miércoles, 3 de noviembre de 2010

La ballena y el hombre


Hace unos años comenzaron una serie de reformas en la Facultad de Ciencias Biológicas (también la de Ciencias Geológicas, anexa a la primera) de la Universidad Complutense de Madrid, facultad en la que estudié durante un tiempo -no diré cuánto, por temor a posibles muecas de sorpresa…-, y, como en cualquier tanda de arreglos (que se lo digan a las amas de casa…), se sucedieron los más variopintos desastres. De entre los más sonados está el de la ballena…
Contamos en esta facultad con un excelente animalario, es decir, una exposición de todo tipo de esqueletos de animales vertebrados, que a lo largo de los años, entre profesores y alumnos, han ido repelando (no encuentro mejor verbo que exprese un trabajo propio de buitres). Normalmente los animales proceden de parques zoológicos, viajes y donaciones, y se suelen guardar en enormes congeladores.
De entre las toneladas de carroña congelada, era por todos conocida la existencia de una ballena (no sé decirles la especie). Se decía tanto y nada sobre ella, que nadie sabía si era real o ficticia... Hasta que llegó el apagón y los congeladores se desconectaron. Y la ballena se reveló tan poderosa en la tierra como en el ancho mar. Imaginen cientos de kilos de carne putrefacta expeliendo un hedor insoportable, un vaho agrio que recorría todos los rincones y pasillos… Imaginen al animal más grande de la Tierra demostrando ante la insignificante osadía del hombre, su misma inmensidad después de muerto. Eso es Moby Dick.
Se ha hablado mucho de la parábola moderna de Melville, de sus paralelismos con las Sagradas Escrituras o de esa revisión que lleva a cabo de la clásica naturaleza humana –el Hombre es estático, ¿no creen?- desde un punto de vista contemporáneo, pero yo sólo veo una narración completa, de prosa firme y argumento atemporal: el Hombre es una dualidad evidente cuando es capaz de retarse a sí mismo, a sus miedos y a sus pasiones.
Por entresacar otro aspecto de esta lectura (sin pensarlo dos veces les recomiendo la edición íntegra de Anaya: cinco estrellas), me reafirmo en la idea de que la cultura también evoluciona. Lo que antes eran meros cuentos para niños, hoy día son claros ejemplos de alta cultura. En un cercano pasado muchos aspectos recogidos en la literatura, eran comprensibles por la mayor parte de la población, hoy día, excepto frases de simple factura y argumentos propios de los cuentos de hadas, la literatura clásica se figura una perfecta extraña ante los ojos de la mayor parte de los escolares. Ejemplos de esta degradación cultural los encontramos a decenas en Moby Dick, novela que recoge una enorme cantidad de referencias geográficas, religiosas o relativas a la jerga marinera, que son incomprensibles para la mayor parte de sus hipotéticos lectores. Seguramente, si Melville hubiera escrito esta novela en nuestros días, con toda seguridad sería enterrada bajo la losa de ignorancia en la que se nos instruye.
Léanla. Es una orden.

2 comentarios:

judith dijo...

De verdad yo lei el libro hace algun tiempo, y me parece que es un clasico. A mi me gusto mucho, pero me dejo cierta tristeza que maltrataran tanto al pobre animal. un abrazo. judith

Cristina dijo...

El insomnio tiene estas ventajas... Buscando una imagen para ilustrar una cita, que pomposa, Dios, he tropezado con tu maravilloso blog... Qué suerte, qué suerte!
Gracias y hasta pronto...