursos
positivistas y conciliadores, que de aquellos en los que la tragedia
se apodere del ánimo.
Un servidor (que también
tiene sus miserias vitales), siguiendo la estela que dibuja este
hermoso álbum, les recomienda celebrar lo que fue la vida de los que
ya no están. Es una forma de entretejerla con las de aquellos que se
han quedado, hacer brotar un ecosistema en el que todos importemos.
En ese sentido es quizá lo menos doloroso, no sólo a la hora de
elaborar un duelo que camina con nosotros, sino también para
construir un ejemplo hacia los demás en pro de la vida, que al fin y
al cabo es lo que más importa: brindar, brindar por todos los que
fuimos, los que somos.
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