lunes, 27 de marzo de 2017

La dictadura de las redes sociales


Nada como las redes sociales para proveernos de todo tipo de desórdenes psicológicos, egos mal resueltos, miserias humanas y gestos bizarros. A pesar de que medio mundo hacemos uso de estos escaparates vomitando todo tipo de mensajes, hay usuarios y usuarios...
Dentro de los que las utilizan con poco decoro (no me refiero a aquellos que les dan carácter de herramienta), podemos definir dos facciones... A un lado tenemos a los inofensivos. Me encantan esas personas que utilizan feisbuq como vehículo terapéutico colgando todo tipo de mensajes que ponen en evidencia sus necesidades amorosas o familiares. Feisbuq, tu mejor amigo: para sentirse querido, buscar algo de apoyo, un abrazo cibernético. Para que no te digan “¡Triste! ¡Que eres un triste!”...
También están los rimbombantes. Éxito por aquí, éxitos por allá. “Acaba de sentenciar el charcutero que me merezco el cielo eterno”, “Soy la mejor, mi perro dixit”. Que bien mirado, más que de publicidad, la cosa peca de propaganda y lo que buscamos es la visibilidad entre el rebaño. Diferenciarnos, vamos...


Al otro lado están los dañinos, los que ofenden con descaro. Eso de usar las redes sociales para poner a la gente a caldo debería estar penado (¡Ah! Que lo está... “Me se” había olvidado). Lo mejor de todo es cuando huele a podrido y nos anquilosamos: se muere algún político de un bando, y los del otro ya se están cagando en su puta madre. Y así seguimos: involucionando.
También los entrometidos, bien que joden a la chita comentando. Mucha gente se enfada porque, claro, le comentan la jugada e, irremisiblemente, se enzarzan dimedireteando. Esta claro que el que hace uso de las redes sociales se expone a críticas de toda clase, pero que también sepan los comentaristas que de elegancia también vive el hombre (¡No borren los comentarios! Y que cada cual luzca su pelaje). Si ya me lo decía mi madre: “Nene, no señales, que está muy feo”.


Sin lugar a dudas y pese a quien pese, los mejores son los que se quedan, a pesar de las poses, en el medio. No porque nos alegren el día con cirugía estética, morritos y garbo, sino porque dan muestras de que el postureo es una lección de vida y para vivir, se nace. Que sí, que sí, que en ver de hozar en la mierda de otros, buscarse algún noviete o echar una canita al aire es más saludable (que no sano) y amable.


Y con tanto lío, ¿por qué las redes sociales? Feisbuq, tuiter o istagram no dejan de ser más que una pequeña (o grande, quién sabe...) dictadura impuesta por nuestras bajas necesidades ya que, a pesar de recitar el “yo controlo” no nos damos cuenta que el producto, las víctimas (consentidas, como siempre) somos nosotros. Nos creemos dueños de lo nuestro, pero actos, imágenes o palabras son la moneda de cambio para los caprichos de cuatro mang(one)antes. Nos obligan (sutilmente) a ser sus dóciles mamporreros, perdemos las formas (violenta o complacientemente amaneradas), y enajenados por una gloria que, al fin y al cabo, es de tres al cuarto.
Una buena salida sería leer ¡De aquí no pasa nadie!, un álbum maravilloso de Isabel Mihnós Martins y Bernardo P. Carvalho editado en castelano por Takatuka, que tomando como excusa el espacio de la doble página nos plantea un acto de rebeldía social ante las normas un tanto ficticias e incomprensibles establecidas por un general. Metafórico a la par que divertido me ha parecido una historia con un componente coral maravilloso en la que todos los personajes aportan su grano de arena a cambiar la perspectiva de las cosas, principalmente el soldado insurrecto que da el primer paso. Con multitud de detalles, tanto técnicos (las guardas son una verdadera delicia o el uso del espacio físico como recurso narrativo para ensalzar el libro como objeto son verdaderas delicias), como discursivos, me parece un álbum ilustrado más que recomendable para mostrar los avatares dictatoriales a pequeños y grandes.


Y si, ni aún así, logramos enfrentarnos a la dictadura de las redes sociales, les recomiendo que piensen antes de publicar y comentar en ellas, más que nada por imprimirles algo de elegancia, que como dice la Miriam, “para ser hay que estar”. Y si estamos que por lo menos seamos... humanos.

P.S.: Y de propina... mis paisanos:


2 comentarios:

miriabad dijo...

La muchachada, qué irreverentes y divertidos. Estoy cansada de tantos señores serios que no toman nada en serio excepto sus propios intereses. De corbatas y caras largas.
¡Cuántas dictaduras!
Intentemos divertirnos aunque sea en nuestro propio entierro. Es lo único que no podrán quitarnos, unas buenas risas.

Román Belmonte dijo...

¡Vamos Miriam, sal a bailar que tu lo haces fenomenal!