De cuitas esta hecho el mundo, tántas que ya he perdido la cuenta. Penas dulces y, las más, amargas, han sembrado los caminos de sinsabores y otras malas yerbas, que de bordes y tercas se enredan en los arados y vertederas que cruzan los campos de nuestros días… No lo afirmo por crédula misericordia, sino en aras de la sinceridad, porque oigan, los lectores también lloran, lloramos por las palabras que perdimos.
Hoy ha muerto el último que escribió en mi lengua, el castellano, ese al que llamaron Miguel Delibes. Y un servidor, aunque de nula jaez y poca imaginación, quiere rendirle homenaje.
Descubrí a Don Miguel tarde, algo polvoriento y bastante mermado. Lo cogí de un estante y lo guardé allí donde cupo. Pasé las páginas de hito en hito, de tarde en tarde. Quizá no fue el comienzo deseado, pero bien me acompañó durante aquel verano. Luego siguieron otras sombras bajo otros árboles, en las que, digámoslo así, gané todos los colores: el rojo, el gris, y, si me apuras, hasta la claridad de alguna lágrima; porque perder, lo que se dice perder, perdí poco, tan solo un mentiroso guiño…
Y sí. La prosa del maestro vallisoletano no se puede considerar estrictamente infantil aunque ocurra en las tres edades del existir, pero he de afirmar, y aunque parezca insano confesarlo, que nunca he leído a Delibes, él me leyó a mí. Me recorrió por dentro, cada gota de sangre, cada arrebato, cada callada emoción. Y eso, les digo, bien vale mi infancia, la de todos nosotros. ¿Qué más podemos pedir?
Porque a los príncipes que hablan como sabios, no los destrona la guerra, ni la mano caudilla o la indiferencia postrera, sino que sólo la muerte se encarga de callarlos.
Hoy ha muerto el último que escribió en mi lengua, el castellano, ese al que llamaron Miguel Delibes. Y un servidor, aunque de nula jaez y poca imaginación, quiere rendirle homenaje.
Descubrí a Don Miguel tarde, algo polvoriento y bastante mermado. Lo cogí de un estante y lo guardé allí donde cupo. Pasé las páginas de hito en hito, de tarde en tarde. Quizá no fue el comienzo deseado, pero bien me acompañó durante aquel verano. Luego siguieron otras sombras bajo otros árboles, en las que, digámoslo así, gané todos los colores: el rojo, el gris, y, si me apuras, hasta la claridad de alguna lágrima; porque perder, lo que se dice perder, perdí poco, tan solo un mentiroso guiño…
Y sí. La prosa del maestro vallisoletano no se puede considerar estrictamente infantil aunque ocurra en las tres edades del existir, pero he de afirmar, y aunque parezca insano confesarlo, que nunca he leído a Delibes, él me leyó a mí. Me recorrió por dentro, cada gota de sangre, cada arrebato, cada callada emoción. Y eso, les digo, bien vale mi infancia, la de todos nosotros. ¿Qué más podemos pedir?
Porque a los príncipes que hablan como sabios, no los destrona la guerra, ni la mano caudilla o la indiferencia postrera, sino que sólo la muerte se encarga de callarlos.
1 comentario:
Todos los que "queremos" a Delibes estamos tristes. Y digo "queremos" porque creo que los que le admiramos y le leemos tenemos respeto y un cariño hacia él. No sólo es su forma de escribir, es también lo que escribe. Sus personajes. Y es también él, un hombre íntegro. El mejor homenaje es seguir leyéndole y animando a otros a que lo hagan. Un abrazo, Román, de Miriam
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