A
pesar de que la tontería se adueña de la mayoría de las capitales
de provincia (permítanme ser un poco crítico con la ciudad en la
que vivo), de unos años a esta parte y debido, probablemente, a la
crisis del ladrillo en nuestro país, veo cómo la mentalidad de sus
habitantes muta poco a poco. Donde más se observa este cambio es en
el tipo de residencia... Poco a poco, los corazones de las ciudades
vuelven a adquirir cierta actividad. Mientras que hace una década la
gente se pirraba por adquirir viviendas en la periferia (¡Cuánto
daño hicieron aquellas urbanizaciones residenciales de adosados con
piscina comunitaria rodeados de zonas ajardinadas!), hoy en día
muchos empiezan a plantearse la compra o alquiler de pisos céntricos
con unos cuantos años a los que, con una reformilla o cuatro
retoques, devuelven el esplendor perdido. Quizá el asfalto les
provea de alguna que otra desventaja, pero lo cierto es que se gana
en movilidad y servicios.
Este
fenómeno (no tan nuevo y bastante cíclico, históricamente
hablando) que los ingleses bautizaron como “gentrification”
(castellanizado como gentrificación) comenzó a materializarse por
última vez en las grandes urbes europeas y norteamericanas a
mediados y finales del siglo XX. Los madrileños barrios de Chueca o
Lavapiés, el Islinton londinense (una zona exquisita que recomiendo
visitar), las áreas del Berlín oriental, el antiguo guetto de
Varsovia o la Zona Tortona milanesa, han visto cambiar, no sólo su
fisionomía, sino a sus habitantes gracias, sobre todo, a comunidades
de artistas, minorías religiosas o al colectivo gay.
Seguramente
no todo es tan bonito, ya que se sabe que la especulación de las
empresas constructoras e inmobiliarias, unido al choque entre
distintas clases sociales que pugnan por el control de un mismo
territorio, desembocan en muchos conflictos colectivos y dramas
personales, pero lo cierto es que son realidades que mantienen vivas
a las ciudades aunque les resten identidad (me jode mucho que los
centros urbanos de Madrid y Barcelona estén plagados de
franquicias...).
Cuando los álbumes Maravillosos vecinos (firmado por Hélène
Lasserre y Gilles Bonotaux publicado por Bira Biro) y sus secuelas Con los vecinos y El viaje de los vecinos cayeron en mis
manos, no pude evitar pensar en este modelo de re-habitabilidad que
ha mejorado, no sólo físicamente, sino cultural y económicamente, muchas zonas deprimidas de nuestras ciudades. Y es que en estos dos álbumes no sólo se habla en este álbum del proceso de
cambio, sino de cómo se va alcanzando un equilibro, de la
cooperación entre los vecinos y de su sacrificio, de cómo una
comunidad bien engrasada es capaz de funcionar como un todo en pro de
los intereses individuales.
Tomando como escenario un bloque de viviendas, los autores nos trasladan a un universo ficticio bastante cercano, aunque disparatado, y con buenas bazas para gustar a pequeños y grandes.
Tomando como escenario un bloque de viviendas, los autores nos trasladan a un universo ficticio bastante cercano, aunque disparatado, y con buenas bazas para gustar a pequeños y grandes.
En primer lugar, los tres volúmenes cuentan historias protagonizadas por animales antropomorfos (esto tiene mucho tirón). Monos, pulpos, serpientes, cigüeñas, perros, cerdos, jirafas, canguros... Podemos encontrar todo un zoológico (como la vida misma) en el que utilizando su biología o las preconcepciones que tenemos de ellos, se asocian diferentes comportamientos y situaciones.
En segundo lugar la narración se desarrolla en forma de stop-motion, es decir, el escenario siempre es el mismo (unas veces en el edificio y otras en la nave que construyen) y sólo cambian algunos elementos, lo que produce una sensación espacio-temporal muy curiosa (Nota: Este es un recurso muy utilizado por estos autores en otras de sus obras que tienen mucho que ver con la mutabilidad de los espacios, un tema muy interesante en los contextos históricos).
Por último cabe destacar la utilización de recursos propios del álbum informativo, en el que se nos presenta el interior de la viviendas, de la nave dirigible y los comercios, de tal manera que descubre lo oculto. Si a esto unimos el afán que muchos lectores tenemos por meter las narices donde no nos llaman, establece un juego de vouyerismo muy sugerente.
Esperemos que esta Navidad algunos tomen nota y dejen vivir a los demás...
En segundo lugar la narración se desarrolla en forma de stop-motion, es decir, el escenario siempre es el mismo (unas veces en el edificio y otras en la nave que construyen) y sólo cambian algunos elementos, lo que produce una sensación espacio-temporal muy curiosa (Nota: Este es un recurso muy utilizado por estos autores en otras de sus obras que tienen mucho que ver con la mutabilidad de los espacios, un tema muy interesante en los contextos históricos).
Por último cabe destacar la utilización de recursos propios del álbum informativo, en el que se nos presenta el interior de la viviendas, de la nave dirigible y los comercios, de tal manera que descubre lo oculto. Si a esto unimos el afán que muchos lectores tenemos por meter las narices donde no nos llaman, establece un juego de vouyerismo muy sugerente.
Esperemos que esta Navidad algunos tomen nota y dejen vivir a los demás...
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