martes, 16 de noviembre de 2021

Manipulación coronavírica


Como parece ser que lo del volcán está tocando su fin, habrá que desempolvar  la pandemia y darle protagonismo a la variante "Ómicron" para justificar las nuevas tropelías que, por parte de los caciques de turno (y que pronto secundarán sus homónimos españoles), se están cometiendo en toda Europa en aras del fascismo más asqueroso.
Y digo esto porque hay que buscar nuevas formas de represión social (por lo visto no hemos tenido bastante...). Ahora les ha llegado el turno a los no vacunados y a los niños, personas que por una razón u otra, no se han inyectado los preparados milagrosos que según los políticos, las farmacéuticas y los sabios de la medicina, nos iban a sacar de esta crisis sanitaria.


Son los nuevos apestados, leprosos de siglo XXI que van a verse confinados en sus casas porque amado líder así lo ha decidido, cómo no, amén al jaleo de unas huestes que, henchidas de manipulación (des)informativa y abanderadas por "eso" de la salud pública, se dedican a joder a otros iguales pasándose por el forro el artículo 2 de la Declaración Universal de Derechos Humanos o el 14 de la Constitución Española.


Sí, amigos, llámenme conspiranoico, pero el caso es que llevo observando cómo, de unos meses a esta parte, no afloran datos sobre ciertas cuestiones (tan importantes como el porcentaje de población vacunada, una matraca veraniega de tres pares de cojones).
Nada se sabe de la eficacia de cada una de las vacunas que se nos han inyectado (o sí lo saben pero no cantan), qué repercusiones sobre la salud están teniendo las diferentes vacunas sobre la población (se ve que la incidencia de algunos fenómenos y patologías ha aumentado considerablemente en personas vacunadas), tampoco el número de fallecidos por coronavirus (esto ha sido una constante desde que empezamos la fiesta), la gravedad de quiénes acuden a los hospitales o lo que dice la comunidad científica sobre vacunar a los menores de 12 años (¡Venga! ¡Que sigan enchufándoles de todo a los críos!).


Todos los gobiernos tienen los datos en su poder pero sin embargo no los sacan a la luz, ¿Por qué…? Que en países como Chile o Portugal con más del 80% de la población supuestamente inmunizada, vean el número de contagios al alza, me hace sospechar. Que si nos hemos relajado en el uso de la mascarilla, que necesitamos terceras y cuartas dosis, que si los países africanos son los culpables (a lo mejor hay que darles las gracias) o que debemos llevar a la silla eléctrica a los no vacunados (¿Incluidos los niños? ¿Acaso no serán ellos ese 20% restante?). Eso sí, no hablan de nuevos fármacos para el tratamiento, ni de la incidencia de la nueva cepa sobre las UCIs, ni muchos menos de hacer pruebas de anticuerpos a todos aquellos que han sobrevivido a la enfermedad y que cuentan con inmunidad natural. ¿Por qué? Repito ¿Hay otros intereses detrás de la pandemia? 


Empiezo a pensar que, a pesar de la realidad vírica, hay demasiada manipulación en todo esto, que lo necesitan para perpetuarse en el poder, una coartada estupenda para restringir nuestras libertades a su antojo, impunemente. Telediarios monotemáticos, publicidad institucional, epidemiólogos, opinadores y espontáneos sostienen una campaña de manipulación mediática que poco a poco se ha hecho con una opinión pública que no sabe qué pensar y solo se deja llevar a merced de unos intereses creados.



Como seguramente me dirán que soy esto o lo otro, mi mejor defensa es El pequeño manipulador, un libro maravilloso de Bartosz Sztybor y Maciej Lazowski que acaba de publicar la editorial Thule. Con un lenguaje directo y sugerente, los autores polacos desarrollan un manual perfecto con el que desenmascarar a cualquier manipulador en ámbitos tan dispares como el comercio, la política, las redes sociales o incluso la familia.


Reúnen así un sinfín de estrategias con las que convencer a los demás para que hagan tu voluntad. Desde poner sus ideas en boca de gente influyente, hasta ofrecer regalos o decirte lo que quieres escuchar. Me encanta como toman ejemplos de la vida cotidiana, como juegan con lo irónico y las dobleces. 
Todo ello aderezado con unas ilustraciones coloristas que complementan y amplían el discurso para, alejándose de la supuesta inocencia de un texto parco y directo que consigue hurgar en nuestro subconsciente gracias al lenguaje visual donde la disyunción (se ve lo que no se dice) y la intriga (sugerencias y adivinanzas) tienen su cuota de protagonismo en un libro para todas las edades.
Delicia necesaria en estos días de tanto manipulador y manipulado.

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