Ya
estamos en mayo y, agradecidos por las últimas lluvias, los campos
andan teñidos de verde (¿será la única época del año en la que
la sub-meseta sur no parece un erial?) y la primavera se puede cortar
en el aire, no sólo por las hormonas en suspensión, sino por el
vigor que en huertos, bancales y cultivares dan a entender que llega
el fuego reproductor. Y para celebrarlo, he creído conveniente unas
pocas consideraciones sobre la agricultura ecológica y/u orgánica,
tal olvidada por algunos, tan vitoreada por otros como un servidor.
Seguramente
muchos piensan que lo de la agricultura ecológica y orgánica está
más relacionado con la prohibición de pesticidas y herbicidas que
con otra cosa, pero me gustaría llamar la atención sobre algunos
aspectos igualmente importantes en este tema... Sí, es cierto que
este tipo de agricultura opta por el uso de productos naturales
(aprovecho para proponerles una reflexión: ¿lo natural es sinónimo
de inofensivo?) o inocuos para el ser humano (véase el caso del
jabón de sosa o potasa diluido para controlar el pulgón o la ceniza
diluida para la roya), así como por un control natural de las plagas
(por ejemplo el uso de depredadores naturales como la Coccinella
semptenpunctata para controlar
el pulgón o las rapaces en el caso de los devastadores topillos),
pero el concepto “ecológico” tiene el cuenta todo el equilibrio
del sistema, y por tanto, multitud de factores inter-relacionados
entre sí en pro de esa homeostasis...
Es
por ello que debemos prestar mucha atención a las técnicas de
laboreo, unas que pueden degradar el perfil del suelo y que, en
muchos casos, no son auditadas para la certificación ecológica (ya
saben, la ecoetiqueta) de los productos frutícolas u hortícolas.
Con ello quiero decir que la presión a la que se sobre-expone el
suelo en ciertas explotaciones, dista mucho del óptimo ecológico
que se esperaría en estos productos, véase el uso del arado de
vertedera (inversión de la estructura natural de un suelo) o el
empobrecimiento mineral y orgánico del suelo y la consecuente
adición de abonos (se supone que orgánicos...). Probablemente, todo
esto se solventaría con una adecuada rotación de los cultivos y una
técnicas de laboreo menos agresivas, así que, ya saben: el sustrato
también importa.
También
hay que tener en cuenta el tipo de semillas que se utilizan, ya que
hoy día es muy difícil encontrar semillas no modificadas
genéticamente (existe cierta diferencia con “seleccionadas
artificialmente”, ya que el Hombre lo ha hecho desde que optó por
el sedentarismo) o transgénicas, algo que tampoco suelen incluir
muchas certificaciones de este tipo. Si desean variedades y
cultivares tradicionales, les recomiendo acudir a cualquier
encuentro-feria de semillas tradicionales o ponerse en contacto con
alguno de los múltiples bancos de germoplasma agrícola (aquí les
dejo el enlace con todas las redes de semillas españolas para que
brujuleen) y proveerse así de estas variedades, no solamente
adaptadas a un terreno y climatología concretas, sino que también
favorezcan la viabilidad de la cosecha siendo resistentes a ciertas
enfermedades.
Igualmente
me gustaría hablar de un dato importante que no se considera en la
mayoría de los productos ecológicos: el uso del agua. En un país
como el nuestro donde predomina el clima mediterráneo, uno
caracterizado por la marcada estacionalidad y la escasez de
precipitaciones en verano, época de mayor productividad
horto-frutícola, urge el acondicionar los cultivos a dicha
disponibilidad para no derrocharla en exceso a merced de una
producción que poco tiene que ver con los parámetros climáticos de
una zona determinada (plantar maíz o espárragos en zonas con
balance hídrico negativo es una atrocidad). Debemos adecuar los
cultivos a las caraterísticas de cada zona, no sólo por la
productividad, sino por respetar los recursos disponibles, así como
utilizar métodos de riego de ahorro, adaptados a la zona y
rentables.
Para
terminar comentar algo que me ronda: ¿Todos los productos ecológicos
son sostenibles? Es decir, ¿aportan su pequeño grano de arena a la
sostenibilidad económica, ecológica y social?... Se podría decir
que la mayor parte de ellos contribuyen en mayor o menor grado al
parámetro ecológico, pero no ocurre lo mismo con la faceta
económica (por ejemplo: si estamos acostumbrados a tener
disponibilidad de todo tipo de alimentos a lo largo del año, algo
que es imposible de manera natural ya que dependemos de las distinta
temporadas, favorecemos el aumento de los costes y por consiguiente,
el precio final del producto) o con la social (imagínense que
vivimos en una zona en la que el pepino se cultiva de manera
tradicional y ecológica pero el producto final es un poco más caro
que el procedente de Marruecos, ¿Qué compra intervendrá más a
nivel social? Si compramos el que proviene del país vecino seríamos
doblemente insostenibles; por un lado fomentaríamos la continuidad
de los bajos salarios que, probablemente, son la causa del precio
competitivo, y denostaríamos nuestro propio producto en detrimento
de las familias productoras del entorno; por otro lado auparíamos un
transporte mayor, el elevado consumo de combustible y más producción
de contaminantes y residuos, lo que, a la larga sería menos
sostenible, tanto ecológica, como socialmente.
A
pesar de tener en cuenta estas consideraciones, les diré que, lo
mejor para conseguir unos aceptables tomates ecológicos es echarse
p'alante y cultivarlos uno mismo. Sigan el ejemplo de El
pequeño jardinero, el
protagonista de otro álbum de Emily Hughes (Impedimenta) que
con mucho tesón, perseverancia y algún que otro disgusto (raro es
el agricultor que no los sufra), ve florecer su trabajo. Disfruten de
esta preciosa oda al trabajo agrícola en la que la naturaleza
interviene con todos sus mecanismos; y si no me creen, déjense
seducir por la magia que tiene el ver germinar una habichuela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario