martes, 10 de abril de 2012

De pequeños momentos


Es mucha la expectación que conllevan los grandes acontecimientos de la vida, desde la celebración de una boda, hasta el nacimiento de un hijo, momentos todos ellos, normalmente felices. Ello no quiere decir que, simplemente por el hecho de ser importantes, la dicha que acarreen sea directamente proporcional al tamaño de los faustos a organizar, ya que uno, apoltronado en su sillón favorito acompañado de un buen libro, puede ser tanto o más feliz que la noche donde dejó a un lado la soltería. Con total seguridad ocurra lo mismo con otros momentos que se suponen de algarabía y pasión desorbitada, véase la celebración tras una final de la Champions League, y otros más íntimos como ver brotar la primera palabra de la boca de su primogénito.


Si podemos clasificar a los hombres en grandes y pequeños (cada cual dé las connotaciones que quiera a estas categorías), también podemos decir que la vida se compone de grandes y pequeños momentos, todos ellos necesarios a partes iguales, aunque no está de más, convenir en que cada cual es libre de elegir según su apetencia… Si bien es cierto que los grandilocuentes prefieren los excesos de emociones, yo soy de esos que se emborrachan con los mínimos, esos mágicos e inesperados que suceden en un abrir y cerrar de ojos y te arrugan el corazón para darte un soplo de alegría.


Respecto a estos pequeños momentos, he de subrayar que no soy el único que los prefiere, sino que Germano Zullo y Albertine también se hacen eco de ellos en su particular obra Los pájaros (Editorial Libros del Zorro Rojo), una de esas historias que están preñadas de ínfimos y geniales momentos… No sólo por lo evidente que es la generosidad, encontrar un amigo, verte en su reflejo, resignarse a la pérdida, añorarlo..., sino también por lo invisible de la vida, los que subyace en nosotros, nuestros deseos y anhelos, esos que a veces nos hacen volar, como si de corrientes aéreas se tratasen...



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