Si bien es cierto que la literatura de consumo está en su punto más álgido, ¿qué sucede con los clásicos? A pesar de que los profesores nos hemos inventado todo tipo de recursos para hacer llegar los clásicos a los alumnos de una forma más o menos amena, sigue existiendo esa percepción anacrónica insalvable por parte de los jóvenes que les invita a negarse a leer obras que se escribieron hace décadas o cientos de años.
A pesar de esta realidad que constatamos en todos los centros de secundaria a lo ancho y largo del globo terráqueo, de vez en cuando y como por arte de magia, un grupo de alumnos se encandilan de una de esas historias que tanto han disfrutado las generaciones anteriores. Fortunata y Jacinta, La casa de Bernarda Alba, Tres sombreros de copa… Hay muchos libros que, por alguna extraña razón son capaces de calar entre un público que encuentra entre sus páginas un reflejo en el que mirarse.
Esa es la magia de los clásicos. Cuando muestran su verdadera naturaleza, no hay quien se resista a ellos. Un buen momento para aprovecharse de la situación y llenarse de barro: entablar un diálogo con los chavales, preguntarles sobre puntos comunes, establecer sinergias intergeneracionales y ver cuán universales son esas novelas, relatos u obras de teatro que trascienden a otras de reciente factura que se quedan cortas cuando las comparamos con las líneas argumentales y los personajes que autores de siglos anteriores elaboraban con más decoro y elegancia.
Es por eso que aprovecho este post para sumergirme en la pequeña colección de clásicos con forma de álbum que se está marcando la editorial canaria Diego Pun. Si no teníamos bastante con Quijote y Lazarillo, llega Celestina. De la mano de Luis San Vicente, Ernesto Rodríguez Abad y Benigno León Felipe se recuperan clásicos de la literatura española en otro formato que, lejos de simplificar las obras íntegras de Cervantes o Fernando de Rojas, las complementa con una cosmovisión enriquecida con nuevos elementos.
Así, en esta ocasión, la Celestina está representada como artífice de un teatro de marionetas que hila, devana y corta los hilos de la vida y del amor. Una suerte de parca, una manipuladora que, con su lengua vivaracha y sabiduría popular, es capaz de modificar la trama de una historia que sigue vigente en las pantallas de la televisión, los líos de faldas en islas paradisiacas y las cuitas de poder en las grandes multinacionales.
Ayudado por el formato y los giros de doble página que nos obliga a practicar el texto, lo teatral se despliega ante nosotros con escenas que intercalan panorámicas horizontales y miradas abruptas en las que la correveidile se siente dueña y señora de un elenco digno del Oscar a la mejor película de picaresca española.
Calisto y Melibea. Melibea y Calisto. No son nadie. Viven cegados por el amor y se dejan corromper emocionalmente por una vieja alcahueta de clase baja, hedonista y bastante amoral. Sin duda es el personaje clave de este melodrama amoroso que Luis San Vicente se encarga de ubicar en una posición central de este álbum lleno de ademanes afectados (Fíjense en los tórtolos. Son para matarlos…) y algún desdentado (Los criados y su pelaje son una maravilla).
Todas las imágenes se tiñen de rojo, como los ojos de los cuervos que sobrevuelan a Celestina, como el telón de ese teatrillo de las guardas que acaba hecho jirones, como el trasfondo pasional de esta historia. Si bien es cierto que hay metáforas muy hermosas (esa pareja de gorriones sobrevolando el azul celeste es muy cautivadora), echo de menos el trasfondo social que tan bien retrata la corrupción y la hipocresía de ese mundo dominado por el dinero que no solo se limita al Medievo o el Renacimiento, sino a todas las épocas ulteriores.
1 comentario:
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