Tras casi una semana en
Londres haciendo lo que más me gusta (el mono), vuelvo con algunas
ideas bajo la manga, de entre las que he creído oportuno rescatar
una que pienso bien puede servir para desatar un debate en los
corrillos de profesionales y aficionados que se arremolinan entre
caseta y caseta del estrenado escaparate literario de la Feria del
Libro de Madrid (N.B.: Aunque a veces enmarañe las cosas, puede ser
útil darle a la manivela).
Es
una práctica bastante usual clasificar a los libros mediante
diversas características (extensión, tipo de lenguaje, formato,
tipo de ilustración o temática) que suelen integrarse en la llamada
“clasificación por edades”, esa que suele no tener en cuenta el
distinto grado de madurez de los lectores, sus circunstancias, tanto
personales, como ambientales, ni los intereses creados. Además
de volver loco a más de un editor, distribuidor o librero, son los
lectores y los mediadores (padres, bibliotecarios o especialistas) los
que más sufren este tipo de gradaciones que, unas veces pueden
responder a la realidad, pero que otras veces son sesgadas e
inútiles, sobre todo porque cada lector es un mundo y las
experiencias con los libros suelen ser muy distintas de un receptor a
otro.
Shaun Tan
Michèle Lemieux
Carla Besora
Antes de empezar a
desgranar este tema tan suculento me gustaría hacer dos
apreciaciones. Por un lado hay que decir que la clasificación de los
libros por edades, aunque se ha utilizado durante muchos años como
instrumento orientativo tomando como criterios la extensión textual
y la complejidad léxica, ha quedado un tanto desfasada a la hora de
tratar nuevas concepciones literarias desde que el álbum ilustrado,
más difícilmente clasificable y con capacidad comunicativa más
compleja, irrumpe en la realidad editorial desde hace unas décadas
(me pone negro que muchos denosten este formato a las cotas más
paupérrimas de calidad literaria y otros ensalcen novelas
verborreícas como píldoras contra la ignorancia. Mal vamos...). Y
por otro hay que apuntar a que esta parcelación en base al número
de palabras que contenga una obra literaria también es algo que
seguimos lastrando dentro del ideario colectivo por un mero factor
anacrónico (los adultos de hoy son los niños de los 70 y 80, años
en los que la escuela tenía cierto afán categórico, dogmático y
utilitario).
Sobre la palabrería,
poco más hay que decir. La cantidad no es sinónimo de edad (¡Qué
se lo digan a los poetas!). Y punto.
Angela Lago
Ahora nos vamos a los
contenidos (un tema más peliagudo bajo mi punto de vista)...
El tratamiento que muchos
libros dan a temas poco asociados (aunque igualmente necesarios) a la
infancia, son motivo de frecuente discusión en el universo lijero,
donde diferentes frentes exponen su visión sobre diferentes libros.
Los que generalmente (hay excepciones) defendemos un álbum ilustrado
universal, chocamos frontalmente con el criterio de los sectores más
tradicionales y oxidados, entre los que destacan padres y docentes,
mediadores que, debido, no sólo a la influencia que el mercado
editorial tradicional tiene sobre ellos, sino a los prejuicios y la
sobreprotección a la que tienen acostumbrados a la infancia, gradúan
(in)conscientemente el tipo de temáticas que deben tratar sus
lecturas dependiendo de la edad física de los receptores, sus hijos
y alumnos.
Maurice Sendak
Sin ir más lejos, hace
unos días discutíamos animadamente en un encuentro con docentes si
es “apropiado” o no dar a leer a los niños ciertos libros como
El pato y la muerte, La cocina de noche o
El libro triste. Además de
no ponernos de acuerdo, salieron a la palestra temas bastante comunes
sobre libros ofensivos e inofensivos, sobre el papel que los maestros
tienen en la lectura, sobre quién es el último responsable de
elegir los títulos a leer: ¿especialistas?, ¿docentes?, ¿padres?,
¿el propio niño?..., o sobre la censura explícita o críptica... Y
yo desvariaba: ¿Por qué solemos derivar el humor y la ternura a los
pequeños lectores mientras que temas como el sexo se dirigen a
lectores de mayor edad? ¿Por qué los libros para niños deben ser
políticamente correctos? ¿Por qué deben ser moralmente
aceptados?...
Isidro Ferrer
L. F. Santamaría
Vamos,
que madurez y edad tampoco son sinónimos aunque muchos los confundan
(me he encontrado con gente de treinta incapaz de entender libros
recomendados para niños de siete años. Inverosímil pero bastante
frecuente).
Quentin Blake
A
pesar de todas estas consideraciones sobre categorías, lectores y
mediadores, hay que hablar del negocio de la LIJ (¡Cómo no!), ese
que favorece que la clasificación por edades siga siendo la forma
más sencilla de llegar al consumidor. De esta manera, la industria,
va creando estadios, grados de madurez distintos (a cada periodo
vital le corresponde un tipo de literatura) y crea consumidores ad
hoc para perpetuar un negocio (a veces se me figura a la gradación
en la que muchos se inician en los vicios del tabaco o el alcohol),
además de actuar como rasero inquisidor. A veces cierro los ojos,
muevo la cabeza a izquierda y derecha y digo que hemos dejado que las
casas editoriales guíen el proceso formativo de la lectura, un
camino que debe ser personal e intransferible para cada uno de
nosotros y en el que caben múltiples parámetros, opciones y
elecciones.
Serge Bloch
Edward Gorey
Muchos
editores apelan con frecuencia a las distribuidoras para justificar
su elección, sobre todo porque estas, las encargadas de hacer llegar
el producto al cliente mediante el engranaje de la publicidad y las
estrategias del mercado, necesitan dirigir los diferentes productos
hacia el público potencial. Así que, aunque suene triste: para
sobrevivir hay que claudicar.
Otros
editores/autores se encomiendan al sentido de la responsabilidad y se
deben a los lectores, receptores de sus productos/creaciones, unos
que esperan ser encauzados de una o cierta manera en el proceso de la
lectura, uno que, aunque parte del ejemplo, siempre se basa en cierto
grado de confianza entre empresario/creador y cliente/espectador.
En
el último rincón quedan aquellos que prefieren dejar al libre
albedrío del público cuál/es de sus libros son los más adecuados
para sí mismos o sus allegados. Probablemente suene disonante pero
cada vez son más los que optan por ello, una tendencia en la que el
individualismo es la materia prima de la que está hecha la selección
literaria.
Manuel Marsol
Alberto Gamón
A modo de sencillo
epílogo, decirles que, a pesar de las opiniones que cada uno tenga
al respecto, les recomiendo no poner vallas al campo y ampliar sus
horizontes (no sólo hay uno...), de tal manera que unos puedan
encontrar espacios desconocidos y agradables, y otros podamos dar
rienda suelta a nuestras beldades o maldades.
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