martes, 22 de septiembre de 2015

¡Vivan los juegos de calle!

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Una vez hemos dejado atrás los terrores del verano (que no han sido pocos...), ha terminado la mejor feria de España, y he sentado a mis más de 140 adolescentes en sus correspondientes pupitres (cuando quieran se los presto y dan buena cuenta de que los maestros SÍ trabajamos), me congratula dar comienzo, un curso más, a este espacio lleno de tapa dura e ilustraciones a go-go, para hablar así de todo lo que nos incumbe (y lo que no... -ya saben que me encanta andurrear por las ramas-) a los monstruos.
Aunque serán conscientes de que tengo más vicio que un gato en las uñas (¿Quién duda de que haya visitado alguna que otra librería o devorado alguna que otra novela durante los meses estivales?), deberán creerme cuando les digo que he pasado el verano rascándome la panza, una parte de mi anatomía que, aunque poco protuberante, necesita de los más exquisitos cuidados, algo que no me ha restado mucho tiempo a la hora de darle cuerda a la cocorota (los que conocen el placer de pensar a la orilla del mar, me comprenderán con facilidad). No es dejadez lo que me embriaga (¡a un lado mojigaterías!, ¡lo mío son las cervezas frías!), ni me he dejado llevar por la pereza (¡qué cosa tan triste esa...!), sino que más bien he preferido envolverme en el aroma contemplativo de la vida mientras algunos se afilian a los nuevos partidos (ahora hay más despachos a los que entrar y más oportunidades para rapiñar), otros lloran un poquito en el mostrador de la trabajadora social de paguica en paguica (si no fuera por estos jetas no podríamos cotizar para la jubilación) y los últimos venden su alma al diablo con tal de que les publiquen un libro.

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Menos mal que ya ha llegado la Escuela, esa que da esplendor a los niños (algunos difieren aduciendo que siega las personalidades sobresalientes y homogeneiza a la prole) y llena de paz a los padres (en eso están todos de acuerdo..., ¡que los hijos dan mucho la vara!). Vomitonas, forro a raudales (Qué gastazo... ¡Docentes del mundo! Luzcan este lema en su solapa: “¡Yo también detesto los libros de texto!”) y, sobre todo, mucho olor a humanidad, llenan las aulas estos días. También me encantan esos cartelitos de caligrafías variopintas que colocan los alumnos sobre la mesa y nos ayudan a aprender sus nombres -¡con lo difícil que es recordarlos y lo fácil que resulta olvidarlos!- y lo desorientados que parecen yendo de un pasillo a otro, pero sin duda, cuando más me divierto es a la hora del recreo, cuando la algarabía llena el patio y algunos se atreven con juegos con los que se divertían no hace mucho. Y es que, a pesar de la vergüenza, todos nos envalentonamos cuando del escondite, el pañuelo, el balón prisionero y el churro (¡menos amagar, me encantaba todo lo que tenía que ver con este juego!) se trata, algo que nos recuerdan María Pascual (he de felicitarla por sus ilustraciones de técnica mixta sobre tabla, sencillamente exquisitas) y la editorial Narval en su ¿Sales a jugar? Así que ya saben, acompañen a sus vástagos al parque (que ya están bastante encerrados) y, mientras ellos botan, brincan, corren, riñen y gritan, disfruten de este veranillo tan agradable que aún nos suena. Yo, por mi parte, creo que me uniré a la fiesta..., a ver si bajo barriga...

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2 comentarios:

miriabad dijo...

Feliz regreso y feliz por tu regreso.
Prefiero que sigas tú haciéndote cargo de los adolescentes... ;-)

Román Belmonte dijo...

¡Esta vez a la primera, Miriam! ¿Te quieres creer que me han dado de baja de facebook? A volver a empezar toca... Snifff.