miércoles, 18 de diciembre de 2013

Pequeños artistas


Durante estos días en los que despedimos el año y festejamos la Navidad, cientos de escuelas, institutos y otros centros de enseñanza, deciden programar espectáculos encaminados a integrar las artes escénicas en el currículo. Toda suerte de representaciones teatrales, exhibiciones musicales, y números circenses abarrotan salones de actos, pabellones y pistas deportivas para constatar, una vez más que, además de alumnos, educamos monos de feria. Ríanse pero un servidor (que algo sabe de instituciones educativas) certifica que todas estas actividades, además de un mero entretenimiento, constituyen un escaparate de las habilidades (o no) de las generaciones futuras, unas que, abocadas a y por el mundo televisivo, se creen resueltas a convertirse en estrellas del celuloide, la pasarela o las barras de los bares (¿cuántos estudiantes de arte dramático han terminado sus días ejerciendo de camareros?).
Seguramente ustedes, como padres, viven  encantados de que sus vástagos deslumbren al mundo con sus peripecias…, al micrófono, sobre las tablas o con su habilidad con las cuerdas de un violín, pero lo más importante de todo es saber si sus hijos, esos que reciben los aplausos o hacen el ridículo (todo cabe cuando uno desafía a la vergüenza), lo pasen bien exponiéndose al público, ese juez implacable que premia a base de aplausos o castiga a tomatazos. Muchas veces son los deseos frustrados de padres, madres y tutores, los que obligan a estudiantes a posar como Naomi Campbell, actuar como María Guerrero o tocar como Mistlav Rostropovich (algo totalmente imposible dado el grado de genialidad de los tres anteriores), una decisión que estigmatiza a los protagonistas, alimenta a los instigadores, horroriza a gente como yo y agrada a la sociedad.
Y si no me creen, lean Concierto de piano, un álbum ilustrado de Akiko Miyakoshi (editorial Ekaré) que narra las aventuras de una niña que, horrorizada por la idea de poner sus dedos sobre las teclas de un piano, termina siendo la invitada de honor a un concierto muy especial…


No diré que el deporte, la música, el drama, la comedia, la pintura y otras aficiones, deban dejarse al libre albedrío, ya que, como la lectura, tienen algo de despotismo y obligatoriedad, pero tampoco deben ser contraproducentes para la salud. Deben ser elegidas libremente por aquel que desee aprenderlas, practicarlas y disfrutarlas, porque, al fin y al cabo, es de lo que se trata.

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