lunes, 9 de mayo de 2016

Oriente en los libros ilustrados



Los argumentos de occidente, esos que comúnmente leemos, suelen tener cierta mirada oriental cuando pretenden ser exóticos. Lo desconocido y la lejanía son dos características que reúnen las culturas orientales a la par que dos armas poderosas con las que impregnar de cierto misterio las historias humanas. A pesar de que la globalización nos ayuda a comprender de un modo más cercano estas realidades de hombres que distan espacialmente de la nuestra, Oriente sigue colándose en los productos culturales de occidente como fuente de lo extraño para así dotarlas de ciertos adjetivos a los que no estamos acostumbrados y quizás, pluralidad (que nunca está de más). Dragones, quimonos, ideogramas, misticismo, colorido y mucha magia ancestral llenan las páginas de nuestros películas, cuadros, partituras y libros, lo que aquí nos ocupa.
No debemos olvidar la universalización de la literatura japonesa en el siglo XX y lo que llevamos del XXI con la defensa que ciertos autores pertenecientes a la generación beat de los 50, el realismo mágico latinoamericano (citemos a Borges) y la ultimísima sub-cultura hipster (véase la omnipresencia de Haruki Murakami y el manga japonés en las librerías y bibliotecas), ha hecho de ésta.



En la literatura infantil, aunque la tendencia ha sido similar (no sólo porque la aldea global ha hecho de las suyas mirando hacia el este), hay que llamar la atención sobre el contenido dentro del imagiario de los álbumes ilustrados, unos en los que las ilustraciones incluyen símbolos, estilos y guiños propios de Oriente (se me ocurriría citar la apuesta que hace unos años se hizo sobre la ilustración coreana, los guiños que muchos títulos hacen de obras clásicas del arte tradicional, las inspiración oriental que grandes exponentes de la escuela francesa de ilustración como Rebecca Dautremer o Benjamin Lacombe, la visibilidad de formas poéticas como el haiku, o los formatos y encuadernaciones clásicamente niponas que se han colado en nuestros libros para niños). No obstante, hay que decir que podemos hablar de ejemplos puntuales y no de una verdadera tendencia, ya que algo que juega en contra de estas simbiosis culturales es la dificultad del pequeño lector para identificar el mundo literario con el real a través de la mediación que realiza el objeto “libro” entre ambos mundos.



Es por esto que hoy les traigo dos libros ilustrados con clara influencia oriental y con las mismas dimensiones (¡Me encantan estos libritos estrechos y verticales! Tienen un no-sé-qué...!)... Por un lado tenemos El armario chino otro álbum experimental de Javier Sáez Castán -sí, sí, el del Animalario del profesor Revillod- y publicado por Ekaré, que nos narra en azul y rojo (un recurso muy utilizado) una historia de doble cara (me encantan los juegos de nunca acabar) que tiene como protagonistas a un niño y un armario muy misterioso. Por otro lado tenemos Bárbaro, un libro de Renato Moriconi (Fondo de Cultura Económica) en el que la imaginación se funde con la realidad para trasladarnos a un viaje por mundos de aire asiático. Es un álbum sin palabras para primeros lectores charlatanes y padres que dejan leer en soledad.



Así que, si no tienen un duro para darse un garbeo por Asia y sus encantos geográficos, naturales o humanos, echen mano de estos dos libros y disfruten del sofá en estas tardes de lluvia que nos esperan. Que nunca está de más viajar sin salir de casa.


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