martes, 2 de mayo de 2017

Solos pero acompañados


Después de un apacible puentecillo (sin diminutivo para algunos afortunados) y habiendo trabajado más de la cuenta (un pecado teniendo en cuenta lo que se celebraba, pero alguien tiene que corregir los exámenes de unos discípulos que estudian más bien poco...), me dirijo a la cama y, de repente, se oye un ladrido. El perro del vecino recibe a su amo. Bajo poco a poco la persiana y escucho a los críos del piso de al lado. Tres días sin horario rutinario pueden con cualquiera... Me tumbo y, mientras me cubro con la colcha, empiezo a caer en la cuenta de que, a pesar de vivir ensimismado (sin connotaciones negativas, por favor), no soy el único que pisa sobre este mundo.


… Y me acuerdo del niño que, tropezando una y otra vez, se yergue con una sonrisa triunfante, de los viejos que buscan en las caricias de los demás los recuerdos del pasado, del hombre que llora en su celda, de los que velan a los enfermos en los hospitales, de los invitados a esa boda que aún no ha terminado, del pastor solitario, y de esa pareja que pasea cogida de la mano. Llega una imagen tras otra de quienes conocemos o de los que, por el contrario, jamás nos hemos cruzado.


No estamos solos, no, aunque lo parezcamos. Sólo que todos y cada uno de nosotros nos aferramos a la existencia como a un salvavidas. Algunos lo definen como puro egoísmo, otros lo relacionan con ese afán de supervivencia, y el aquí firmante elabora su propia hipótesis añadiendo al tarro la teoría general de sistemas (N.B.: Sí Bertalanffy y todos los que contribuyeron a construir este paradigma, levantaran la cabeza, seguramente me propinarían un pescozón) antes de darle a la batidora.
Esa mezcla de soledad y compañía que nos arropa en mitad de la noche, aunque por un lado suene terrorífica, por otro nos mece aliviados, porque sin comerlo ni beberlo estamos acompañados de las circunstancias de otros, de sus avatares que, no nos pertenecen pero se atan de alguna forma al hilo de nuestra existencia.


Seguramente ustedes creen que no tienen nada que ver con personas poco coherentes, intransigentes, racistas o cuyo humor queda por debajo de cualquier razonamiento lógico (hay gente que todavía no sabe traducir un “Ja, ja, ja, ja”), pero lo cierto es que todos tenemos algo que ver entre nosotros y a pesar de plantearnos ir a nuestro aire (cada uno su casa y Dios, si existe, en la de todos), este equilibro que nos aglutina siempre nos pone al servicio de otros.
Sí, sé que doy la impresión de estar un poco ido (¿Qué cosas piensa este hombre en vez de echarse un pestañazo?), pero se ve que no soy el único a juzgar por el último libro de Akiko Miyakoshi, Regreso a casa, recientemente publicado en castellano por la editorial Océano Travesía. En un álbum lleno de poesía y basado en la técnica del carboncillo con ciertas notas de color (Nota: Me encanta que en las ilustraciones de este último libro se pueda ver la trama del papel utilizado), algo a lo que nos tiene acostumbrados esta autora, las vidas de los habitantes se funden en una sola mirada, la del niño que vuelve con su madre a casa tras caer el sol. El protagonista toma consciencia de lo que le rodea, su barrio y las gentes que lo habitan, de qué acontece... Como yo, mientras caigo en los brazos de Morfeo... Zzzz...


1 comentario:

miriabad dijo...

Tiene algo de mágico volver a casa.
Y no podemos olvidar que estamos hecho de la misma materia. Sólo somos primos más o menos lejanos.
Buscaré el libro. Esta poética me resuena.
Gracias, Román.