De unos años a esta
parte vengo fijándome en la abundancia de “libros-catálogo” o
“libros-manual” que se agolpan en las librerías y bibliotecas,
un fenómeno del que me gustaría hablar en este espacio en el que
tienen cabida numerosas formas de vida literarias e ilustradas.
Aunque no sé si los
teóricos y especialistas tienen un nombre para este tipo de género,
yo acabo de acuñar este término para referirme a todos aquellos
libros ilustrados en los que, a modo de catálogo, enciclopedia,
diccionario o manual, se desarrolla, de forma realista, fantástica o
humorística, un tema concreto, que puede ir desde las princesas
hasta las abuelas, pasando por los animales que nunca existieron. Son
libros que se encuentran a caballo entre los álbumes ilustrados y
los libros informativos. No son álbumes ilustrados porque su corpus
narrativo es algo paraliterario, y tampoco son libros informativos
porque sobrepasan la línea de la realidad para volar a otros
derroteros más imaginativos.
Aunque tenemos ejemplos
clásicos como El manual de la bruja de Malcolm Bird (Anaya),
la edad moderna de este género (si mal no recuerdo) empezó con
Philippe Lechermeier y Rebecca Dautremer y sus Princesas
(olvidadas o desconocidas) publicado por Edelvives. Seguro que la
mayoría de ustedes conoce este libro preciosista, excelentemente
editado y a través del cual se creó una mercadotecnia en torno a la
que ha girado una gran volumen de ganancias, algo inaudito en una
obra dirigida al público infantil. A partir de ese momento se han
sucedido numerosas propuestas editoriales con un formato similar que,
igualmente, han tenido mucha acogida entre los lectores. Como
ejemplos más inmediatos tengo el caso de Abuelas de la A a la Z,
Madre solo hay una y aquí están todas, Abuelas. Manual de
instrucciones, todos de Raquel Díaz Reguera, el Pequeño
catálogo de instantes de felicidad de Roger Olmos y Lewis York y
Besos que fueron y no fueron de David Aceituno y Roger Olmos
(todos ellos editados en Lumen, sello del grupo Random House).
Quizá el éxito de este
tipo de libros entre el público infantil (me consta que es así)
resida en su capacidad para aunar en un mismo formato características
del libro de texto -abstracciones gráficas, una secuencia ordenada
en base a criterios alfabéticos o taxonómicos, o su exposición
apoyada en notas aclaratorias y descripciones formales-, con otras
más propias del libro ilustrado -ilustraciones a troche y moche, o
un lenguaje artístico propio-.
Esta realidad tiene una
lectura múltiple... Por un lado escritores e ilustradores no viven
encorsetados ante un producto puramente comercial, algo que les
facilita su vis creativa. Por otro, el editor pone a la venta un
producto atractivo y con mucho tirón (es fácilmente vendible porque
está bien editado, es extenso e ilustrado). También tenemos a los
compradores (padres o maestros) que abogan por comprar libros con
cierta “chicha” y “peso” (¿cantidad es sinónimo de calidad?
He de decir que en cuanto a ilustraciones se refiere, sí, pero el
texto... ¡ejem!) y que son ligeramente “estafados” por creer que
muchos de estos libros contribuirán a enriquecer los conocimientos
de sus hijos/pupilos respecto a la realidad. Por último están los
lectores o consumidores finales, niños que, a pesar de divertirse
con este tipo de libros, veo manipulados por la imposibilidad de
diferenciar entre el texto académico y el texto como ocio, algo que,
si bien no creo que influya en su desarrollo cognitivo (hay muchos
que se alarman de más), sí dificulta el proceso de crear lectores
competentes.
Lejos de mi intención
está el denostar este tipo de libros, tan necesarios como otros y
que yo mismo me atrevo a recomendar para pasárselo en grande o como
apoyo a la hora de desarrollar actividades relacionadas con ellos, sí creo que hay que ser crítico y realista, no abusar de éstos
para inculcar el mensaje de que la literatura debe ser libre y no
pre-fabricada (aunque la comida rápida sea bazofia comparada con los
pucheros de mi madre, a veces hay que darse al vicio y echarse una
hamburguesa al gaznate), y recomendarles que, si se decantan por este
tipo de libros-catálogo, dejen a un lado la paraliteratura que
muchos guardan en las páginas y escojan algunos como El gran zooilógico. Bestiario de seres
mitológicos de Daniel Montero Galán y editado por Jaguar, o Al
caer la noche. Consejos útiles para una sana convivencia entre
especies de Enrique Quevedo publicado por Tres Tristes Tigres, para leer algo aceptable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario