Adolescencia. Es la palabra de moda durante las últimas semanas gracias a una miniserie de televisión que ha puesto al descubierto los problemas que puede desencadenar el uso indebido de las redes sociales. Y lo peor de todo es aguantar a los padres que me rodean preguntándome qué opino al respecto. He aquí mis comentarios. El que quiera, que lea.
Lo primero de todo es que no la he visto ni tengo intención de hacerlo. Eso de entrar en bucle con los problemas profesionales no es lo mío. Ya tengo bastante con el día a día en las aulas, como para seguir alimentando sus demonios. Prefiero sumergirme en nuevos planteamientos, que recrearme en miserias más que asumidas.
En segundo lugar, les recuerdo que, como en cualquier otra serie de ficción basada en hechos reales, no todo lo que recoge sucede en el mismo grado, en el mismo orden o a la misma persona. Evidentemente, los guionistas trabajan para una industria que en muchas ocasiones necesita de la audiencia para tener éxito asegurado. Cuánto más impactante sea el producto a nivel mediático, más se hablará de este y las ganancias serán mayores.
No obstante, y a pesar de estas dos primeras consideraciones, llegamos al punto más peliagudo. ¿Los chavales utilizan las redes sociales como el protagonista de la serie? El sí es rotundo. Acosan a sus compañeros, hacen comentarios inoportunos e hirientes a conocidos y amigos, comparten contenidos inapropiados, manipulan archivos y cometen delitos tipificados en el código civil. Las cosas ya se van de las manos de los adultos, conque los críos…
Y muchos replicarán: “Mi hijo/a no”. Y yo les diré: “Desde el momento que tú le haces entrega a un chaval de 10 a 12 años de un dispositivo móvil con conexión a internet sin ningún tipo de control (y cuando digo control, digo control), te puedes esperar cualquier cosa”.
Me maravilla esa ligereza con la que muchas familias con cierto estatus y formación regalan estos objetos e incluso lo justifican. “Así puedo saber qué hace en todo momento… Es que me paso el día fuera de casa…” “Lo necesita para hacer las tareas de clase…” “Si es como una consola, ¿qué puede hacer con él…?” ¡Ja! El quid de los aparatos con conectividad a internet está en su interactividad y su cripticismo, es decir, el móvil permite el acceso a cualquier tipo de contenido y al mismo tiempo solo el usuario tiene el poder de saber a lo que accede y hace con él esquivando toda supervisión.
El otro día me comentaba una amiga que su hermano le compró un móvil a su sobrino con la condición de que podría leer todas sus conversaciones en las redes sociales y saber el historial de navegación. Evidentemente, el chiquillo le dijo que estaba de acuerdo, a sabiendas de que él era quién tenía el control y no su padre: podía mantener o borrar los contenidos que quisiera, es decir, manipular la visión que su progenitor tenía de él (ojito…). Convertirse en un chaval responsable, aunque actuara como un demonio. ¿Se les eriza el vello? Pues imaginen a Maquiavelo con un bicho de estos entre las manos…
Sí, queridos monstruos, la raíz del problema está en la tenencia de estos aparatos y no en su uso. Como todos sabemos, la niñez tardía y la adolescencia son lo que son, aunque muchos se venden los ojos. Los jóvenes trasgreden las normas. Unos muchas veces, otros, las menos, pero siempre hay oportunidad para ello. Y no me vengan con que la educación lo soluciona todo. Autoridad, instrucción y prohibición también cuentan (fíjense en el código de circulación dirigido a los adultos...).
¡Y ojo! Quienes crean que los políticos pondrán freno a los problemas que atañen exclusivamente al entorno familiar, se equivocan. Según rezan las leyes de mi comunidad autónoma (como en otras tantas), el uso del móvil está prohibido en las aulas, pero les puedo decir que el 80% de mis alumnos de 12 años (1º E.S.O.) acuden al centro con este en el bolsillo y, por supuesto, en connivencia con sus padres. Y no seré yo, humilde profesor, quien se enfrente a un hecho aceptado socialmente mientras no se utilice en mi presencia (que si los hijos viven embelesados con las pantallas, hay que ver a los padres...).
Así que, no me mareen más con su culpa desmedida y su amor paternal para que desmienta o confirme lo que expone esta serie de televisión. Adolescencia solo les ha hecho ver que la piedra está en su tejado. En su mano está dejarla o quitarla. No me den más la vara, por favor.
Helen Docherty y Thomas Docherty. La zampa pantallas. Maeva Young
Paula Merlán y Concha Pasamar. Algo está pasando en la ciudad. Cuento de luz.
Pilar Serrano y Anna Font. Cuando la tecnología secuestró a mi familia. Tramuntana.
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