Sí, lo confieso, soy de ciencias y me considero nulo en
matemáticas. No creo que sea el único a tenor del odio que destilan las
matemáticas entre muchos de mis alumnos. Tienen bien clarito que el álgebra y
el cálculo no son lo suyo a pesar de haberse decantado por la lógica formal.
Lo mío con el mundo de los números ha sido un matrimonio de
conveniencia, una relación de idas y venidas que nunca llegará a su fin, más
que nada porque cuando menos me lo espero, ¡zas! Senos y cosenos, varianzas y
desviaciones típicas reaparecen en mi vida y la ponen patas arriba. No es que
yo esté interesado en borrarlas de la faz de la tierra, pero viviría un poquito
más cómodo si cada uno nos mantuviésemos en nuestro sitio. Lo digo por ellas,
también por un servidor, que todos tenemos amor propio y nos duele, sobre todo
lo nuestro.
Pese a ello no me resisto a considerar algún acercamiento,
que las “mates” son el lenguaje universal. Sobre todo si se trata de sumas y restas,
multiplicaciones y divisiones (sencillas, claro, porque como me tenga que poner
a hallar un cociente con varios dígitos, decimales incluidos, seguro que la
cago). Ecuaciones, de primer y segundo grado, raíces cuadradas, ni pensarlo
(eso cayó en el olvido, en los recuerdos de la primaria), fracciones, puedo
atreverme, pero lo peor de todo son derivadas e integrales… A mí que no me
corten trajes, pero quien se inventará semejante tortura, tiene el infierno
ganado.
A pesar de este desamor, no cejen en su empeño, pues todavía
quedan humanos que se pirran por la aritmética. El caso es empezar, dar con un
buen profesor (dato importante), quitarle hierro al asunto, tirar la toalla
nunca y no obsesionarse con la solución, pues las ciencias exactas, tan exactas
no son. Sólo basta con abanderar ese lema de que “Están en cualquier lado”,
véanse la nómina, el camino de Santiago o el ticket del supermercado. Se hacen
tan patentes que hasta la literatura infantil se hace eco de ellas. Buen
ejemplo de esto es ¡Contemos 5 ranas!,
un libro con mucha miga de Pato Mena y publicado por Loqueleo-Santillana.
Tomando como excusa una simple enumeración (se supone que
del uno al cinco), el señor Mena hace un alarde de buen gusto y elocuencia,
transformando lo que en principio podría ser un mero libro para aprender a
contar, en un libro interactivo de excelente factura. Para ello utiliza seis
personajes, mucha metaliteratura, una situación absurda, un narrador expectante y disrupciones narrativas
entre las que se cuelan artistas invitados, un enfado e incluso un posible cambio de
título/cubierta. No creo conveniente destriparles el argumento (sería romper la magia de
la lectura… ¡Ups! Quería decir aritmética), pero sí me creo en el deber de
avisarles sobre el poder que este libro tiene para arrancar sonrisas mientras nos hace cavilar (restas
incluidas).
No se pierdan esta alocada obra de teatro con cuatro actos
(invito a todos los profesores de infantil y primer ciclo de primaria a la puesta en escena del mismo con sus pupilos... El resultado se me figura una maravilla) porque es un empujón, no sólo para
jugar con los números, sino para entender que con los libros se puede aprender
y disfrutar a la vez.
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